Crucé por el Paso de los libertadores a Chile y descendí las famosas curvas de los caracoles. Atrás quedaba una de las aduanas más complicadas de mi viaje. Los funcionarios chilenos tienen tantos controles (alimentos, pasaporte, propiedad de la bicicleta…) que me mandaron seguir sin haberme sellado el pasaporte. Tuve que volver, suerte que no había comenzado a bajar, para obtener el sello. Lo que no conseguí fue hacerles reír. Lo intenté con varios pero el chileno es un poco duro para esos menesteres.
En San Felipe me aguardaba un seguidor, bueno más bien cabe decir una familia que me sigue, y allí descansé entre comida y comida, un día. Debía seguir hacia Santiago para reencontrarme con mi amigo Carmelo. Un atípico cura salesiano con quién, junto con mi gran amigo Agustín otro profesional en eso de dar hostias, caminé por los Picos de Europa poco antes de emprender la vuelta al mundo. Diez años después el destino quiso que Carmelo estuviera destinado a Santiago de Chile y aquí nos encontráramos.
Durante una semana compartimos historias y me ayudó a organizar una de mis charlas en un Colegio Salesiano y uno de mis espectáculos en otro Colegio Salesiano de una zona muy humilde de la capital.
Dejé atrás la capital y a mi amigo Carmelo y puse rumbo al sur, por la autopista 5. No hay muchas opciones para ir al sur en cuestiones de carretera y la autopista ofrece una buena berma o banquina. Aunque está prohibido circular los funcionarios que vigilan los accesos hacen la vista gorda.
En San Fernando me esperaban un grupo de asturianos, con el Presidente del centro Pedro Vega a la cabeza. Me invitó un par de días a un hotel muy bonito Terracentro, y me sacó a dar una vuelta por el lugar. No una vuelta así no más, una vuelta en avioneta. Por las noches me llevaba a comer al Centro Español y allí conocí personajes de la emigración asturiana que rapidamente me enseñaron a jugar al Dudo.
En fin, días dulces. Mi camino seguía por la aburrida ruta 5. Tanto ruido de autos me obligó a ponerme tapones en los oídos. Dejé en Chillán esa carretera y me aventuré hacia las montañas. En Ralco se acababa el asfalto y comenzaba lo bueno. Caminos de piedras y tierra que me condujeron hasta Chenqueco. Una comunidad pehuenche en la que existe un colegio con niños internados. Fui a ver a la directora, Claudia, y le ofrecí mi show. En seguida aceptó. Me brindó una sala vacía donde podía dormir y hacer mis comidas y preparar el show. Sería al día siguiente, para los 150 alumnos y los profesores. Todos acudieron llevando sus propias sillas y convirtieron el salón en una carcajada. Me sentí a gusto entre esa gente.
«Tienes un don», me dijo Claudia al terminar.
«Tu espectáculo ha llegado en un momento en que necesitábamos reírnos», añadió.
Todo el mundo precisa de la risa, tanto como respirar. Pero no nos damos cuenta. Caminamos serios, no miramos a la cara de las personas que se cruzan en nuestro camino, y olvidamos que la sonrisa abre muchas puertas. Al menos a mí me funciona.
Paz y Bien, el biciclown.
me alegro mi amigo que este bien suerte y buen camino
Cuidadin por la carretera Alvaro. mejor ir por secundarias,lo de prohibir el alcohol y permitir el juego sera porque les reporta mas beneficios esto ultimo. me hiso gracia los de los profesionales de las ostias, meter en el mismo saco a los curas y los antidisturbios . por lo demas disfruta de la hospitalidad de nuestros paisanos y pasalo bien