la medida del tiempo

La medida del tiempo

Ahora que celebro mi cuarenta y cuatro aniversario en compañía de Daisuke y su familia hago balance de cuántas puestas de sol he acumulado en este año, cuántas sonrisas, cuántas estrellas fugaces, cuántas lunas llenas he observado desde mi tienda. El resultado me dará la gráfica de mi felicidad. Empañada por esos amigos que se han quedado en alguna curva, como Kenny Shane, el hermano de Shelly con quién pedalee en Mongolia el verano pasado, y al que un mosquito de nada apagó su extraordinaria vida de veinticinco años como nómada. Kenny tenía cincuenta cuando la malaria cerebral se lo llevó en Camerún.

La muerte es el resultado lógico de la vida. No hay que temerla ni correr. Hay que hablar con ella a diario para, precisamente, vivir con más intensidad. En Japón no están acostumbrados a lo que los italianos llaman el dolce farniente. El hombre del puesto de la esquina en una calle cercana a la casa donde vivo ahora en Kyoto, y que vende bolitas de pulpo takoyaki, no cierra un solo día a la semana EN TODO EL AÑO. No, no es ambición económica. Es algo cultural. Piensa que no trabajar es malo. Por otro lado caería en una gran depresión sino trabajara. El tiempo libre puede llegar a ser ensordecedor.
He disfrutado de mi estadía en este país durante cinco meses. Una vez comprendí las reglas del juego en este nuevo tablero para mi llamado Japón:
  • – No se puede vivir con 4 euros al día
  • – El espacio de los otros es más importante que el tuyo
  • – Los japoneses no te dirán que haces algo mal, sino que se puede hacer diferente
Aparte de disfrutar de los onsen (video), baños públicos donde estar desnudo no es opción sino obligación, he pedaleado por uno de los países más seguros del planeta. En Osaka incluso llegué a dejar en la calle mi bici cargada con las alforjas durante los días que viví en casa de Shato, un japonés miembro de couchsurfing. Hay un código no escrito dentro de la cultura japonesa que permite que las cosas sean así: piensa antes en el otro que en ti. Cuando pedaleo por las aceras, compartidas por peatones y ciclistas, observo que los ciclistas locales van despacio. Pensando en que el peatón tal vez no le haya visto. No digo oído porque aquí solo yo toco el timbre. Lo aprendí en India y cuesta dejar ese vicio sonoro. Si en un cruce hay conflicto coche-bici, el coche siempre te dejará pasar. No hay invasión del espacio sino respeto del otro. Es así como se puede entender el alto nivel de seguridad en este país.
Por lo demás, y si tuviera que vivir aquí, me aburriría. Falta chispa, espontaneidad, alegría, azúuuuuuucar que diría Celia Cruz. Es la ventaja de no tener ni hipoteca ni alquiler. Ni siquiera tengo que hacer las maletas para irme. Las preparé hace casi siete años y desde entonces nunca las he deshecho por completo.
Este año, especialmente estos últimos seis meses, mi trabajo al pie del ordenador ha crecido considerablemente. La razón es que en un mismo año se me ha juntado un nuevo libro y el nuevo documental. No hago estas cosas por afán mercadotécnico, como cariñosamente me previene un amigo, sino por una necesidad vital: trasmitir una extraordinaria experiencia. Hay viajeros que no desean contar su vida a los demás en forma de blog, libros o charlas. Todo mi respeto y admiración. Y otros que empiezan con esa idea y la van poco a poco modificando hasta llegar a algo parecido a un blog. Como mi amigo Salva que ha publicado sus pasados años de vuelta al mundo en una web. Un relato apasionante que vuelvo a recomendar.
Escribir un libro es tarea al alcance de muchos. Escribir un buen libro que pueda ser leído por diferentes generaciones no está al alcance de cualquiera. Yo aspiro a esto último. Aspiro. Si tus deseos son altos tus resultados serán de altura. Si son mediocres así será tu trabajo. Hasta que me metí a escribir el guión del documental, a elegir planos y a montar escenas, pensé que lo del libro era difícil. Un documental es mucho más complejo. No solo hay texto sino además imágenes. Un documental es como un libro en tres dimensiones. Si además eres productor y debes buscar financiación tus horas de trabajo son infinitas. Un error de cálculo me hizo pensar que podría conseguir 500 personas que, aportando un poquito, estarían ilusionadas en participar en ese proyecto de documental llamado La Sonrisa del Nómada. Me equivoqué: han sido la mitad de las personas las que, aportando un mucho, quieren colaborar. Las redes sociales actuales pueden ayudar a difundir tu mensaje o conseguir el efecto contrario: fragmentar tu voz. He abandonado facebook porque me daba demasiado trabajo desetiquetarme de fotos en las que no aparezco y eliminar publicidad de mi muro. Entre esta web, el twitter, el clownfunding, el libro, buscar contactos para hacer espectáculos, gestionar envío de repuestos…, voy sobrado. No quiero perder puestas de sol, ni dejar de ver estrellas fugaces, ni hacer malabares con siete pelotas.
La medida del tiempo la marca la rapidez con la que te duermes por la noche. Si te cuesta mucho es que vas muy rápido.
Rumbo a Cairns, Australia, pero aún en Japón, agradecido a todas las personas que me han ayudado en este gran país, Paz y Bien, el biciclown.
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Un onsen en medio de la naturaleza en Shiretoko Parque Nacional
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Otro que vive sin importarle el reloj De Otaru a Maizuru (24h) 120 euros clase económica

 

5 comentarios en “La medida del tiempo”

  1. Bici clow.. Antes q nada déjame emitirte mis mas sincera admiración en lo q haces, soy aficionada a bici de montaña pero el trabajo y el diario vivir no me deja seguir mis sueños a pedal, sigue adelante y disfruta de esta travesía q muchos admiramos y respetamos, pero no nos atrevemos, q Dios te bendiga a cada paso y desde Ecuador la mejor de las vibras en tu sueño. Sigue adelante. Gabriela Acuña Quito Ecuador.

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