Recobrando el latido

Cambiando lo de 2 de junio por 1 de junio, la escena se repetirá. No tengo miedo a los osos. Estos días en Anchorage he hablado con la gente, visto algunos documentales y, realmente, hay muchas más opciones de que me dispare un tiro un norteamericano de que me ataque un oso: negro o marrón (el oso). Tampoco tengo miedo a los mosquitos. Son la banda sonora de la taiga y la tundra. Tratar de huir de ellos es como pretender escapar del sol en esta época del año. Son 24h de luz y decidir cuando hay que dejar de pedalear, para cocinar, esconder la comida de los osos e ir a dormir, no tiene relación alguna con la cantidad de luz en el exterior.

Hoy he ido a caminar cuatro horas por el monte y el viento casi me ha tirado por un precipicio. Pero tampoco tengo miedo a ese viento. Por decirlo rápido no tengo miedo a esos elementos externos, solo respeto, pero si tengo cierta pereza a sufrir. A salvo de los camiones que trabajan en el oleoducto (razón por la cual existe esa carretera de grava, piedras y barro), no hay gente que se adentre en la Dalton Highway. Y saber que una vez me tire a esa piscina de osos, mosquitos, barro, viento, frío y constantes subidas, no hay marcha atrás, me da pereza. Y aún así lo deseo con toda mi alma.

Durante los días que he descansado en casa de Linda y Angie en Anchorage (gran hospitalidad una vez más la de esta gente que apoya a los warmshower), he conocido a otros ciclistas: ingleses, suizas…, todos queriendo salir a pedalear por este vasto territorio, inhóspito y majestuoso que, en verano, permite a los que soñamos con princesas y castillos aventurarnos en sus mágicas llanuras, deslizarnos por sus inhumanas carreteras y tiritar de frío mientras los osos polares se mueren de calor.

Coloco en el manillar a Petra (un osito de peluche regalo de Linda y asi bautizado en honor a la osa Petra a la que yo iba a dar de comer en el Parque San Francisco de mi ciudad Oviedo algunas tardes) que hace compañía a Hokulea (la bailarina hawiana que mueve sus 120 kilos a ritmo de Hula y así llamada porque en hawiano significa estrella de felicidad). Mi manillar parece por lo tanto una puesto de tiro con escopeta de feria. Si rompes el palillo te llevas el osito de peluche, pero si solamente lo doblas te llevas una gran sonrisa del vendedor que te quita amablemente la escopeta retorcida

Lewis me fue a recoger al aeropuerto y también me llevará mañana. No podría ser mejor. Dentro de unos tres meses espero verle de nuevo por el Parque Nacional de Yosemite. La vida es por lo tanto un círculo que vamos cerrando en abrazos que comenzamos a dar cuando conocemos a alguien y que nunca queremos completar del todo. Todo encuentro es una despedida.

En el caso de que el avión esté lleno deberé repetir mi viaje al aeropuerto un día más tarde a la misma hora. Y así sucesivamente hasta conseguir llegar al ruedo Ártico donde perderé unos kilos, se me agrietarán las manos y mi corazón volverá a sentir ese latido de pura energía que solo el verdadero amor o la naturaleza más pura pueden regalarte.

Paz y bien, el biciclown.

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Con Linda y Angie antes de un gran almuerzo

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Las garras que no quieres ver de cerca

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Un oso negro en el columpio

6 comentarios en “Recobrando el latido”

  1. Al hilo de la web de Salva, el granadino, recordé que Alvaro le citaba en su diario de la India. He «cruzado» los respectivos relatos (de sus respectivas «webs» de cuándo Álvaro y Salva coincidieron allí -junto con Daisuke-). Me he reido un montón: no todos cuentan lo mismo. Pero ahí está la gracia. Álvaro cuídate majete, te necesitamos entero. Abrazos.

  2. Cristina y Horacio

    Alvaro!!!! Hoy hable con Lila de Talavera de la Reina… te manda un abrazo, igual que todos nosotros….cuidate mucho por favor… es una etapa dificil, pero tu puedes!!!!! un beso de tus postiz de Argentina…

  3. Que interesante y entretenido va a estar seguir ahora tus andanzas por Canada, cuidate de los Grizzlies y demás fauna local y disfruta de la naturaleza pura de ese lugar del mundo. Saludos desde Oviedo.

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