Terminada la revisión del correo electrónico, y ante la imposibilidad de responder a todos dada la lenta conexión, decidí seguir pedaleando. La ruta atravesaba pastos de verdes que pocos pintores conseguirían en su paleta. La tierra está labrada a destiempo, y cuando unas hectáreas ya están dando trigo otras están siendo sembradas. El paisaje relaja el espíritu. Pero el dueño de la tienda me invitó a almorzar. El restaurante ofrecía carne de primero y de segundo. Igual que en Etiopía, aquí cuando se habla de carne sobran hasta los cubiertos y casi el pan. Nasser tiene veintiséis años y regenta esta modesta librería. Al terminar el almuerzo me preguntó si podía quedarme ese día en su casa. Aunque sólo llevaba cincuenta kilómetros, su forma de invitarme me pareció tan sencilla y directa como las margaritas. Así que me quedé. En la pequeña aldea en la que vivía nunca había caido un turista. Los niños venían a la casa solo a verme pero no traspasaban la puerta de la habitación. Tenían miedo. Las mujeres por supuesto desaparecieron. Los sexos están en estos países musulmanes tan separados como los omoplatos. No dejaba de venir gente a la casa, y a las once y media de la noche yo no sabía de que postura bostezar para que me dejaran dormir. (video en youtube) A la tarde había hecho un poco de magia, malabares y clown para los chicos del barrio, pero cortaron la diversión porque aquello no les cuadraba en sus esquemas islamistas. Ya me pasó en el barco que me llevaba de Nuweiba a Aqaba en Jordania. La magia con humor y el corán son como el agua y el cuero. Se llevan fatal.
Los planes de cien kilómetros por día se veían frustrados una y otra vez en Irán por causa de la hospitalidad. Ya me habían dicho que lo difícil de Irán era conseguir la visa y que el resto era disfrutar. Cuando entré en Meshgini casi oscurecía. El hotel, único, cobraba 20 euros por la habitación. Me fui cerca del mercado a buscar algo más económico pero no había. Condenado a pedalear de noche para salir del pueblo y acampar fuera, el dueño del Internet me dio la solución. Hoy duermes en mi casa- me dijo. Pero primero me llevó a cenar (carne por supuesto) con su amigo y a tomar un helado.
Las casas en Irán no suelen tener camas, la gente duerme sobre el colchón que se coloca directamente sobre las alfombras que cubren todas las estancias. Al día siguiente recogen el colchón y a trabajar. En mi caso a pedalear. Pero tampoco ese día serían 100 kms. La cubierta trasera, tras diez mil kilómetros, perdía aire. Uno de los terribles cristales que pisé en Georgia había rajado profundamente la cubierta. Eso es la parte buena de que en Irán no haya alcohol. Hay menos cristales rotos en la ruta. Aunque tambien se puede conseguir alcohol como pude comprobar en Meshing. Mi mentor, que a sus 43 aún vivía con su madre, lo tenía escondido detrás del sofa.
Cambié la cubierta por la de repuesto y de nuevo en ruta. En una curva del camino un fila de ciclistas venía en dirección contraria. Nada menos que cinco. Acababan de pasar Ahar en cuya ciudad un hombre les invito a su casa a ducharse y a comer. A ese hombre me lo encontre yo tambien cuando llegue a Ahar y tambien me invito a su casa. Pero no pude aceptar su invitacion porque antes me habia invitado Ali. Un joven estudiante de ingenieria en Teheran que ayuda en su ciudad natal a su hermano en el supermercado. Ali me llevo a comer, me regalo comida…, y no hizo mas porque no le deje. Ya me voy acostumbrando a Iran. Si intentas pagar al principio dicen que no, pero si insistes un poco lo consigues.
Desde Tabriz, cansado y azotado por el sol y el viento, pero contento de que mi camino no se detenga por las espinas, Paz y Bien, alvaro el biciclown
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Campamento de seis ciclistas
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Los verdes de Irán
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