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El hospital más caro del mundo

Es extraña y a la vez sorprendente, la forma en la que la vida tiende a expresarse. Si hubiera dormido una noche más en la casa de mis amigos Danu y Corina, no habría pasado la terrible noche de dolor en solitario. Doce horas retorcido dentro de una pequeña tienda de campaña en un campo de Suiza a los pies del paso Gottard, dando vueltas a uno y otro lado, tratando de esquivar un aguijón imposible de evitar, porque no venía de la derecha o de la izquierda, de arriba o de abajo, sino de dentro. Si yo me movía el dolor lo hacía primero y al llegar a mi posición me aguardaba de brazos abiertos.
Nunca sabemos qué decisión es la correcta, cuál nos traerá mayor alegría en la vida, porque la incertidumbre es la otra cara de la moneda. Tu dices vida, y la moneda, tienes escrito muerte. Tu dices noche, y el día está del otro lado. Vivir con incertidumbre es aprender a hacer equilibrios en una fina cuerda cuyo ancho no es mayor que el de tu pie derecho. Video de la historia.
El dolor no era incierto. Hace veinticinco años me saludó por primera vez. Estaba en casa y mi madre me acompañó en taxi al hospital. En esta ocasión mi casa era una tienda de campaña y la compañía las estrellas. Cada una de las veinte veces que abría la cremallera de la tienda para intentar orinar o lo que fuera, el cielo se mostraba más hermoso, con las montañas afiladas asegurándose de que las estrellas se quedarían en ese valle unas horas más.
Por fin llegó la luz de la mañana; era la aliada que esperaba. Esa noche, mira tu qué casualidad, había otro ciclista en ese lugar acampado y compartimos una amigable conversación en la cena, pues él había estado justo en verano pasado en Tajikistán y pasamos por las mismas carreteras. Al día siguiente iría en mi misma dirección, asi que nos despedimos quedando en vernos a la mañana. Nuestras respectivas tiendas estaban lejos una de otra, a unos cien metros.
Cuando Pascal se levante, pensé, vendrá a verme y entonces le pediré que por favor me traiga unas medicinas para el dolor. Solo tengo que asegurarme que me ve, y que no se vaya sin despedirse porque crea que estoy dormido.
Intenté gritar su nombre, pero de mi boca en vez de un sonido salía un murmullo. Mis energías se habían agotado durante la lucha nocturna. A las nueve de la mañana dos mujeres pasaron cerca paseando los perros y les llamé para que vinieran agitando el brazo. Poco a poco, como si pisaran cristales, se acercaron con sus perros. Uno de ellos se fue directo hacia la bolsa que contenía lo que me quedaba de papel higiénico y se lo llevó a la boca. La dueña me lo devolvió, pero ya no era papel sino toallitas húmedas.
¿Hay otro ciclistas ahí acampado? les pregunté en inglés, francés e italiano.
Nein, nein. (no, no )
Me vine abajo. Pascal se había ido sin pasar a verme. Vaya golpe.
Les pedí a las mujeres si podían traerme medicinas pero su respuesta fue que llamarían a la ambulancia. Como no tenía seguro les pedí que no lo hiciera, pues podía salirme caro.
Decidí ir a Suiza en el último momento del viaje, ya estando en Francia. He viajado muchos años por el mundo sin seguro, a veces lo he tenido y no lo he usado, y otras veces lo tenía, sobre todo en países que me parecía que podía salir cara la broma, como Estados Unidos.
En África me curaron de la malaria cerebral cuatro veces, y pude pagar la factura del hospital, en Perú de fiebre tifoidea, y no me quisieron cobrar y así muchas veces, pero en Suiza, las cosas no son así. Y lo aprendí de forma dolorosa.
Una de las mujeres me dijo que traería la medicina en una hora o dos. Confíe y esperé. Miré el reloj y esperé, y esperé, y desesperé.
El dolor no remitía. Tomé un ibuprofeno que pude sacar de una alforja. La expedición a por la medicina fue para mi como una subida a una montaña de 6.000m, porque ese viaje no lo hacía solo. El dolor venía conmigo. De noche no era capaz de leer el nombre del medicamento, a pesar de mi luz frontal, y temía consumir el que no era correcto. No podía recordar qué debía tomar. El dolor se había apropiado de mi cerebro bloqueando mi acceso a esa información.
Cuando comprendí, tras dos horas, que la mujer no traería el medicamento un grupo de hombres jubilados pasó cerca y les llamé. Uno de ellos, el más alto y valiente, se acercó hacia mi posición caminando como si lo hiciera por un campo minado. Despacio y asegurando la retirada si fuera preciso. Al verme, indefenso y desarmado, llamó a los otros que siguieron sus pasos y pisadas.
El acuerdo general fue que había que llamar a la ambulancia. Saqué bandera blanca y dije que si. No veía más solución.
El sol empezaba a calentar fuerte, eran las diez y media de la mañana, y el silencio del valle se interrumpió por el estrépito de una sirena. No tenía duda de que gritaba mi nombre.

