Este año es el centenario de un genio de la música: Piazzolla. No se de dónde me viene la admiración por el bandoneón y por las interpretaciones de ese artista. Tampoco se porqué empecé a seguir la cuenta de Claudio Constantini hace unas semanas. Retén este dato porque es importante para la historia que te voy a contar. Hace solo unas semanas.
Empecemos por el principio, como dicen sin sonrojarse algunos periodistas. Hace unos meses me contactó el tenor Zapata para proponerme participar en una serie de entrevistas que merzaesthetics quería llevar a cabo. Estas entrevistas se cerraban con una interpretación musical. Pero yo desconocía qué música sería la que acompañaría a mi entrevista. Zapata nunca me preguntó por mis gustos musicales y, de hecho, apenas hablamos hasta el mismo día en que hicimos la entrevista. Una mañana ventosa, lluviosa y poco propicia para rodar en exteriores.
Unos minutos antes de llegar al lugar del rodaje, en mitad del campo toledano, la lluvia parecía que iba a arruinar la filmación. Zapata vino a buscarme a la autocaravana con un gran paraguas y con cara de pocos amigos:
«Tenemos que suspenderlo», sentenció.
«De ninguna manera, le repliqué, esto es solo una nube. El sol está escondido».
Esas fueran nuestras primeras palabras. Zapata me miró con incredulidad aunque mi seguridad hizo temblar sus creencias meteorológicas.
Claudio Constantini tiene un perfil en instagram en el que aparece con un bandoneón y eso fue lo que me llevó a seguirle. A los dos días me escribió para decirme que había visto mi historia y que le parecía muy interesante. No hablamos más. Ni siquiera le escuché tocar el bandoneón más de dos minutos en algún vídeo que tenía colgado en esa red social. Ni siquiera sabía su nacionalidad, o en qué país vivía…
La casa de Zapata estaba a menos de un minuto caminando de la autocaravana. Pero fue tiempo suficiente para que tuviéramos una conversación sorprendente. En ella Zapata me confesó su decepción por el día tan malo, pero yo le comenté que no se preocupara que grabaríamos y que, si hiciera falta, hasta tocaría el acordeón.
«¿Tocas el acordeón?»
«Estoy aprendiendo, pero en realidad, es porque no podré tocar nunca el bandoneón, ese es en realidad el instrumento que me rompe la cabeza».
«¿En serio? me interrumpe Zapata deteniéndose en seco.
Sus ojos me miraron con asombro.
Entramos a su casa en cuya cocina aguardaba el equipo de grabación que Zapata fue presentándome: el director, cámaras, maquilladores… y la sorpresa musical: Claudio Constantini.
Al verle se me encharcaron los ojos…
Claudio me miraba alucinado, aunque con una carta de ventaja, pues él ya sabía que iba a tocar en mi entrevista.
Las personas que estaban en la cocina no entendían lo que sucedía, pues no estaba previsto que yo me pusiera a llorar. De hecho, en la mayoría de las entrevistas que he visto de esta fórmula, cuando el entrevistado es sorprendido con un hermoso concierto coral, o de algún instrumentista, lagrimea un poco. Yo sabía que a mi eso me iba a costar, pues no soy una persona que se emociona tan facilmente con la música… ¡Qué tontería! Ni siquiera hizo falta que el música tocara una nota, su sola presencia, desató mi llanto.
Aclaré ante la audiencia la magia de ese encuentro y, mientras, la tormenta del cielo fue cesando. Cuando les dije que ese día teníamos que grabar y que el sol saldría no dudaron en que había que continuar con la historia.
Salimos al campo, y bajo un frío invernal, Claudio hizo una bella (pero corta para mi) interpretación.
No entendía aún cómo era posible que ese encuentro se hubiera dado de forma tan mágica. Zapata tampoco daba crédito, y los técnicos no comprendían cómo yo había espantado las nubes.
Piazzolla, sin duda, había vuelto a hacer de las suyas.
Paz y Bien, el biciclown.
Tremendo
Hermosa historia!
Nada es casualidad ????
Qué hermosa historia. Nada me sorprende cuando hay tanta pasión reunida.
La magia de coincidir en ésta vida Álvaro. Cuando la vida te regala esos momentos tan épicos es cuando puedes percibir el universo conspirando a tu favor. Simplemente hermoso.
Como decía alguien, «La casualidad no existe»…