Vivir para contarla y contar lo que viví

Algunos creen que sufrir es innecesario, que la vida es reírse, relajarse, buscar atajos, evitar el dolor, y así se la pasan buscando rosas sin espinas. Sólo las de plástico cumplen esa patrón; pero carecen de perfume.

En Pomabamba hay unas aguas termales que resucitan a un ciclista dolorido. Hay varias instalaciones pero Domenico me llevó a las de una anciana mujer que alquila cuartos privados con una bañera en la que cabe una ballena. Domenico se metió en un cuarto y yo en el otro. A cada uno nos costó 0,40 céntimos de euro el baño en aguas tan calientes como las de Hokaido en Japón. Todo el cansancio arrastrado se evidenció en ese baño y tuve que quedarme un día más en Pomabamba para juntar las fuerzas para seguir. Aproveché para visitar por la tarde la escuela-taller en la que Domenico y otros voluntarios dan clase. Ante esos chicos bien humildes hice un poco de magia y les conté historias de mi viaje.

La ruta rumbo a Chacas va adentrándose en la Cordillera Blanca, salvando precipicios, barrancos y ríos de bravo carácter. En invierno estas carreteras quedan cortadas por los derrumbes. Ahora es época seca y el polvo que levanta el autobús que me adelanta queda suspendido en el aire por mucho tiempo. Es malo para mis pulmones pero inofensivo para Karma. Sin embargo la lluvia que se presentó el día antes de llegar a Chacas era buena para mis pulmones pero terrible para Karma. Las ruedas patinan, el barro debilita los frenos y la belleza de las montañas queda oculta bajo una nube islámica.

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¿Escapado en solitario o último del grupo?

Algunas noches dormía en mi carpa y otras, como en Llumpam la municipalidad me dejó pasar la noche en la Alcaldía. Ocupé esa noche el salón de juntas y opté por dormir encima de la mesa, donde se toman las grandes decisiones, de este pueblito que vive en una curva de una montaña, tiene una calle principal, una iglesia sin cura, y dos restaurantes sin menú.

Unas cuantas subidas más por encima de 3.000 metros y podría llegar a Chacas donde tenía una cita con mi pasado. En realidad todo esta vuelta por el mundo supone, en su tramo por sudamérica, una reunión con mi pasado porque durante el 2.001 al 2.003 recorrí ya estos parajes. Aunque ahora busco mucho más las rutas secundarias, aquéllas que en el mapa son una línea de puntos que la calenturienta imaginación del aventurero convierte en algo cicleable.

Hace 12 años en Chacas estaba el Padre Hugo. Hoy está su obra, su espíritu, pero no su presencia, porque la salud lo tiene retenido en Lima. Los salesianos han hecho una gran obra con la Operación Matto Grosso. Han dado formación, educación y empleo a muchos jóvenes. El ambiente que se respira en la casa central de Chacas es de trabajo y dedicación. Muchas familias italianas viven allí desde hace 20 años. Algunos estaban allí cuando yo pasé hace 12 años. Ahora he vuelto a Chacas pero con dos diferencias. Vengo de la otra parte del mundo y he llegado en bicicleta. En la anterior ocasión debí hacerlo en autobús en un viaje que casi acaba con mi vida.

Ver el vídeo.

Como todos los domingos la misa de primera hora de la mañana atrae a muchos chicos de los valles que luego participan de actividades de la catequesis. Mi espectáculo sería, como hace 12 años, en la plaza central de la casa, después de la misa. Para ello tendrían que suspender algunas actividades doctrinales. Algo que hace 12 años no era problema alguno, pues el Padre Hugo entendía que la alegría es parte fundamental de las enseñanzas de Don Bosco. Hoy en día algunas caras amargadas no entendían porqué se suspendían las actividades por el show de un payaso. Mi show es gratuito y voluntario. Es decir lo hago cuando me lo solicitan. No era muy agradable esa sensación de sentir que estas interfiriendo en un trabajo, más que aportando unos valores a ese trabajo. Samuel me ayudó enormemente en la preparación del escenario. Algunos voluntarios no entendían porqué eran necesarios bancos para el público.

«Si al público les damos sillas, ya que las tenemos, le estamos tratando mejor que si lo hacemos sentar en el suelo. Y la risa brota más facilmente», fue mi poco convincente explicación.

