La lección del colibrí

Curtis se dedica desde hace unos 8 años a capturar, por apenas unos minutos, a cientos de colibrís que hacen parada en su granja de Dunster (cerca del Parque Nacional de Jasper). Los pesa, los mide, y les pone un aro diminuto en una patita (más diminuta aún) con un número y una letra que sirve para identificarlo en el futuro. No es la primera vez que captura de nuevo al mismo pájaro que le visitó el año pasado. Es como si los pájaros le buscasen. La balanza para medir el colibrí es minúscula y en su pantalla de cristal líquido los números que se muestran no son muy elevados. Un colibri de unos 4 años puede pesar 3 gramos y medio. El hermoso animal, cuyo plumaje es de un colorido exquisito, se agita nervioso en el traje de algodón con el que Curtis lo inmoviliza durante la operación. Durante apenas unos segundos, y justo antes de lanzarlo de nuevo al aire para que continúe su viaje de vacaciones de Mexico a Alaska, me lo deja sostener en la palma de la mano. Tres gramos son difíciles de sentir, pero los latidos de su corazón son inequívocos. Está vivo y nervioso. Si cierro los ojos puedo percibir que en mi mano hay un ser vivo. Esta criatura no viaja por corrientes de aire caliente sino que lo hace a baja altura pues necesita alimentarse frecuentemente del néctar de las flores. Su cuerpecito no puede almacenar mucha comida. Su vuelo es nerviso y sus alas le permiten que pueda volar hacia atrás. Una proeza más de este compañero nómada que nos deja a todos con la boca abierta y con una lección para aprender: cuanto más ligero vayas más lejos llegarás.
Curtis vive en una granja hermosa en un valle que invita a quedarse. Bonnie confirma con sus pizzas, pollos, pasteles de manzana con crema, panquekes y cafes, que es el lugar adecuado para parar unos días. Juntos han celebrado ya las bodas de platino y la razón de que abran su casa, su cocina, y sus corazones de par en par no es otra que la siguiente: cuando sus hijos han viajado les han brindado hospitalidad en muchos lugares y ellos se sienten que deben hacer lo mismo. Pero la hospitalidad de Curtis y Bonnie es mayúscula, como la proeza del colibrí. Llegué a su granja acompañado de dos ciclistas con las piernas depiladas y de Pablo el argentino. A las chicas las encontramos hace unos días en la ruta. Vienen en un viaje de casi tres años desde Argentina, siguiendo más o menos la ruta del colibrí. Es decir una ruta que no tiene más planes que el que marca las flores del camino.
Curtis colecta carruajes antiguos (de los del oeste) y los ha convertido en casitas unipersonales. Esos carromatos eran usados no hace muchos años en la zona de Montana (USA) por pastores de ovejas que las conducían durante semanas y semanas por quebradas y valles hasta nuevos pastos. Los conductores de esas caravanas eran en muchos casos vascos, admirados por su destreza con las ovejas. Un par de personas podían hacerse cargo de unos mil ejemplares sin perder uno solo. Vivían en esas caravanas que hoy sirven de alojamiento a ciclistas en casa de Curtis y Bonnie.
Hasta su perra es adorable. Un magnífico ejemplar de pastoreo, blanco como la nieve, que nos recibe sin alardes ni lametazos. Como Curtis y Bonnie. Quieren escuchar nuestras historias del viaje pero no nos acribillan a preguntas, y dejan que las historias se vayan extendiendo por la mesa, al rítmo, unísono y constante con el que Bonnie extrae las pizzas del horno de leña. Una pizza pide una buena compañía y cerveza. Bonnie también hace cerveza. Los ciclistas nos miramos sorpendidos. Ni Pablo que lleva en ruta 11 años, ni yo con casi 8, conocemos el origen de tanta hospitalidad. No hay fórmulas matemáticas para explicar la bondad de esas personas que, sin conocernos en absoluto, nos agasajan con comida y calor humano. Si por ellos fueran nos podríamos quedar alli toda la semana. Pero nuestro viaje, como el del colibrí, debe continuar sin planes. Buscando solo la flor más exquisita en la que deternos unos días más y saborear la vida.
Paz y Bien, el biciclown.
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Con Curtis y Bonnie y más ciclistas
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Una casa también rodante
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Un latido muy pequeñito pero muy potente

5 comentarios en “La lección del colibrí”

  1. Que bueno verte rodeado de argentinos!! asi te vas acostumbrando… me encantan los colibríes… escribí un cuento que se titula «El canto del colibrí» Ya lo leerás….. un abrazo Cristina Ya regresó Horacio habló con tu flia….lo pasó bién…

  2. La verdad hermano cada vez que leo unas lineas tuyas recuerdo la cosa realmente importante de la vida. La cual es vivir el hoy porque es lo unico que realmente tenemos. Un gran abrazo desde Venezuela!!!

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