«Más de cinco millones de dólares se movían cada fin de semana en el pueblo», me comenta un vecino de La Hormiga.
«Todo ese dinero del narcotráfico no dejó aquí nada bueno. Ni obras públicas, ni hospitales…; apenas viudas y huérfanos», prosigue.
La ruta es una montaña rusa de cantos rodados. Después de Santa Ana se acabó el pavimento y comenzaba el martirio. Una tortura tanto física como síquica. Con el fin de evitar que el camino sea un barrizal al mínimo aguacero, los vecinos han arrojado en la pista piedras del río, redondas y grandes como una sandía. La velocidad que se alcanza bajando no es muy superior a la de la subida de las brutales rampas. Muchas de ellas del 10%. Para hacer más entretenida la pedaleada hay que compartir el estrecho espacio con camiones de petróleo, y con carros privados que trasportan pasajeros con la urgencia de quien lleva un enfermo terminal. La tortura síquica es debida a que cada cierto tiempo hay un trozo de carretera pavimentado. Puede durar trescientos metros o tres kilómetros. Cada cachito arreglado es un pedazo de cielo azul en la tormenta, un oasis de paz o un tronco para el naúfrago, pero no tarda en llegar la tormenta, el oasis es un espejismo y el tronco apenas una ramita. Y así prosigue la carretera hasta La Hormiga durante más de siete interminables horas en el sillín. La media de ese día era de apenas 9 kilómetros a la hora. Como siempre puede ser peor, llegando a La Hormiga con los últimos cuatro rayos de luz Karma se pinchó. Paciencia y a reparar. Los bomberos de ese pueblito nos debieron ver tan cansados que no se negaron a que pasáramos la noche allí. Y no una sino dos, debido a que al día siguiente había elecciones en Colombia y las fronteras terrestres estaban cerradas.
Recuperadas las fuerzas para asir el manillar con fuerza en ese camino de cauce de río seco, volvimos a la marcha para salir de Colombia. Las últimas casuchas que se agolpan sobre el puente internacional del río San Miguel desprenden un hediondo olor a combustible. En Ecuador ese líquido es mucho más barato que en Colombia y el contrabando es la fuente de ingresos de muchas familias. Lo mismo ocurría en la frontera entre Colombia y Venezuela, con el evidente peligro que conlleva que un carro vaya cargado de contenedores de plástico llenos de gasolina. Recientemente un viejo autobús con más de 34 niños ardió en llamas cerca de Barranquilla por tal motivo.
Los chinos ya han agujereado la amazonía en Ecuador
El edificio de Inmigración Ecuato-colombiano parece diseñado por un arquitecto soviético. Puro bloque cuadrado de cemento. Dentro de sus oficinas con aires de sala de concierto, los funcionarios de ambos países comparten escritorio y hasta ordenador para mirar el facebook. Con parsimonia analizan cada caso, no por meticulosidad, sino por aburrimiento. Hay menos tráfico en ese frontera que entre Indonesia y Timor del Este. Se entretienen buscándome por el facebook y, tanto relajo, provoca que me estampen de nuevo la entrada a Colombia y no la salida. No hay problema, para eso está el sello de ANULADO.
Nada más cruzar a Ecuador se percibe un cambio con respecto a Colombia. No sólo porque las carreteras son mucho mejores, sino en el ambiente. Las plantaciones de cacao comparten espacio con el oleoducto y la gente aguarda dentro de la marquesina de turno, con europea paciencia, a que llegue el autobus. En el primer pueblo que entramos, Lago Agrio, las aceras son grandes y están niveladas, hay menos ruido y más limpieza que en Colombia. Nos dirigimos a los bomberos pero la hospitalidad de Colombia no se repite aquí. No nos dejan pasar la noche. Lo intentamos en la Cruz Roja con igual infortunio. Seguimos unos kilómetros pero la lluvia nos detiene en un estación de servicio. Allí, Rita, con ciertas dudas, nos deja acampar en una sala vacía, sin luz pero con agua. Es la primera noche en Ecuador y aún llegarán muchas más: en la carpa, en escuelas de pueblitos que no aparecen en el mapa, en capillas en desuso y hasta en unas piscinas de agua caliente; el horizonte del nómada es tan corto como la visión de un miope. Mientras la mayoría de los seres humanos encuentran seguridad y fortaleza en su casa, su trabajo, su familia, su carro…; el nómada lo descubre en la sombra que dibuja su perpetuo caminar. Una sombra que desaparece durante días. La lluvia nos recibe en Ecuador y durante tres días el gris y el verde son los únicos colores del ambiente. El paso de Papallacta de 4.060 m nos lleva dos días entre frío y niebla y es la última barrera para llegar a Tumbaco. Allí volvería a ver a Santiago y a su familia a quienes conocí hace doce años. Así lo relato en el libro Kilómetros de Sonrisas
«Tenía ganas de reencontrarme con Pablo y Horacio. Ellos ya habían llegado a Quito hacía unos días y me estaban esperando. Se alojaban en casa de Santiago. Otro mecánico que había hecho un hueco en el salón de su casa para meter a dos desconocidos invitados.
El reencuentro lo celebramos en una pequeña finca de Santiago, a las afueras de la ciudad, en donde cumplimos una antigua promesa…»
El reencuentro lo celebramos en una pequeña finca de Santiago, a las afueras de la ciudad, en donde cumplimos una antigua promesa…»
Paz y Bien, el biciclown
Entre la niebla de Papallacta hacerse ver es vital
De Santa Ana a La Hormiga no hay tiempo para cantar
Hola Álvaro y Martina, emocionado con tus aventuras y feliz con los logros de los colombianos nairo quintana y Rigoberto uran primero y segundo en el giro de Italia. Saludos y que Dios los siga protegiendo de todo mal y peligro.
Obstáculos diarios, que nunca faltan, sobre todo esos aderezados por la codicia y la sinrazón que tanto nos define.
Menos mal que grandes Encuentros os esperan», tan únicos como añorados.
Que lleveis buen Camino!
Muchos pensamientos y añoranza desde Madrid.
Espero que te vaya todo bien en Ecuador. Un cordial saludo