Durante los 35 kms hasta la casa de mis amigos Joel y Cynthia no escuché un pitido. No me lo creía. Era como si alguien hubiera apretado el botón de Silencio en el mando a distancia. Extrañaba la banda sonora de bocinazos que tiene tanto éxito en India. La noche se tragó la carretera y la lluvia comenzaba a caer del cielo pero aún no había llegado a mi destino. El mapa ya estaba ilegible de tantas veces que lo había plegado y desplegado. Estaba en la calle correcta pero no daba con la casa 289. Un gimnasio ostentaba el número 289 que debía ser la casa de mis amigos. A Joel, brasileño, y Cynthia, canadiense, no les veía desde que les conocí en Sudán en el verano del 2.007. Ahora se habían trasladado a Bangkok y me ofrecían su casa para descansar y preparar mi siguiente etapa. Siempre que diera con ella.
Me encaminé hacia el gimnasio, vacío, salvo por un cliente y la profesora. Ella asomó medio cuerpo por la puerta y, sin tiempo apenas para decirla que buscaba la casa 289, me explicó con una sonrisa de decoración en sus labios, que estaba trabajando y que no me podía ayudar. La mujer no era Thailandesa; posiblemente europea. El avión me había depositado en una ciudad de neón, llena de buenos restaurantes y centros de masaje, con un alto número de turistas y residentes extranjeros, muchos de los cuales no han venido aquí para dar información a un tipo que vive en una bicicleta. Los únicos que sonríen de verdad aquí son los tailandeses. El tráfico es muy congestionado en la capital, Bangkok, pero todo el mundo espera pacientemente y sin manifestar su nerviosismo. Ese es uno de los grandes cambios que uno percibe si viene de India. Otro es que la gente no mira a mi bici sino que me mira a mi. Y otra novedad es que se ven mujeres en la calle. Y he de decir que menudas mujeres. Trato de cerrar la boca entre falda y falda pero es inútil. Si no son las más bonitas que he visto en mi vida le falta poco. Desde la que vende pollo frito, a la que barre la calle y por supuesto las que trabajan en los cientos o miles de Night Clubs, todas, son hermosas. Muchos turistas vienen a Thailandia en busca del turismo sexual. Abundan las parejas de sesentón con veinteañera que me producen cierto escalofrío en el cerebro.
Hay amores que tardan menos en nacer que un zumo de mango. (a 1 USD el kilo, de mango digo). He solicitado ya la visa de Indonesia (45 USD, dos días laborales para la gestión, dos meses de estancia y tres meses de validez). Para Malasya y Singapore no necesitaré pues se obtiene en la frontera. Y he tratado de visitar algún templo budista en la Venecia de Asia, como es conocida Bangkok, por sus canales interiores. Y digo he tratado porque las distancias son enormes y las calles tan modernas que uno termina perdiéndose. O tal vez sea por el sistema de navegación que estoy utilizando en Bangkok. No es un Gps ni una brújula. Me guío por las mujeres. Cuando veo una bonita la sigo hasta que me cruzo con otra que la supera. En política es cambio de chaqueta pero aquí se diría cambio de falda.
Os dejo que acaba de pasar otro bombón.
Desde Bangkok, día 1625, Paz y Bien, el biciclown.
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