(Albania). Me he dado cuenta que desde que he llegado a esta parte de Europa estoy pedaleando a la defensiva. Mirando de forma permanente por el espejo retrovisor y hasta deteniendo a los coches con la mano para evitar ser atropellado. Son muy bestias. En concreto la ruta entre Split y Dubrovnik la he denominado la carretera de la muerte. No hay ni veinte centímetros de arcén o banquina y hay excesivo tráfico. Ni quiero pensar cómo será esa ruta en verano. Te la regalo. Ni se te ocurra hacer esa ruta en bicicleta. En ocasiones pienso si no seré demasiado crítico o puntilloso y por eso me alegra encontrar otros ciclistas que, al igual que yo, sufren y padecen esas mismas rutas. Un inglés al que encontré en Dubrovnik se bajaba de la bici porque no quería seguir jugándose la bici.
En Montenegro la situación no mejora. Es una cuestión cultural, entiendo, lo que ocurre aquí. Son personas que no están habituadas a esperar, a frenar, a dejar pasar. Me di cuenta en una Oficina de correos a donde fui a enviar un paquete. Dos personas que llegaron después de mi no se pusieron a hacer fila sino que se me adelantaron de forma descarada. Me sirve de análisis sociológico.
Tras detenerme unos días en la casa, container, de un warmshower en la costa de Croacia, llegué a Montenegro como digo y lo atravesé por las montañas. Y vaya montañas. Las vistas desde los 1.400 metros de la bahía de Kotor fueron de drone. Hoy que está tan de moda ese aparato. Todo iba haciéndose más pequeño a medida que ascendía por las durísimas rampas. Mis fuerzas también disminuían. Pude llegar a la cima y descolgarme hasta un pueblito en el que, por tres euros y medio, dar cuenta de una cazuela de verdura con bacon en la que, al terminar, se podía leer dónde había sido fabricada sin necesidad de dar la vuelta a la cazuela. Tanto había restregado el pan contra la superficie para apurar la salsa.
Y a punto de salir de Montenegro me detengo a probar suerte en otro restaurante. Si que es barato este país. Por 4 euros tenía delante de mi un espectacular gulash. Pero no tuve que pagar. El dueño del restaurante Troja me convidó a su mesa y el gulash, el parfait, la cerveza y el café corrieron por cuenta de la casa.
Los ciclistas hacemos la digestión en el sillín y en esas estaba cuando crucé a Albania. Una frontera menos concurrida que la de la costa. Es un privilegio llegar en bici y adelantar a todos los camiones y coches que, minutos antes, te adelantaban como si les fuera la vida en ello. Y nada más llegar a Albania comenzó la mierdita. No se escribe así y posiblemente no se pronuncie exactamente así, pero si tu dices a un albanés, mierdita, él te responde mierdita. En el idioma local es hola. A más de uno le expliqué lo que significaba en español, pero pareció no importarle. Por ello en este país me encanta saludar a todo el mundo. Hasta a la policía parada en la carretera.
Nadie se molesta, más bien se alegran de que sepas algunas palabras locales.
Nada más cruzar la frontera hay un bar, Bar de Leo, en el que el sobrino Mario te cambia euros al precio oficial y te invita a un café. Gente HONESTA.
La primera noche y viendo una tremenda subida con mi nombre escrita en las rampas del 10%, decidí parar en el pueblo de Hot. De lejos se veía una Iglesia y de allí salía el cura. Le pedí un lugar para dormir y no dudó un segundo en ofrecérmelo. Hasta me invitó a la casa a cenar cordero con un vino local. Preferí montar mi tienda bajo los pinos y no subir la bici y las alforjas dos pisos hasta el dormitorio.
Bien dormido afronté la subida. Hasta mil metros de desnivel en cuarenta kilómetros. No podía más, así que hice noche en la terraza de un hotel en el que cené trucha con patatas y ensalada. Y como no cerveza local, marca Tirana, y un café. La gente en Albania es excelente. Todo el mundo se interesa por el viaje, y siempre hay alguien que habla italiano, inglés o hasta español, que aprenden por las telenovelas.
Hoy era la última subida. Otros mil metros pero en apenas 17 kilómetros. Los descensos son tan violentos como las subidas. Un poco apenado dejo Albania, y no porque ya no pueda decir mierdita, sino porque sus gentes han sido adorables.
Me reintegro en Montenegro. Paso la noche en el Hotel Rosi de Gusinje invitado por la familia y mañana sigo camino rumbo a Kosovo. Detrás de mi viene pedaleando un español, Alejandro, al que di Consultoría de Aventura hace unos meses y que ahora ya viaja en bici. Alumno aventajado.
Además viene de mensajero, porque en el bar de Leo me olvidé una libreta y él la ha recogido. Cosas del viaje.
Paz y Bien, el biciclown.