el mundo en que vivimos

El mundo en que vivimos

En el libro África con un par relato la situación con más detalle. Baste aquí recordar que era un domingo cuando toqué las puertas de aquélla Iglesia en Agbor (Nigeria), pidiendo asilo por una noche y que cuatro días mas tarde saldría de allí en ambulancia rumbo al hospital donde me salvaron la vida en mi primera malaria cerebral. Era el año 2005.

Quince años más tarde, en un pueblo de Suiza, me aliviaron un fuerte dolor de un cólico nefrítico con calmantes.

En ambos casos la atención fue profesional y en ambos casos pude pagar la factura.

Haber vivido ambas situaciones y muchas otras similares (también tuve que ir a un hospital en Perú, Australia…) me hace reflexionar sobre cómo el ser humano gestiona el dolor de sus semejantes.

Sin entrar a valorar si es mejor un sistema público o privado, porque a veces las palabras envuelven realidades demasiado complejas, si puedo decir algo: el cariño y la empatía se puede dar en los seres humanos sin importar el sistema de salud, el país o la cultura.

Solo partiendo de mi experiencia de haber viajado por 120 países en bicicleta durante quince años, puedo afirmar algo: he recibido más hospitalidad en los países cuya economía era más frágil.

No deseo sacar conclusiones para una tesis doctoral de la humanidad pero es evidente que a mayor prosperidad económica mayor nivel de individualismo. Lo he visto ahora en Suiza y lo había comprobado también en Noruega.

Es posible que todo funcione perfectamente en esos países en los que todo el mundo tiene un buen salario, atención médica cubierta, la jubilación más que asegurada, y el problema se de cuando un elemento extraño a esa sociedad accede a ella y comienza a tocar puertas.

La solidaridad, como la educación, la limpieza y tantas otras cosas, es un hábito. Quien no se levanta en el autobús a cederle el asiento a una persona que lo necesita más por su edad o salud, dificilmente va a ir a trabajar de voluntario dos meses de su vida o a hacer una donación de sangre o a ser miembro de alguna organización de ayuda a las víctimas de una guerra. No tiene el hábito.

En Nigeria, tras una semana en el hospital, no me querían cobrar. Recuerdo que tuve que insistir muchísimo. El hospital en el que me salvaron la vida tenía muchas ventanas sin cristales y en el baño de mi habitación recuerdo que no había luz. Era un buen hospital para los niveles de ese país.

En Suiza, tras unos minutos en la ambulancia, Claudia metió las manos en el bolsillo trasero de mi pantalón para acceder a mi cartera y sacar la tarjeta sanitaria y mi pasaporte, y así comprobar si iba a ser posible cobrar los gastos. El enfermero, Bruno, me entregó al irme del hospital cuatro pastillas para el dolor y cuando le pedí una más me comentó que como iba a salir pronto de Suiza la podría conseguir en el siguiente país.

Llevo varios días reflexionando porqué en ambos casos no recibí el mismo trato humanitario y si hay alguna relación entre una mayor estabilidad económica y una mayor solidaridad, empatía, compasión…

La Organización Mundial de la Salud establece una relación directa entre tasa de suicidios y nivel de ingresos. Los países con más ingresos tienen mayor número de ciudadanos que deciden poner fin a sus vidas a diferencia de países más pobres, cuyos habitantes tienen más deseos de vivir.

En África la gente se pone la sonrisa y luego los zapatos (si tienen). Al menos es lo que vivi durante tres años. Les faltaba comida, ropa, sanidad, seguridad…, pero rara vez la sonrisa. Como payaso que he ido ofreciendo espectáculos gratuitos por el mundo en lugares humildes, llegué a la conclusión de que quien necesitaba reirse no era tanto la gente más humilde, sino los más ricos.

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En Suiza me cruzaba a diario con ciclistas en bicicletas eléctricas, motoristas, gente en Lamborgini, Porches…, y rara vez sonreían. Ni siquiera me miraban.

Mi clown era más necesario en países más ricos pero me faltaba la motivación para hacerlo allí. En realidad en África lo que hacía era darles cariño más que hacerles reír. Era recordarles que alguien se preocupa por ellos, alguien viene a darles atención. Eso era más importante que la risa.

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Cuando un extraño te mira a los ojos te hace visible, te hace presente, te da su atención y su tiempo. Para su mundo y entra en el tuyo.

Al volver al hospital en Suiza al día siguiente y cruzarme con personas que me habían tratado, sus miradas se desviaban evitando la mía, ignorándome, negando mi presencia, haciéndome invisible. Un sordo te puede entender si te mira. Un ciego te puede sentir si te escucha.

La indiferencia es una droga que va matando poco a poco tu sensibilidad. Primero se hace más efectiva con los extraños pero un día pero tarde o temprano funcionará también con los amigos más cercanos. Todo es cuestión de práctica, todo forma el hábito.

A fuerza de sonreír día tras día nuestra sonrisa se hace natural.

Y quien no lo hace, el día que lo intente no obtendrá más que una mueca.

Las personas que más me han ayudado en Suiza han sido personas que han viajado, muchos en bici, personas que han conocido otras realidades, que han visto otras formas de actuar del ser humano, mucho más solidarias que en su propio país, y eso me hace reflexionar que viajar (no en avión, ni de hotel en hotel) puede ser una medicina contra la indiferencia, contra las miradas esquivas, contra las manos que buscan tu tarjeta sanitaria antes que tu propia mano.

