Curiosas chimeneas emergen de la tierra, como periscopios de un submarino, y metálicas puertas conducen a habitaciones secretas. Son almacenes, cámaras naturales de conserva, en donde se guardan los limones, las naranjas o las patatas. Curiosamente en turco se dice patatEs como en bable.
Las patatas me conectan directamente, por esos pasillos de la memoria y los sentimientos, con mi gran amigo Mr. Imprevistos: frutero de profesión pero patatero de triunfador. Las patatas le han dado mucha vida, vino y poesía. Esta tierra es buena para la siembra del tubérculo y a buenos precios. En la nave cuarenta kilos de patatas cuestan 10 euros. Una débil luz alimentada por un generador elimina las penumbras en donde las mujeres y los hombres van metiendo las patatas en los sacos. El frío dentro es considerable y ellos van bien abrigados. Pero la humedad se cuela en los huesos con facilidad y, parado, nunca hay ropa suficiente para entrar en calor. Así que dejo la cámara por un rato y hago malabares con las patatas para que las sonrisas de estas sencillas
![]() |
![]() |
![]() |
personas iluminen un poco más la sala. La Kapadokia turca ha sido un magnífico escondite para los católicos que, dada la facilidad de horadar la montaña, han ido excavando auténticas ciudades subterráneas como la de Özkonak. Esta ciudad fue descubierta por un agricultor que, harto de regar la tierra sin éxito, trató de averiguar a donde iba a parar el agua. Esta se filtraba por un boquete yendo a dar a una cubeta que servía de aljibe a los habitantes de estas ciudades trogloditas. Cuando los habitantes se sentían amenazados se metían dentro de la montaña y cerraban la puerta de piedra (una especie de rueda) que ni el ejército más poderoso podría derribar. Por un ingenioso sistema un niño podía abrirla desde dentro. El agricultor que descubrió esta ciudad subterránea se la enseñaba a los turistas a cambio de una propinilla, con la que se ha ido comprando varias casas, de las modernas, en Estambul. Es un hombre rico, a pesar de que el Gobierno le robó la idea y ahora explota el negocio.
Así me lo cuenta Apo, que corría por los pasadizos de esta ciudad donde nació y aún vive su familia que nos ha ofrecido un desayuno de muerte. Leche, quesos, aceitunas? y un plato típico que la madre ignora si me gustará. Tortilla de patata. Entre risas le explico que es el plato nacional español. Apo ha trabajado muchos años en Rumania en casinos y es amigo de Levent, el gran tipo que me alojó en Chipre. Ahora Apo es dueño de uno de los mejores restaurantes de Urgup www.sominerestaurant.com, en donde voy recuperando kilos día a día. Invitado por esta sencilla persona, tan grande como inofensiva, voy dejando pasar los días en la Capadocia mientras la nieve sigue depositándose en las montañas de alrededor con precisión y paciencia alfarera. Cuando llegué, Apo me preguntó cuanto tiempo me iba a quedar. Le respondí que un día, y vamos camino de siete. Él tiene la culpa, por ser tan amable, y también su perro Zeus, a quien no le guardo rencor a pesar de haber meado en la bici. Creo que mañana reemprenderá la ruta, pero lo digo en voz baja, pues Apo es capaz de robármela para que me quede.