La mujer de la foto ya me avisaba que si lo que deseaba era ir a Lima, el camino no era por ahí. Pero lo que importa no es el destino sino el modo de llegar hasta él. Mis etapas serían largas en las piernas y cortas en el kilometraje, con medias de 5 km/h. A veces menos.
Con un poco de queso de Chiquián afronté las primeras subidas hasta llegar a Ticllos. Allí existe otra Iglesia de la operación Matto Groso del Padre Hugo y pude pasar la noche en caliente tras hablar un poco de italiano con los voluntarios que amablemente me ofrecieron alojamiento. Las subidas eran largas y tarde o temprano acababan tomando la forma de serpiente para arañarle, en cada curva, los últimos metros a la montaña. Llegué hasta los baños de Uñoc al atardecer con la idea de pasar allí la noche, pero aunque estoy acostumbrado a ver poca higiene por el mundo, en cuanto entre en los baños se me quitó la idea de zambullirme en el agua.
Ay, dónde estarán los limpios baños japoneses… Los baños termales de Uñoc costaban 4 soles pero ni gratis me hubiera metido en esa poza.
El día anterior crucé el río Cajatambo para llegar hasta los 1390 metros. Hacía muchas semanas no había estado tan bajo. A partir de ahí todo sería subir y subir sin descanso. El paisaje a menos de 2.000 metros es casi desértico. Cactus y polvo del que, por arte de magia y algunas gotas de lluvia, surgen algunas flores que por ser escasas son aún más hermosas.
En el pueblo con forma de ballena, Cajatambo, encontré otro padre Italiano. El Padre Claudio. Había estado un tiempo en Chacas y, a raíz del asesinato de su amigo y Padre en la zona, decidió venirse a servir, hace 7 meses, al pueblo peruano. Cuando le hablé de mi proyecto en seguida me pidió que actuara para los chicos, pero en la caja que envié a Lima iba todo mi artillería pesada de clown. Sin embargo, me quedé al día siguiente para limpiar a Karma, lavar mi ropa, y ofrecer una charla con algo de magia improvisada a los chicos y la gente del pueblo. Un payaso no lo es por ponerse la nariz, dice mi amiga Wendy, y concuerdo con ella con mis acciones.
Charla mágica en Cajatambo
Con Karma reluciente subí primero el Paso Pacomayo de 4.540 y casi llegué también a coronar Punta Chanca, tras pasar una zona de minas abandonadas. Pero el granizo y la falta de oxígeno me aconsejaron dormir en la laguna que precede al paso. A casi 5.000 metros, tras haber estado todo el día ascendiendo, es difícil sacar fuerzas para cocinar. Las pocas energías que quedan son para admirar el paisaje desprovisto de presencia humana y sentirse privilegiado por contemplar algo que muchos verán sólo en fotos. Un pájaro sobrevuela la laguna desafiando el cortante y helador aire y, por si fuera poco, se detiene sobre la plataforma de agua en la que se recortan las montañas testigos de tanta belleza.
Antes de subir Punta Chanca
El sol derrite la nieve que por la noche cubrió mi tienda de campaña y emprendo la subida a la cumbre de Punta Chanca. De nuevo bajada a un pueblo, Oyón, que tiene más de dos tiendas y hasta internet, y de ahí hacia el paso más alto del recorrido. Abra Rapaz de 4.940.
Recorrer estos parajes con información es como jugar a las cartas sabiendo lo que tiene en las manos tu contrincante. Por ejemplo, conocía que después de romperme los riñones para coronar Abra Rapaz, tendría recompensa si llegaba en el descenso hasta Picoy, ya que cuenta con baños termales. No puede saber mejor un inmersión en esas aguas calientes a nadie más, que a quién ha estado todo el día pedaleando por las montañas y descendiendo por caminos de piedras, baches y precipicios. Los tres soles que cuesta la entrada (menos de un euro) con derecho a acampar y a bañarse de nuevo al amanecer son un regalo para el guerrero.
Flores en la adversidad
Campo de Futbol en Rapaz, si la bola cae va bien abajo
Ascensión al último paso
Subiendo aunque no lo parezca
En la morada del ciclista, como en la del pobre, las alegrías duran lo que una bajada sin curvas. Al día siguiente tuve que pagar, con lágrimas y sudor, las satisfacciones de aquél baño.
Del mismo pueblo de Parquín arranca una subida descomunal que es indicio de lo que vendrá después. Parquín estaba en fiestas, y hasta el Padre Luis, había venido de Lima para oficiar la misa. Incluso una banda de música recorría el pueblo, pero nada parece ser suficiente para alegrar a estos peruanos de la sierra. La banda toca porque les han pagado y no consiguen arrancar con sus notas no ya un aplauso, sino la presencia de los pocos vecinos de Parquín.
