Ganas de salir en bicicleta con este frío, la verdad, que ninguna. Miraba al cielo esperando ver alguna nube que me permitiera usarla como excusa para desistir pero de arriba no venían más que nubes blancas, no grises.
Así que vuelta a sacar todas las alforjas y a meter en ellas lo básico para cuatro días de ruta. Lo básico. O no tan básico. Al final, acabas llevando casi lo mismo que para meses de viaje. Quizás solo falte algo más de ropa, pero botiquín, cacharros de cocina, repuestos y material de acampada suele ser siempre el mismo.
En esta ocasión incluimos una parrilla y un hacha para asegurarnos la cena caliente del día 31.
El viaje partía de Artaza y nos llevaría hacia Logroño, en parte por el camino de Santiago, y luego a Vitoria para regresar a Artaza el día 1 de enero del 2024. Era la primera aventura del año.
Salimos a las 10 y la ruta, al ser de bajada, nos dio más frío aún. Nos desviamos antes de llegar a Estella, siguiendo caminos en parte de cemento y en parte de tierra. Caminos sin tránsito con una llanura de libertad infinita. El mayor problema estos días serían los bares y restaurantes. En su mayoría cerrados. A falta de unos kilómetros para llegar a Logroño nos detuvimos en Viana a comer algo. Era sábado y a las tres y media los bares ya no tenían menus ni comidas. Solo algunos pinchos. Por suerte teníamos algunas reservas y nos las acabamos.
Nos dirigimos al albergue municipal de peregrinos en Logroños que nos ofreció un dormitorio común, tras pagar la credencial del camino (dos euros), por diez euros por persona. Había algunos peregrinos pero cada uno estaba en su mundo tecnológico. El albergue era limpio y céntrico. La noticia mala es que hay que estar dentro antes de las 9.30 de la noche y dejarlo a las 8 de la mañana. Les pedimos una prórroga, al menos hasta que amaneciera, pero no hubo conmiseración.
A las 8 y 8 minutos dejamos el albergue aunque no había venido nadie, y la oscuridad de la calle se unía que no había luz ni electricidad en el refugio.
Nos pertrechamos en un bar cercano hasta que el sol vino a tomar un café con nosotros y pusimos rumbo a Vitoria. Por el camino dos puertos. El de la Aldea, de 1000 metros se hizo un poco duro, pero las vistas de las montañas que la niebla dejo ver justo al coronar hicieron que el esfuerzo mereciera la pena. Y luego el puerto de Vitoria. Aquí ya no teníamos comida y suerte que encontramos dos ciclistas que nos acompañaron a tomar un cafe a una gasolinera y nos invitaron. Buena gente.
Llegamos a Vitoria el sábado 30 de enero. Ciudad llena de bicicletas y carriles bici. Una maravilla. El albergue estaba en la parte vieja a la que entramos entre una multitud de personas que se adelantaban a celebrar el fin de año. Muchísima gente a las 4 de la tarde en la calle. Le llaman tardeo. Me estoy haciendo mayor.
De nuevo un albergue, este más humano, con un check out a las 11 y con llave para entrar cuando quieras. Precio, 12 euros con credencial. Y nos dieron hasta habitación privada.
Un lujazo, salvo por el ruido de la calle de noche, aunque las buenas ventanas ayudaron bastante.
Quedamos con el amigo Raúl, biciruling, para charlar de la vida y de su próximo reinicio de la vuelta al mundo.
Al día siguiente Raúl nos acompañó por la via verde, aunque la tuvimos que dejar porque un tramo está cortado y subimos por la carretera el puerto de Azazeta, de apenas 900 metros. En la bajada tratamos de conseguir un café en varios bares pero todos cerrados. Así que nos refugiamos en un portal y sacamos la cafetera para tomar fuerzas. Llovía. Lo justo para hacer valorar más el café. Raúl regresó y nosotros seguimos ruta hacia Artaza.
Por la vía verde el tiempo parece tener otros valores. Todo es más tranquilo. Llegamos a Campezo y conseguimos comer en un bar de carretera. Un par de chavales me conocían y compartimos un rato hablando de los viajes. Tras cargar agua salimos hacia el santuario de la Virgen de Santa Lucía a pasar la noche. Cerca, a dos kilómetros, había el último pueblo. No esperábamos ver gente pero la había. Primero unos abuelos con los nietos que vinieron a despedirse de la virgen. Ya oscureciendo se volvieron a casa.
Encendimos un fuego, tomando las precauciones necesarias, y llegó una pareja más joven caminando. Tras dejarnos las típicas advertencias del fuego se fueron.
Ya de noche cerrada apareció Marivi. Una mujer ya jubilada que venía caminando y sin linterna. Se preocupó por nosotros, por lo que íbamos a cenar y dónde dormiríamos y nos dio su número de teléfono. Un gesto que nos conmovió pues, como digo, de noche cerrada no se veía quiénes éramos. Sin duda Marivi fue la estrella del noticiero esa noche.
Asamos unas chistorras y dormimos pronto. A las 9.
Por la mañana el sol se colaba directamente en la tienda. No es un sol nuevo. Es el de siempre. El cambio de año solo es un cambio de actitud. Dura unas semanas en el mejor de los casos. Si quieres hacer un cambio que dure te invito a ver el Curso online Vivir con propósito.
Al atravesar el pueblo nos cruzamos de nuevo con la pareja que ayer nos advertía sobre el fuego. Ni una sonrisa, ni un comentario…. Lástima no habernos topado con Marivi, seguro nos hubiera llevado a casa a tomar churros con chocolate.
La vida es la misma para todos. Con matices. Pero la misma. Un cambio de año no es un cambio de vida.
Solo cambia lo que aceptas. Pensar que un nuevo año te traerá nuevos proyectos, más felicidad o más dinero es pensar que la gente será más amable por llevar unos zapatos nuevos. Hay mucha bondad y amor en el mundo. Solo debes esperar a que aparezca Marivi.
Paz y Bien, el biciclown.
Vivir sin mirar el calendario… Un crack
Que agradable leer esta aventura de buena mañana. Gracias Alvaro
Me encantó la aventura, las navidades son mucho más divertidas desde la bicicleta y contigo. Gracias ❤
Cuando describes tus rutas,es como si yo estuviera allí,viviendolas también,me encanta «viajar» con vosotros ,un abrazo ❤️????