Este tipo de vida que llevo me da tiempo para pensar. Aunque son muchas horas al día encima del sillín, resguardando mi vida de conductores estúpidos, cuando llego a la ciudad en la que hago parada y fonda, me detengo a pensar en cómo van mis días. El ahora, el ayer y el mañana. Me siento como un capitán dirigiendo un barco y de cuyas manos depende el rumbo a seguir. Y mi camino, igual que el de los barcos en la mar, no sigue líneas marcadas, ni se rige por otra guía que la de mi corazón y mi intuición. Y fue en uno de esos pensamientos con una taza de té con leche en la mano que descubrí que estoy contando las horas para salir de la India. Y es terrible reconocerlo pero sería peor engañarme.