Durante días he visto más vacas, ovejas, llamas y alpacas que vehículos. Por días no veía siquiera un par de motos. Estos pastores motorizados me recordaban a los que veía en el Tibet. Ni aquéllos ni estos saludaban al pasarme. Debe ser que el frío provoca una economía de gestos y sonrisas. La mía se borró en los últimos kilómetros del siguiente paso.
El Paso Chucopampa es cruel; tanto como una mujer bonita que te rechazara día tras noche, noche tras día. Desde los primeros metros deja clara sus intenciones; destrozarte los riñones, los brazos y las piernas, acabar con tu oxígeno y tu paciencia. No permite ver la cumbre ni siquiera cuando te faltan cien metros para llegar. Es tan despiadado que te ofrece una bajadita en su parte final, haciéndote creer que se ha terminado la lucha cuando, en contra, lo peor está por llegar.
Los últimos 6 kilómetros no los puede pedalear debido a la cantidad de piedras del camino y a lo inclinado de sus pendientes. Empujar, parar, resollar, empujar, parar y resollar. Me sentía más como un montañero subiendo un ocho mil que como un ciclista. El reloj iba corriendo y aunque yo imaginaba que antes de las seis de la tarde estaría en la cima, a esa hora, las seis, aún me quedaban 3 kilómetros. El granizo complicó un poco más la situación y sin darme cuenta, la noche me envolvió en un manto negro. Era una noche sin luna.
Paso Chucopampa
Aunque parezca que había perdido la cordura mantenía conversaciones con el Paso Chucopampa. Le decía, por ejemplo, que no me ganaría y que ese día (bueno noche ya) lo coronaría. En otras ocasiones le daba las gracias por permitirme estar allá arriba y asumía con humildad mi inminente victoria. Pero todo era un sueño, porque el Paso Chucopampa tenía un as en la manga. No se de dónde se lo sacó pero de repente Karma, mi bici, se quedó bloqueada en el barro. Mis pies comenzaron a resbalar y las dos ruedas estaban envueltas en una firme capa de barro, compacta, más pegadizo que una mezcla de harina y huevo. Ni siquiera era capaz de empujar la bici. Avanzar un metro me llevaba cinco minutos, porque debía levantar literalmente la bici del suelo. No podía creer lo que me estaba pasando. La cumbre estaba allí, no la veía, porque era de noche, pero la intuía. Dejé la bici en el barro y, con una linterna, fui a buscar un lugar para plantar la tienda y descansar. En ese momento aceptaba mi derrota y tan sólo deseaba que la situación no empeorara más. Mi único pensamiento era cómo liberar a Karma de todo ese barro que, con el frío de la madrugada, al día siguiente sería una piedra.
Tenía hambre pero era consciente de que si comía algo lo vomitaría. A casi 5.000 metros, con el esfuerzo hecho en todo el día, mi estómago era un músculo tenso, aterido de frío y con calambres. Me preparé un te de coca y traté de evadir de mi cabeza todo pensamiento del paso Chucopampa, del barro, del frío…
Durante la noche sentía la nieve golpear suavemente el techo de la tienda. Era casi como una caricia, mucho más placentera de escuchar que la lluvia. Salí de madrugada a tensar la tienda que se había combado con el peso de la nieve y contemplé un cielo estrellado y una luna delgada, casi una insinuación de luna.
Por la mañana el sol me brindó su luz y una sorpresa. Había dormido exactamente en la cima del paso. Ni me ganó, ni le gané. La batalla había quedado en tablas pero me enteré al día siguiente. Con una de las estacas de la tienda fui quitando el barro (petrificado) de Karma y sonreía al ver que las ruedas giraban de nuevo. Todavía había barro en el camino, así que decidí evitarlo empujando a Karma por los pastizales hasta llegar a una zona con más piedras. Descendí por uno de los paisajes más hermosos que he visto en Perú, con paredes de gigantescas dimensiones pensadas para ser escaladas.
Llegué hasta Vicaycocha, que también iniciaba sus fiestas, justo cuando conducían los toros bravos del río a la plaza. A diferencia de en San Fermin, aquí en Perú los mozos del pueblo iban detrás de los toros con la botella de cerveza en la mano achuchándoles. En Pamplona los mozos corren delante del toro, jejeje.
Y otra vez para arriba, hacia el Paso Fierro Cruz, pasando por Chungar, un pueblo minero abandonado tras un desastre ocurrido en el año 1971. Fui invitado a pasar la noche en una Hidroeléctrica, con cama y ducha caliente, y al día siguiente coroné el antepenúltimo paso del recorrido, Abra Alpamarca de 4.710. El descenso me regaló, en el punto kilométrico de la foto, un Búho, sinónimo de buena suerte. Tal vez fue lo que evitó que la tormenta descargar con violencia sobre mí. Esa noche dormí en unas casas abandonadas ante la atenta mirada de un pastor, Alberto, que aseguró se compraría pronto una cocina como la mía.
