Cuando Daisuke llegó hace años a Nueva Zelanda se fue directo a las páginas amarillas: E, F, G, H?Hillary. Recién despertado de la siesta Hillary escuchó sin sorprenderse demasiado las aventuras de Daisuke y su intención de pasar por su casa a tomar el te de las cinco. Así fue como Hillary se encontró con ese japonés que lleva más de diez años dando vueltas por la Tierra. Yo me topé con él por primera vez en Egipto, luego en Irán, por penúltima vez en Pakistán y ahora en Nepal. Juntos, y bien acompañados, hemos emprendido uno de los trekkings más hermosos de la Tierra: el que lleva hasta el campamento base del Everest a más de cinco mil metros de altura. Sobre todo ahora que es temporada baja y que la cifra de visitantes al mes desciendo de los nueve mil a los seiscientos.
El camino lo compartíamos con los yaks, animales de pata corta, abundante pelambrera y cuernos de espanto, que acarrean sin despeinarse más de sesenta kilos a sus lomos por desfiladeros de escalofriante desnivel. Y no menos mérito tienen los porteadores locales. Algunos de los cuales son capaces de llevar hasta cien kilos a sus espaldas: ya sean mochilas de clientes con poco espíritu montañero, cajas de cerveza, media vaca o listones de madera para un nuevo refugio. Todo es trasportado a sus espaldas sujeto con habilidad por varias cintas hasta conseguir formar un sólido bloque que retienen con la frente. Por cada kilo trasportado cobran 25 rupias (0,25 céntimos de euro). Lo que motiva que la comida sea más cara cuanto mayor sea la altitud. Asi por ejemplo si en Katmandú puedes encontrar un te con leche por 8 rupias, en las laderas del Everest hemos llegado a pagar hasta 60 rupias.
Nuestro objetivo es llegar al Campo Base del Everest, aunque en esta época del año no hay expediciones cerca de la Madre de todas las cumbres. Si bien es cierto que subiremos más arriba. Hasta una montaña denominada Kala Patar (roca negra) de 5.545 metros. En realidad no es más que una de las aristas sur de otra hermosa montaña: Pumo ri de 7.165 m. Desde Kala Patar las vistas del Pumo Ri, Everest y Nuptse son espectaculares, siempre y cuando el mal de altura no haga que el dolor de cabeza sea la principal preocupación.
Daisuke y servidor vamos como decía muy bien acompañados. Las dos holandesas ciclistas que encontré en Nepal nos acompañan en esta travesía. Formamos un grupo atípico pues la mayoría de los turistas van precedidos de guías y porteadores. Nosotros acarreamos nuestros enseres y hasta algo de comida para abaratar el viaje a un lugar tan hermoso como remoto. El sendero está plagado de rocas en las que hay grabadas oraciones o mantras que acompañan al caminante rumbo a la cima de sus sueños. Es conveniente rodearlas en el sentido de las agujas del reloj. Sobre la piedra otros peregrinos han dejado anudados pañuelos de seda, llamados Kathas. Esos pañuelos de seda blanca son entregados también al viajero recién llegado como señal de buen karma, o también al clown que ha hecho una buena actuación, como me ocurrió en el espectáculo ofrecido hace días en Katmandú. Tampoco faltan las coloridas banderas tibetanas jalonando el camino con sus oraciones azotadas por el viento del Himalaya.
La sensación de doblar un recodo y enfrentar tu vista con el Everest, con el Lothse (otro mítico ocho mil) o con la hermosa Ama Dablam (6.856m) es inenarrable. Si las montañas tuviera sexo el Ama Dablam sería una hermosa dama, y el Lothse y el Everest dos apuestos galanes que, desde primera hora de la mañana, pretenden ganar los favores de la difícil dama. Con su silueta de modelo y su mirada siempre enfrentada al sol, el Ama Dablam no concede esperanzas a ninguno de sus altivos admiradores y, como toda hermosa fémina, el Ama Dablam sugiere más de lo que dice y promete más de lo que da. Al atardecer el Ama Dablam luce sus colores más atractivos y vuelve locos de pasión a sus dos apuestos galanes. Con su maquillaje de puesta de sol y su minifalda de inminente avalancha, el Ama Dablam sonríe a esos dos apuestos caballeros que hubieran vuelto locas a cualquier colina, pero que ante esa mujer no pueden más que morderse sus paredes de hielo y aguardar un terremoto para poder satisfacer sus deseos de roca.
Pero haber llegado aquí, al Paraíso de las alturas ha sido cuestión de suerte y paciencia. La avioneta de quince asientos, dos pilotos y una azafata no pudo despegar el día previsto. Demasiada niebla en Katmandú. Tras el madrugón de la cinco y media de la mañana y cinco horas de espera en el aeropuerto volvíamos derrotados a Katmandú. Al día siguiente tras sólo cuatro horas de espera en el aeropuerto, podíamos despegar y aterrizar en Lukla, donde el trekking comenzaría.
Con el corazon latiendo fuerte, Paz y Bien, alvaro el biciclown.
Stan Getz, Prelude to a Kiss, te lo hace mas bonito.
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