Se llama Raúl, sonríe, y me da la bienvenida

Raúl es regordete y bonachón. Si Santa Claus fuera negro y tuviera gafas Raúl sería el modelo perfecto. Su madre es de Filipinas, tal vez por ello él habla apenas «un poquito» de español como afirma sonriendo. La mirada de Raúl disipa todos mis miedos, a pesar de que de su pecho cuelga la placa de Policía. Hasta me da a elegir en qué página del pasaporte quiero el sello de entrada a Casa Obama. Confío que este 5º pasaporte que he comprado (pagando 26 euros creo que comprar es más adecuado que solicitar u obtener) en la Embajada de España en Wellington (Nueva Zelanda) me dure más que el anterior, que apenas llegó a los 4 años. Cantando de alegría me voy a retirar las maletas y la bici de la cinta trasportadora. Todo llega en orden y me dirijo a la salida. Varios empleados del aeropuerto me quieren ayudar dirigiéndome a mi destino: la terminal de Go Mokulele. En una avioneta haré el trayecto desde Honolulu a Hilo en la Isla más grande de Hawaii. Agotado por el vuelo y despistado por la tremenda diferencia horaria (según la hora local, llegué a Hawaii antes de haber salido de Nueva Zelanda) no encontré a Pablo García. El argentino con el que cierro las páginas de Donde termina el asfalto me estaba esperando en la salida principal y yo salí, sin saberlo, por la de los grupos. El pibe se la pasó esperándome toda la mañana. Cuando nos crucemos en unos meses en Canadá me va a matar…

Go Mokulele también le dio trato de primera a Karma y me la llevó gratis a Hilo. Con el cambio horario el quince de abril sería el día más largo de mi vida. Monté la bici y las alforjas y salí pedaleando con la caja (que pesa unos 7 kilos) en una mano. Dentro de un mes necesitaré embalar de nuevo a Karma para ir a Alaska y no podía deshacerme de la caja. Con lo que me costó conseguirla…, gracias a Vathsan, un amigo indio que conocí en Mongolia hace años y que el destino me ha vuelto a presentar. Ahora es padre de una hermosa niña que aprenderá polaco a la vez que kiwi. Extrañas mezclas que hace la coctelera del amor.

La última semana en Nueva Zelanda fue intensa. La magia del viaje del nómada tiene estas cosas: cuando llegué en octubre del 2011 al país del kiwi no conocía a nadie y cuando lo abandono seis meses después me faltan días para despedirme de mis amigos. Nueva Zelanda ya no está en las antípodas sino en mi corazón.

Algo semejante, intuyo, me ocurrirá cuando salga de Casa Obama. Tal vez ni siquiera sea entonces Casa Obama, pues en noviembre hay elecciones generales y todo puede ocurrir. Entro en USA por su jardín más tropical, por el añorado refugio dorado de los pensionistas: Hawaii. En esta isla el olor a marihuana se extiende por el aire envuelto en palabras de Love, Peace y Hamburguesa. Los McDonald son de nuevo mi refugio en el que conectarme a internet. No necesito (ni falta que me hace) comer sus elaboradas hamburguesas, pues el wifi se extiende al exterior. En los supermercados se venden, por gramos, toda clase de semillas: lentejas, soya, muesli…, y aunque es un rollo rellenar bolsitas y bolsitas con ridículas cantidades, esa es la forma más económica de comer.
En esta isla, la grande, de cinco volcanes, es la semana del Parque Nacional del Volcán. Y coincide que estoy aquí durante la fiesta. Eso significa entrada libre al parque. Por la noche la caldera que está activa parece un brasero encendido en la mesa camilla de la abuelita. La noche deja ver su fulgor. El día apenas es una gran humareda. Parte del recorrido está cerrado pero aún así disfruto dos noches en este lugar mágico.

Cuando no acampo a más de mil metros de altura lo hago en alguna playa de arena negra. Alquien me ha dicho que es posible acampar incluso en las playas de reservas naturales si tienes una caña de pescar. No hace falta pescar pero si viene el guardabosques y le enseñas la caña, se entiende que no estás de camping sino de pesca. Cosas de gringolandia.

En apenas una semana de pedaleo ya le he dado media vuelta a la isla y ahora me dirijo a la montaña más grande de la tierra. Mayor que el Everest, si medimos las montañas desde la base. Y es que los cimientos de Mauna Kea están bajo el agua. Su cima llega a los 4.000 metros. Desde Kona son apenas 70 kilómetros y trataré de subirlo en dos días. No conozco a nadie que lo haya hecho con una bici tan pesada como la mía. Lo intentaré, pues las estrellas allá arriba deben brillar con más fuerza y el amanecer sobre las nubes ha de ser lo más cerca que uno esté de sentirse un ángel. Pero para subir me harán falta algo más que piernas…, tal vez alas.

Desde Kona, Paz y bien, Álvaro el biciclown.

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El gran crater, activo, en el Parque Nacional de los Volcanes

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Un lugar paradisíaco para acampar, y gratis, como la lluvia que cayó al amanecer

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El último avión del largo 15 de abril

8 comentarios en “Se llama Raúl, sonríe, y me da la bienvenida”

  1. Que la diosa Kane (diosa de los árboles y los bosques) y la diosa Pele (diosa de los volcanes y poseedora del poder de destrucción)te sean propicias. Largo viaje.

  2. Álvaro, eres un poeta del asfalto!!! me gusta cuando escribes de esta manera describiendo ambientes, olores y sabores. Ese es el verdadero sentido de la vida y la filosofía del camino, los asuntos humanos siempre serán los mismos sin importar la cultura donde estemos sumergidos.

    P.D : gracias por las recomendaciones para mi viaje, estoy en entrenamiento haciendo salidas cortas, en espera del gran camino…

  3. Mario Villegas Biciecuador

    Álvaro, che. sos grande, soy de Ecuador pero en mi bicicleta terminé de recorrer Argentina y sigo igual cumpliendo un sueño a pedal, Sudamérica en Bici. Eres quien motiva a cumplir lo que queremos. Saludos

  4. Ing. Jose Barredo

    Saludos amigo mio, te deseo que disfrutes tu estadia por Hawai es un paraiso (artificial pero paraiso al fin porque ni las piñas, ni las orquidias son autoctonas pero se ven bien) toma la naturaleza de la isla con calma y vas a descubrir cosas increibles. Cuando pases por Venezuela no olvides visitarme. Un abrazo desde aqui.

  5. hola Alvaro sigi «siguiendote» pero me he oeleado con telefonica y ya no tengo internet. Te oi en Carne cruda me encanta este programa. Acabo de

  6. Álvaro, una alegría volver a tener noticias tuyas. Te sigo con la frecuencia que tú permites y aunque no siempre escribo, recibo tus noticias, que me saben a aire nuevo, con gran emoción.
    Suerte, ánimo y que los vientos y las cuestas te sean favorables.

  7. ANGEL (CHE-ANGEL@HOTMAIL.COM)

    Que tal amigo, que buena aventura nos compartes, pero tengo una pregunta acerca de tu equipo… la casa de campaña que muestras en la fotografía, parece ser una APEX SOLO de la marca Eureka ¿es correcto? de ser así, ¿que opinión tienes de su desempeño?, pretendo comprar una y agradecería tu opinión. SALUDOS Y GRACIAS

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