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Claudia y José haciendo su trabajo

El equipo médico, vestido para asaltar un escondite talibán, llegó hasta mí, desplegó su maletín de mini medicinas, y comenzó a extraerme sangre. Uno, dos, tres y cuatro botes.
Hey man, this is not a bar ¿will you give some medicine?
(Eh amigo, esto no es bar ¿ Me vas a poner alguna medicina?
El viaje en la ambulancia fue corto. Solo 16 kms. Pero posiblemente el viaje más caro de mi vida, luego lo sabría.
En el hospital me hicieron una ecografía, un jóven doctor y cuatro aprendices, que, ese día, conocieron por primera vez el funcionamiento de la máquina experimentando con mi cuerpo. Fue una interesante clase práctica de 30 minutos.
Los resultados demostraban algo raro en mi cuerpo, un líquido oscuro y no amigable, pero no había rastro de la piedra.
Para eso debían hacerme una tomografía, y si la piedra estaba en una posición indebida, iría seguida de una intervención.
Llegados a ese punto, el dolor iba remitiendo, mi cerebro volvió a funcionar y a hacer reflexiones con sentido.
¿Cuánto cuesta la tomografía?
No se, respondió la doctora Will detrás de su máscara. Sus ojos azules parecía de cristal. No la vi pestañear.
A su lado, el doctor Mayer, mantuvo silencio. La máscara había sellado su boca.
Sin saber lo que me va a costar no me puedo arriesgar a hacerlo, fue mi conclusión. Además, si la piedra está en una posición muy mala la operación es evidente (y el coste alto) pero si está en una posición intermedia, operar es una opción, y ahora mismo no lo puedo afrontar. Así que mejor no ver la piedra. ¿No os parece?
Las dos respondieron con un silencio unísono, propio de un público educado, en el entreacto de una Ópera de Wagner.
Ya habían pasado cuatro horas desde que hice mi entrada triunfal en el hospital por Urgencias y era hora de salir caminando por la salida principal, no sin antes pasar por el departamento que sostiene en pie el hospital: contabilidad.
La única persona que parecía hablar español en el hospital era la más indicada para decirme, en ese idioma, el coste de la asistencia al biciclown en uno de los cantones más tradicionales y conservadores de Suiza.
Cuando le pedía a Erika, una atención, una consideración, una revisión del precio final, su respuesta parecía sacada de un tratado para tratar con seres del inframundo:
Esto no es un bazar sino un hospital.
Ahora mi dolor se había trasladado del riñón al corazón. Imágenes de mi pasado por África, por Agbor (Nigeria) en la que unas monjas me salvaron la vida en mi primera malaria, venían con fuerza a mi mente y me costaba reemplazarlas con la de la impertubable Erika parapetada tras la mascarilla que cubría su boca, su simpatía, su empatía…
Pedí hablar con el director del hospital pero solo conseguí hablar con la directora de administración y trasladamos la conversación al inglés. Hubo algún intento de acercamiento con sus ojos y su sonrisa, pero no llegaron a hacerse efectivos.
Aún tenía que volver a por la bicicleta, que según decía, estaba segura en un campo de Suiza.
Esto es Suiza, nadie la toca.
Tras pagar la factura pedí ayuda para ir a por la bici. Solo 16kms, pero nadie tenía coche. Parecía que todo eran compañeros/as de la bicicleta, amantes de las dos ruedas, pero no de los que la usan y recorren con ella el mundo.
La policía tampoco estaba para hacer ese servicio de taxi y las horas pasaban.
Pedí la clave del Wifi para acceder y la conseguí una hora después así pude dar noticias y empezar a buscar una forma de salir de allí y reencontrarme con la bici.
Joseba, un amigo que vive en Biel me dio la idea de contactar con unos warmshowers de donde estaba el hospital y la pareja, super amable, accedió a tenerme en su casa esa noche y en venir a buscarme en una hora. Justo lo que quedaba de luz. El chico, Primim, había alquilado un coche por horas, una aplicación permite hacerlo, y con ese auto se presentó en el hospital. Ironías del destino el coche tenía publicidad del hospital y tal parecía que el hospital patrocinaba mi viaje de regreso.
La bici y la tienda estaban donde las dejé hacía diez horas.
Lo metimos en el coche, cenamos en su casa, y caí redondo en el sofá del salón.
Por la mañana los chicos se fueron a trabajar y me dejaron en su casa. Solo tenía que cerrar la puerta y dejar la llave en el buzón.
Pasé por el hospital pues no me habían dado receta para comprar alguna medicina, y solo tenía cuatro pastillas. Un poco reticentes, pero finalmente accedieron a darme la receta. Me crucé por el pasillo con varios de los actores y actrices de la película del día anterior pero al verme, sus ojos, como un faro en la noche, buscaban alumbrar en otra dirección. Evitaban mi mirada.
Es triste haber sido el mejor cliente y que al volver ni siquiera te saluden al día siguiente.
Ahora, tras un par de trenes y unos kilómetros en bici, estoy de nuevo donde estaba hace unos días. En casa de mis amigos Danu y Corina en Stäfa.
Mañana partiré en tren, ellos me invitan, hacia Ginebra, donde otro amigo, Oscar, me llevará en coche a un pueblo de Francia donde otros amigos, Ale, Ben y sus hijos, vienen a buscarme para llevarme a su hermoso pueblo: Die. Por ahí pasé no hace mucho de visita.
Ahora la lluvia arrecia con fuerza y uno no puede más que dar las gracias a la vida, por ser tan extraña y sorprendente.
Paz y Bien, el biciclown.

