Desacostumbradas las piernas a mover los 75 kilos de Karma (en Cuba tenía la mitad del peso) opté por acortar las etapas y evitar así problemas musculares. No es la edad sino el paso del tiempo. Entré en Acatzingo y el vendedor de jugo de naranja me sugirió la idea de acudir al Ayuntamiento a pedir asilo. Desde la esquina de la bulliciosa plaza de Acatzingo se avistaba el edificio municipal. Apuré el jugo y fui para allá, con pocas expectativas todo sea dicho. En apenas quince minutos estaba hablando con el alcalde (su oficina no estaba en el torreón, sino que era la primera puerta a la entrada del edificio, algo significativo). Se ofreció a ocuparse de mi alojamiento y, aprovechando que en los alrededores estaba la directora del Colegio, me solicitó que diera alguna charla. Le ofrecí, gratis, una charla, pero la directora quería dos. Así que al día siguiente daba dos charlas en la escuela por el precio de media. Es un placer regalar los espectáculos de clown por el mundo pero de algo hay que comer, y las charlas son una buena ocasión de compartir mis experiencias y llevar a los jóvenes una ventana a un mundo que ni por casualidad, verán en la televisión: un mundo de olores fuertes, de sabores y colores auténticos, donde la única opción de triunfar es ser honesto. Un mundo de riesgos voluntarios, en cierta medida previstos, y en todo caso asumidos.
Pero para algunos conductores mexicanos los que recorremos este país pedaleando estamos arriesgando nuestras vidas. Su razonamiento es tan simple como apabullante: «si sabes que los conductores mexicanos no respetan a los ciclistas, ¿Para qué pedaleas por aquí?». Eso me lo dijo un conductor que acababa de adelantarme a 90 en una zona de 50, levantándome el pelo de las piernas.
Una de las alternativas a recorrer México por las autopistas (que son prácticamente las únicas vías con arcén en el que ponerse a salvo de tanta locura) son las carreteras más pequeñas. Esas que serpentean entre los valles para, abrazadas a la ladera como una salamandra a la pared, ir ganando altura hasta llegar al paso de montaña. Es así como se conoce el México más rural, el que continúa usando bueyes y caballos para abrir surcos en la tierra de la que luego extraer maiz, patatas y toda clase de frutos deliciosos. Pueblitos como el de Teotitlán de Flores de Magón (cuyo nombre ya es una evocación al pasado), a donde llegué justo en las fiestas del Arcangel. Como antiguamente en los pueblos de España, un coche recorre las pequeñas callejuelas pregonando el programa de fiestas: «… a las 4 de la mañana nos juntaremos frente a la Iglesia para cantar las mañanitas al Arcangel…»
Charlas en escuelas: todos ganamos
El ingeniero David y sus ayudantes
En la plaza de la Iglesia las atracciones de feria de latón y hojalata, el olor de churros y patatas recién fritas, hace olvidar las penurias de este país cuyos profesores de primaria y secundaria llevan más de un mes en paro. Desde la educación hasta el sistema de trasportes, todo parece estar viciado por una mafia que impide que la cordura se extienda en tierra azteca.
Si en Tehuacán me reciben los bomberos y en Teotitlán el Padre Guillermo me da posada, días más tarde la lluvia me sorprende tras una jornada agotadora en la que tuve que ascender 1.800 metros bajo un sol que es un mazazo caído del cielo. Un calor seco que consume al ciclista más resistente. Un pequeño restaurante se convierte en cobertizo, aunque con el suelo inundado, pero al menos puedo colgar la hamaca y avanzar otro día más, hasta llegar a Oaxaca.
Aquí el alojamiento se convierte en número circense, en un más difícil todavía y acabo durmiendo en un árbol: un laurel de la India para ser más precisos. Sobre ese árbol Alex ha construido una casa de una habitación con terraza, y es en la terraza donde monto la tienda de campaña para dormir. Algo increíble, no por la altura y las hermosas vistas de la sierra, sino porque una persona comparte conmigo un minúsculo espacio. Alex es miembro de warmshowers.org, esa organización que tantas alegrías ha dado a los agotados ciclistas. Recorro las calles de Oaxaca y me presento en las oficinas de Protección Civil para ofrecer mis espectáculos a los afectados por los huracanes Ingrid y Manuel. Pero mi propuesta no les entusiasma precisamente y me dicen que no pueden ayudarme. A lo sumo me dan el nombre de una persona en Puerto Escondido que, tal vez, pueda contactarme con algun albergue donde las personas que han sufrido las inundaciones puedan disfrutar del show. Todos son sin embargo vanas posibilidades en las que hace tiempo no deposito mis esperanzas. Se cuando es posible organizar un espectáculo: ocurre en el instante en que al contarle tu proyecto a una persona sus ojos se iluminan y brillan con la luz de la emoción.
Paz y Bien, el biciclown.
Un exceso de planificación provoca doble señalización
La casa del árbol de Alex
hola alvaro como estas? no puedo dejar de emocionarme con tus historias . y esperando a que pases por venezuela para poder ayudarte en lo que pueda.
que Dios te siga protejiendo de todo mal y peligro
y ponerle un retrovisor a la bici?