Conseguí tras mucho llorar que al menos no me cobrasen otros diez euros por la bici. Solo veintitrés por un trayecto hermoso que no lo es tanto en coche. Al menos me negué a que otro oficial chino viniese en el coche.
El jefe de policía, ante mi actitud un tanto provocativa, no sabía si reír o bajarme del vehículo. Haciendo uso de toda su memoria se acordó de que en su infancia llegó a emitir un sonido parecido a la risa y lo reprodujo tan bien como pudo.
Nada más cruzar el paso de montaña me bajé del vehículo, armé la bici y entré a Pakistán pedaleando. Aunque esto no es muy cierto por dos motivos. Uno porque era bajada y no tenía que dar pedal, y el otro porque la frontera pakistaní estaba a casi noventa kilómetros y no llegaría hasta un día más tarde. Es decir, pasaría un día en tierra de nadie, sin sello en mi pasaporte, huido de los ordenadores que todo lo saben.
No podía desaprovechar esa oportunidad única de bajar por el Kunjerab pass en otoño. Los árboles ofrecen todos sus amarillos y ocres burlando la vigilancia del viento que pretende desnudarlos, y que corre como un Fórmula Uno por el cañón de roca y vértigo. El río Kunjerab me ofrece sus aguas más limpias para rellenar mis botellas y el cielo, tan perfecto que no cabe una nube, pone fin a la locura desmedida de unas montañas que no paran de crecer estrellándose contra el azul infinito. Estoy en uno de las rutas más hermosas del mundo en pleno otoño. Cuando los árboles llenan los mercados de nueces y los campesinos se recogen a las seis de la tarde para tomar té alrededor del fuego. En un país con más de treinta y dos lenguas, la comunicación no puede ser más fluida cuando la sonrisa vuelve a ser lenguaje universal. ¿Será casualidad que una vez más vuelva a recibir tanta generosidad en un país musulmán? Si hay mejor hotel en el mundo que el que tengo ahora quisiera verlo. Con un río de aguas purísimas dándome de beber, unos árboles de colores imposibles protegiéndome de lobos y leopardos de nieve que habitan estas latitudes, y unas montañas de nieve que no hacen más que relantizar mi marcha para poder contemplarlas con calma. Solo algunas caderas de mujer han conseguido ese efecto, pero de eso hace ya tanto? Las mujeres han desaparecido de nuevo de las tiendas y de los restaurantes. Solo hay hombres. Ataviados con sus largas camisas y sus gorros de lana llamados Topi. Desde que lo vi me encantó. Da calor, es ligero y se guarda en un puño. Hoy he conseguido un local al que cambiarle un gorro que traía desde Kyrgigistan. Todos contentos.He parado un poco en Karimabad cuyo fuerte preside las alturas y vigila que las montañas de más de siete mil metros no sigan creciendo. Debo parar unos días a recuperar el aliento ante tanta belleza.
Y al respecto recuerdo una estrofa de esa canción, llamada La Belleza del gran Aute:
«Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar tu mirada»
La Belleza abunda en la Karakorum High way: en sus altísimas montañas nevadas, en los valles en otoño y en la hospitalidad de sus habitantes.
Desde su corazón, día 1421, Paz y Bien, el biciclown.
Baño helado a 4000 m |
Años lavando así |
Todos los dias rodeado de gigantes |
De las pocas sonrisas chinas | Café con vistas | Noche de estrellas |
Karimabad | Muchos más perecieron | Toda una vida en este valle |