El origen de muchos viajes suelen ser los libros de viajes. Al leer historias de otros viajeros crece en ti la curiosidad por viajar. Otros lo han hecho y hablan maravillas de esas otras personas de allende los mares, siembran en ti las ganas de salir de tus cuatro muros en los que todo es previsible y te invitan a salir para conocer.

Entonces descubres que hay otras formas de relacionarse entre los seres humanos, que tal vez tu país, tu ciudad y tu barrio no es el más solidario. Y cuando regresas intentas aplicar lo aprendido porque te hace sentir mejor.

Cada vez es más fácil viajar, los billetes de avión son mucho más económicos que antes, y es posible llegar en unas horas a la otra punta del mundo. Pero no hay aprendizaje cuando el viaje es tan rápido, cuando comes y bebes lo mismo que en tu país, cuando ni siquiera aprendes unas palabras del idioma local, cuando no visitas sus mercados, no te mezclas con la cultura local (no me refiero a ir a los museos), cuando lo que haces es ir hotel en hotel, no has salido de Matrix. Has ampliado el tablero de juego pero aún lo tienes todo controlado.

El día que empiezas a tocar las puertas de los corazones de las personas de otras culturas te das cuenta de que las reglas no son las mismas.

Si pretendemos suplantar la humanidad, la solidaridad y la empatía, con el producto interior bruto, solo conseguiremos deshumanizarnos. Y lo que he vivido por el mundo es que a mayor estabilidad económica mayores son los niveles de indiferencia ante el extranjero.

Paz y Bien, el biciclown.

8 comentarios en “El mundo en que vivimos”

  1. Álvaro, no te puedes explicar mejor de lo que llevas años haciéndolo. Pero si llegar a entender tus reflexiones, relatos, libros y documentales, todos basados en tu experiencia, ya es inaccesible a la percepción correcta por el propio ser humano; y nos da señales de los valores humanos que se mueven a nuestro alrededor.
    Buenas experiencias has topado en éste viaje y, que nos REGALAS con el único fin de despertarnos como seres humanos . Si no se entiende, es porque creo en el fondo no se quiere entender. Es lo que tiene creerse libre.
    Un abrazo infinito.

  2. Que admirable tus vivencias, soy motoviajero, y comparto todo lo que dices. Me identifico, al igual que tu.
    Por ejemplo con la escasez en Cuba, pero en su abundante humanidad!..
    …con las comodidades en una casa de campo en un pais primermundista, pero en la tremenda frialdad con sus vecinos…
    Asi que he aprendido que debe existir un equilibrio entre estas dos partes. Un abrazo Alvaro. Eres un gran ser humano!

  3. Alvaro, desgraciadamente el sistema atrapa y debora a la gente.Les hacen creer que es lo mejor para ellos.Son esclavos del sistema y solo se miran su ombligo.Despues de dos años viajando en bicicleta por el mundo, todavia tengo familiares que no acogerian a un ciclista en su casa.Es imposible convencerlos, piensan que somos parasitos de la sociedad.Triste pero cierto.Un saludo.

  4. Tan real como la tristeza que despierta la indiferencia…. Soy de Argentina y estuve un tiempo viajando en bicicleta por Suiza, conocí gente muy buena y hospitalaria pero todos eran viajeros (biciviajeros).
    Desde los países más pobres siempre miramos lo bien que está el resto (como si no hubiera razones ni historia que lo explicara pero eso es para otra historia) y creo que estos relatos son un llamado a entender que no son perfectos, su país es rico pero sus habitantes pueden ser egoístas e individualistas.
    Y que suerte tenemos todos los que un día elegimos una bicicleta como medio de transporte para un viaje porque realmente te acerca a otras realidades. Buen viaje!!

  5. El mundo en que vivimos…se me viene a la cabeza al leerte la canción: Is this the world we created? (Es este el mundo que creamos?) Todos somos co-creadores..con lo que hacemos, decimos, pensamos, sentimos y dependerá de que cada uno aporte su mejor parte de todo eso para que la moneda de cambio pase más por el amor, la empatía, la sonrisa, el compartir, el tender una mano, que al final del cuento..es lo único que nos llevamos..No nos llevamos NADA de lo material..ni el cuerpo!..Gracias por ser un gran exponente de paz, bien, respeto y sonrisas cósmicas, siempre escaneándote y mejorándote tu primero..predicando con el ejemplo. De eso se trata..Abrazo

  6. Estos días leyéndote me has recordado lo que ocurrió en España hace unos años con el tema de atender extranjeros en la Sanidad pública. En varias Comunidades Autónomas los políticos de turno dictaron la orden de prohibir el acceso a la atención sanitaria a los extranjeros sin documentación en regla, salvo en casos extremos en los que deberían acudir a urgencias del hospital. Mi médico de familia se negó a obedecer esa orden, y recuerdo que en su sala de espera era frecuente ver algún paciente de su lista oficial acompañado por otro que era el que realmente iba a consulta. Este médico es un hombre sabio, humilde y entregado, fiel a su conciencia y sus valores personales en lugar de seguir el dictado de Matrix. No fue el único, al cabo de un tiempo tuvieron que derogar esa orden insolidaria y carente de humanidad. Admiro tanto a este profesional abnegado de la salud que le dedique mi marca de café! 🙂

  7. Solo desearle que esté mejor, darle las gracias por poner palabras bien escritas sobre el sentido de la vida, su tristezas y alegrías, sin juzgar…
    Testimonios que deben hacernos reflexionar…
    Deseándole lo mejor y sobre todo salud para seguir sus viajes que hacen soñar a tantas gente…
    Cuídese mucho,

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