Mi espectáculo es un montón de trabajo. Para mi y para los que lo organizan. Se creen que porque es gratis se puede montar en cinco minutos en la esquina de una plazita. En fin, los que han visto mi trabajo saben que es un poco más complicado.

Andrea, otro voluntario italiano, me ayudó con la música y tampoco entendía esas caras de amargura que habitan en Chacas. Si el enfermo no quiere tomar la medicina de nada vale que el remedio sea bueno.

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Por fin llegó el momento de salir a escena, con bici y todo, y de llevar todo lo que he ido aprendiendo durante tantos años. La risa volvió a calentar la fría plaza y hasta me pareció que algunos de los voluntarios que no estaban muy de acuerdo con el show se reían. Fue hermoso. En todo caso siempre vale la pena regalar lo que mejor sabe hacerlo uno. Y entregarse sin dejar nada dentro.

Y mi recompensa fue encontrarme al día siguiente, cuando ascendía a la Punta Olímpica a Noel. Un chico que asistió al show y que se mostraba sonriente de verme de nuevo y de reconocer al payaso que ayer había llevado la risa a Chacas.

¿Cómo hiciste la tortilla?, fue su pregunta.

Dejé la pregunta en el aire y avancé hasta el taller de los salesianos. Allí debía hacer unos ajustes a Karma. Un pie plano para que la pata de la bici no se entierre en la arena, un nuevo espejo retrovisor, y una plancha de metal para que la cafetera se sujete en la MSR. Unos genios esos hombres del taller mecánico. Si les hubiera pedido una bici nueva la hubieran fabricado en media hora.

La Punta Olímpica está a 4.900 metros y es una espina clavada en mi corazón desde que en el año 2.002 un autobús se quedó colgado del precipicio cuando el chofer saltó en marcha imposibilitado de frenar porque los frenos estaban congelados. Fui el último en abandonar el balancín y el primero en increpar al conductor por su cobardía. Podía haber dirigido el autobús contra la montaña, y chocarlo, para detenerlo, en vez de saltar y dejarnos abandonados a nuestra fortuna. Pero el destino no era morir aquélla tarde y debía ver el lugar de nuevo. Si, fue allí, nada más ver desde arriba la laguna a la que el autobús se hubiera encaminado rodando por la ladera lo recordé todo. El frío, la pequeñez del ser humano ante la muerte y el miedo a pasar por ahí de nuevo.

Tras dormir esa noche a 4.500 m. ascendí hasta la Punta Olímpica para depositar unas flores en una imagen de la Virgen que los salesianos habían colocado hace ya años para agradecer por la muerte, evitada, de unos voluntarios que habían quedado sepultados bajo una avalancha. No fui el único que salió con vida de la Punta Olímpica en estos años.

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Impedaleable

Ahora la carretera no pasa ya por la cima, pues han hecho un túnel doscientos metros más abajo. Pero valía la pena el esfuerzo de llegar arriba para ver el lugar del accidente. Los últimos doce años que he vivido han sido un regalo. No sólo por no haber caído por aquélla pendiente sino por la forma en que los he vivido. Al límite, entregando todo lo que llevo a las personas que me encuentro en el camino, regalando sonrisas y pensamientos, una filosofía de vida que nace de la pasión por seguir un sueño que tiene ruedas y una nariz roja como horizonte.

Paz y Bien, el biciclown.

6 comentarios en “Vivir para contarla y contar lo que viví”

  1. saludos alvaro cierto es que muchas cosas en esta vida se consiguen con esfuerzo y sacrificio y tambien que mucha gente no disfruta con ello y se resigna a otro tipo de vida.por lo demas ten cuidado en la carretera todavia te quedan muchios kilometros

  2. Es bueno saber que estàs protegido 😉

    Acà en Santa Cruz, Bolivia ya te esperamos.

    Buen viaje siempre y sigue llenando de sonrisas tu paso a pedales.

    Abrazo.

  3. Que envidia de experiencia estas viviendo. 12 años recorriendo el mundo en bici al ritmo de las mariposas. Yo soy lo suficientemente cobarde como para no atreverme ha hacer lo mismo.

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