Ocupando una casa abandonada
La carretera amaneció con nieve al día siguiente y atravesé el desértico Yantac, en cuya plaza hay una estatua a un sombrero, y entré en Marcapomacocha. Un pueblo cuyo nombre tardé días en poder pronunciar correctamente. Pero Doña Rosa me dio la explicación. Marca significa tierra, poma es Puma, y cocha es laguna. La tierra de los pumas y las lagunas. Y es cierto al menos la segunda parte porque todo el lugar está lleno de hermosas lagunas en las que ahora cultivan truchas como si fueran margaritas.
No sabía si podría culminar el último paso ese día, Abra Antacassa, pero no sólo lo hice (a pesar de tener 4.880 m.) sino que pude bajar hasta la carretera central el mismo día. Llegué a San Mateo, en una bajada digna de un gran premio de rallyes, adelantando autobuses y camiones, esquivando perros que salían a morderme de cada esquina… Conseguí un descuento en un hotel que, como no ofrecía desayuno, opté por preparármelo yo mismo en el baño. Suerte de que viajo con todo encima. El descenso de 107 kilómetros hasta Lima es épico. El paisaje va desapareciendo y sólo quedan montañas peladas, marrones y finalmente grisáceas, que encañonan mis pedaladas hacia la capital. Entrar en Lima en bici 12 años después, es como hacerlo en un pedazo adormecido de mi memoria. Recordaba que había pasado por Chosica, y creo que hasta dormí allí. Retales del pasado acuden en alguna curva a despertarme. Apartando microbuses con los codos y gritando a los taxistas que me cierran en los semáforos, voy ganando metro a metro, hasta llegar al Malecón de la Reserva. Un lugar privilegiado en Lima desde donde se observa el Pacífico. Y un lugar en el que una buena amiga, Wendy, me espera desde hace muchos años. Tantos como 12, los que pasaron desde que llegué a Lima, en bici, por primera vez.
Ahora descansaré unos días, me pondré al día con algunos deberes de escritura y logística, trataré de organizar alguna charla, participaré en un curso de clown y disfrutaré del presente; el único tiempo verbal con cierto sentido.
Paz y Bien, el biciclown.
Cajatambo, la ballena
La tormenta se viene
Colores y equilibrios
Llipa viejo, abandonado
El desayuno de la partida que quedó en Tablas
Ahora estaras Lima, descansando, despues de tantos pasos de alta montaña, seguramente bien merecido. Realmente un cruce que los «communes mortals» ni pensarian en realizar. Veo que la cafeteria Moka no te falta. Pregunta tecnica: no te convenia poner neumaticos de montañas?. Que este bien.
hola Claudio. No puedo llevar neumáticos para cada situación. Los que tengo van bien, fallan más las piernas que los neumáticos.
IMPRESIONANTE!!!! Biba zu!!!
Musuak Euskal Herritik.
Enhorabuena por completar la primera parte de la ruta Álvaro si; si a nosotros nos costó con 35 kg de bicicleta, ni nos imaginamos con 60! Si puedes hacer la segunda parte, hasta Huancavelica, no lo dudes, es aún mejor…aunque con las tormentas de esta época y el barro, no será nada fácil.
Hola Alvarito, leyendote me imagino pedaleando contigo y viviendo todas esas aventuras, ah, y que tal pablito garcia ahora se le ocurrio pedalear las antillas pero, primero se va a tomar unas vacaciones con su familia. ah y te cuento que hoy en cucuta no sé si en el resto de colombia, la bicicleta fue la reina de la ciudad, ni carros ni motos podian circular hoy, paz y bien para ti y que Dios te siga protejiendo de todo mal y peligro.
saludos alvaro ,tierras duras las andinas y el peru en particular con sus majestuosos condores que vi en el cañon del colca y donde a la misma hora el cielo se poblaba de esas aves en el punto llamado la cruz del condor. un problema es los cambios constantes de altitud donde el mejor remedio es tomorselo como los nativos con mucha calma. ya superaste una buana partedel camino ahora mereces un descanso disfrutalo campeon
Hola, bonito relato, he pasado por algunos de los sitios que describes (pero en un Land Cruiser!), imagino lo duro que debe ser en la bicicleta, aun asi, son paisajes muy bonitos que valen la pena ver. He dormido varias veces en Marcapomacocha y el frio alli es horrible. Que coraje el tuyo. Saludos desde Lima.