No importaba que las ramas de los arboles me obligaran una y otra vez a agacharme, como si estuviera en el Tren de la Bruja. Ni tampoco que pronto oscureciera y comenzara a hacer frio. Pedi un sitio en la cabina pero no lo habia. Me prestaron una chaqueta y respire de ver que el terreno seguia siendo de arena que me hubiera impedido dar una sola pedalada.
En el control fronterizo no entendian que mi viaje fuera en bici, pero subido a esa gran maquina. Es igual, yo solo queria el sello y continuar viaje.
Cuando llegamos al pueblo eran las 23 h. de la noche y el conductor me ofrecio un sitio en su habitacion para dormir. El blanco que dirigia ese campamento, en el que abundaban los bungalow vacios, me dijo que para facilitarme uno debia llamar a sus jefes a Brazaville. Una vez mas algunos no entienden que en Africa la hospitalidad es cosa de negros fundamentalmente: ese blanco llevaba aqui solo dos meses.