Generalmente me levanto una hora antes de que amanezca, para comenzar a empaquetar y estar listo cuando el sol calienta pero no quema, que diría Borges.
Trato de beber todo el agua que se me pone a tiro, que no es mucha, y a eso de las 12h ya busco una sombra en la que hacer compañía a los perros. Allí tirado, dejo pasar las horas, jugando al escondite con el sol.
A las 15h, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que es posible me pongo en marcha, bien protegida la cabeza, con crema solar en los brazos y con una canción para tararear por el camino.
A la noche intento refugiarme de la diaria tormenta, que además de agua acostumbra a traer primero arena. Siempre hay suerte en Sudán, donde la gente es tan hospitalaria que ni hay siquiera que pedir lugar.
Ellos mejor que nadie conocen la dureza de este país, en donde el sol traspasa la piel y el cerebro.