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Mientras se hace el arroz

Y eso que madrugo. A las seis, bueno seis y media, arriba y a recoger el campamento. En Turquía la tienda es de nuevo mi mejor aliada. La parte norte que estoy recorriendo desde que salí a Estambul no es muy turística. Las gentes con las que me cruzo en los pueblos bajan la mirada, y si son mujeres, se esconden en su casas o siguen rompiendo la tierra con el azadón. Es curioso y tierno a la vez contemplar a las mujeres con sus maridos labrando la pequeña parcela cerca de casa. Ellas llevan tantas ropas encima que no creo que el marido tarde menos de una hora en tocar carne por la noche. Ellas usan un pantalón en colores muy aburridos, de tiro largo, que disimula cualquier silueta por perdida que esta estuviera. En la cabeza llevan siempre un pañuelo bien ceñido del que justito salen los ojos. En esta zona abundan los hombres rubios y de ojos azules. También, mucho más hermoso para mí, las grandes laderas provistas de árboles. Tanto, que me sorprende que aún no hayan echado mano de la motosierra.

Pero sólo días más tarde observo como empiezan a rapar a la montaña.

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Lo hacen al caer la tarde aprovechando que los guardabosques se han ido. Paísssss, que diría Forges.
Turquía es un país musulmán de pegote. Lo digo ya sin reparos y ateniéndome a las consecuencias. En cada pueblo, aunque solo tenga cuatro casas hay una mezquita. Algunas parecen cohetes espaciales y desde luego están vacías en las horas de la oración. Solo la ocupa el que grita por el megáfono el nombre de Alá. No he visto país musulmán donde conseguir una lata de cerveza sea tan fácil. Y a juzgar por las que veo tiradas por la carretera estos turcos no las beben en el bar.

Aprovechando que aquí parece haber de todo me dejé caer por uno de esos grandes almacenes de alimentación. Quería comprar muesli pues las terribles cuestas me demandaban un poco más de energía para desayunar que pan del día anterior. Encontré uno de oferta y al abrir la caja para guardarlo en mis alforjas comprobé como se las gastan estos de Carrefour. El contenido era mucho más pequeño que el envase. Tremendo marketing que roza el abuso del consumidor.

He abandonado el camino costero, pues la niebla en el mar negro me bajaba la moral. Prefería buscar el sol por más cuestas que tuviese que subir. Aunque acabo el día tan cansado que a la mañana siguiente me quedo dormido encima de las alforjas como veis en la foto.
En fin, que se me pasa el arroz, otro día más y mejor, día 1247, Paz y Bien, el biciclown.

P.D. La buena noticia de esta nueva web se ha visto un tanto empañada por dos fallecimientos esta semana. El padre del gran Víctor (diseñador de mis libros y gran amigo) y la hija pequeña de Rafa Oliva (gran amigo también). Mucho ánimo y esperemos que pronto la vida vuelva a ser plena para ambos.

 

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1 comentario en “Mientras se hace el arroz”

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