7 comentarios en “El hospital más caro del mundo”

  1. Ángel Criado Navarro

    Ya sabes: cualquier experiencia, incluso las negativas, implica crecimiento personal. Eres fuerte y lo estás superando. Abrazo,
    Ángel,

  2. Ostras, de verdad que me fascina la visión y forma de hacer de los países ricos y los llamados países pobres,
    ¿que les dejaremos a nuestros hijos? y ¿de qué manera podemos educar contra todos estos despropósitos? Se que son preguntas muy complicadas pero no puedo dejar
    de hacérmelas. Me alegra saber que estás bien y que puedas continuar tu camino, ahora ya sin piedras…

  3. Ante cada dolor de la vida encontraremos grandes aprendizajes si aceptamos la respuesta a: para que a mi? Y tu de eso sabes bien y nos deleitas con reflexiones…Este dolor no ha sido solo físico..sino emocional..Cuan valioso es un abrazo, la empatía, una mano tendida cuando estamos vulnerables y cuanto eso colabora o no en devolver la sonrisa a quien no lo está pasando bien. Llamentablemente estas medidas mundiales han (en muchos casos) ahondado el distanciamiento de almas..y ese es el peor contagio…Te abrazo! Caro…(de querido en Italiano…no de la factura del hospital Suizo!)????????

  4. Suiza el país donde puedes dejar tu tienda y bici en el campo y nadie te la toca pero tbn el país de la insolidaridad. Si eres médico importa más curar y salvar la vida de un humano que recolectar el directo de este. No?

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