de vuelta

De vuelta por los infiernos

Todo el grupo asistió con admiración a la exposición de fotografías que sobre Butan se exhibían en el segundo piso. Sin saber que ellos mismos pertenecían aún al pasado y tan sólo habían venido al futuro, a Gangtok, de compras. Me quedo con las ganas de entrar en Bután, pues como he dicho en otras ocasiones, la visa cuesta 250 dólares por día. Y en esta vida cuando algo (sea una montaña como el Klimanjaro, sea un país como Bután, o sea un amor esquivo) tienen un precio tan alto mis deseos bajan.
Aún me quedaba permiso para estar en Sikkim más días. E incluso alargando mi estancia en Gangtok cinco días podría haber asistido a las danzas que se celebran en el Monasterio de Rumtek dos jornadas antes del año nuevo Tibetano (losar) que en esta ocasión era el día veinticinco de febrero. Pero necesitaba moverme. Creo que ya lo he dejado escrito en alguno de mis libros. Quieto pienso que mis problemas aumentan y en movimiento sueño con darles esquinazo. Teniendo carretera por andar, al final de la jornada llego tan cansado a la cama que duermo mejor y mi cabeza no me enreda con historias para no dormir. Así que decidí bajar de las alturas y regresar a la India que había dejado atrás. Horror.
Se me había olvidado de donde venía. Qué Infierno. No recordaba que estos chicos no tenían más que respeto por las vacas y que un ciclista era un estorbo en la ruta. Se me había olvidado que cada coche que te pasa hace sonar el claxon una media de tres veces, que la gente se acerca a tocar la bici cuando paras a tomar un te como si fuera suya y se la hubieran olvidado la semana pasada ahí parada, que el gerente del hotel se lo piensa quince lamentables segundos antes de darte el precio de la habitación y, cuando por fin lo hace, tiene que bajar la mirada al suelo por vergüenza. Y sobre todo me había olvidado que los mosquitos tienen vértigo y están todos esperándome en cuanto desciendo de 400 metros de altura. El popular juego del cricket en la India, puede servir un poco para explicar a los occidentales cómo es el carácter de la gente con la que me encuentro cada día. Aunque hay varios jugadores en el campo de uno y otro equipo, prácticamente solo un hombre de cada equipo entra en acción. El que lanza la bola y el que la golpea. El resto mira, se mete el dedo en la nariz o piensa en una nueva melodía para su móvil. En la India hay mucha gente pero sólo unos cuantos parecen hacer algo
No me quedaba otra escapatoria que Kalimpong. A más de 1.200 metros no había mosquitos, ni tanto coche, y el clima no era tan caluroso. Aunque para llegar hasta alli tuve que subir un puerto que, en 14 kilómetros, ascendía 1.0000 metros. En Kalimpong hay varios monasterios budistas y están protestando por la situación bochornosa en el Tibet. Parece que no quieren celebrar el Losar en respeto a los hermanos que están prisioneros en cárceles chinas. Pero mi escapada a las alturas no podía ser definitiva y tarde o temprano debía regresar a los infiernos.
El camino a Bangladesh está plagado de coches orquesta y mosquitos. Pero además de conductores asesinos. Varios intentan cada día matarme. Quiero dejar claro que si eso ocurre en la India no es un accidente. Cuando esos hijos de su madre te ven de lejos y sin embargo intentan adelantar, y de hecho lo hacen tirándote al arcén, no es un accidente. Es un asesinato con alevosía. Y si la niña de Bután de la que hablaba al principio tuviera delante al conductor me daría la razón.
Desde la ruta, nunca fácil pero menos ahora, Paz y Bien, el biciclown.

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Gangtok Exposición de fotos
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Familia de Butan Manuscritos tibetanos

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