Es el único hotel que queda, de los 15 que llegó a haber en la época gloriosa, cuando las prostitutas viajaban de lejos para llevarse el oro que los mineros habían extraído durante el mes. Todos sudaban lo suyo (cada uno lo suyo) para ganarse una cerveza. Yo también he sudado lo mío.
El calor ha amarilleado los campos y el viento seca el gaznate. Antes de entrar en St. Bathans me detengo en un río a lavarme y a afeitarme. La modorra recomienda colgar la hamaca para una siesta en condiciones. Mejor aguardar un par de horas antes de afrontar los últimos 5 kilómetros de subida hacia el pueblo. En mi mente florece una idea que podría traerme esa cerveza helada con la que sueño balanceándome en la hamaca: apostarme a las afueras del hotel con la bici y ofrecer mi historia, a quién me invite a una cerveza. Creo que funcionaría. A nadie le gusta beber solo e invitándome a una jarra tendrían una buena historia. La mente es una herramienta muy poderosa. Esa misma mañana lo probé pues ya me ocurrió algo que presagiaba un gran día.
Llegué a un pueblecito, por la parte de atrás, y vi una pequeña factoría de miel. Pensé que si entraba con mi bote vacío me lo llenaría por cortesía. Había visto miel en el mercado de Dunedin días atrás, a donde había acudido a vender mi documental. La mujer de la entrada a la que pregunté por el manager era una vendedora de miel. Al entrar en esa pequeña factoría, tres días después, había un chico con rastas y una mujer que se afanaban en colocar los paneles en una máquina para lavarlos. Me dieron la miel y, al irme, les pregunté donde la vendían.
Llegué a un pueblecito, por la parte de atrás, y vi una pequeña factoría de miel. Pensé que si entraba con mi bote vacío me lo llenaría por cortesía. Había visto miel en el mercado de Dunedin días atrás, a donde había acudido a vender mi documental. La mujer de la entrada a la que pregunté por el manager era una vendedora de miel. Al entrar en esa pequeña factoría, tres días después, había un chico con rastas y una mujer que se afanaban en colocar los paneles en una máquina para lavarlos. Me dieron la miel y, al irme, les pregunté donde la vendían.
«En Dunedin, en el mercado»
«¿Ah, si?, yo estuve el sábado pasado…»
«¡Tu fuiste el chico que me preguntó por el manager!»
Cuando llegué al Vulcan Hotel no había clientes. Mi plan de beber gratis fallaba. Pregunté lo que valía la jarra. 6,50 nzd (unos 3 euros). Creo que me lo merecía (especialmente pensando en Javi Jeréz que cada mes me hace un ingreso para tal menester), pero aguardé un poco y me senté afuera. Fue entonces cuando salió Mike, el dueño, y comenzó a hacerme preguntas. Le conté mi plan y se rió:
«Yo te pago la cerveza, entra»
Fueron dos, que con el estómago vacío, produjeron que me cayera al suelo y rodara por la pista cuando iba a buscar donde acampar cerca del lago azul.
St. Bathans hoy es más tranquilo que un convento de clausura. Todos los antiguos edificios, como la cárcel, la estación de policía, se han reconvertido en pequeñas posadas. Prefiero mi tienda de campaña. No solo por el ahorro, sino porque las vistas sobre el lago en el que vuelvo a bañarme, son espectaculares.
La fiebre del oro sigue hoy presidiendo la vida de muchas personas y compañías, convertido en el deseo de hacer dinero a toda costa. Hace tres semanas escribí a Air New Zealand pidiendo que no me cobraran el exceso de peso al volar con ellos a USA. Al pesar 75 kgs el exceso de equipaje me puede costar caro. Ya se lo pedí cuando volé de Australia a Nueva Zelanda, y en aquélla ocasión no me ayudaron. Así que volé con Qantas que me trajo la bici gratis. Y de nuevo esta vez, tras la espera de tres semanas, Air New Zealand dice que la crisis actual no les permite ayudarme. Y de nuevo recurro a Qantas que una vez más me apoya. Esta semana Mike, de Qantas, estará viendo el dvd La Sonrisa del Nómada que por cortesía le envié. Shelley Crawford, la relaciones públicas de la compañía neozelandesa, padece la fiebre del oro. No puede dejar de cobrar unos kilos de exceso de equipaje porque de otro modo podría tal vez perder la promoción interna o la palmadita en la espalda de su jefe. Es increíble además que, al ir a comprar el billete, descubro que el mismo vuelo es casi 300 nzd más barato con Qantas que con Air New Zealand. Es decir que no iban a perder mucho dinero conmigo. La negativa a colaborar de Shelley me ahorra a la larga dinero. Pero me entristece por venir de la línea de bandera neozelandesa, un país que por otro lado estoy disfrutando, como cuando encontré una escuela sin alumnos con una estupenda cama elástica en la que estirar el pelo.
Desde la ruta, sin oro, prostitutas, ni fiebre, paz y bien, el biciclown.
Un descanso para ordenar ideas
Mike me invita a la segunda también
Que no te roben la alegría
La verdad es que Nueva Zelanda es una experiencia de vida occidental muy profunda y compleja que explora rincones o extremos del ser humano muy interesantes, me doy cuenta ademas que no solo te esta divirtiendo sino engrandeciendo el alma. Un gran abrazo hermano.
La alegría vive en ti solo hay que dejarla aflorar al calor de nuevo día…
Al leer la crónica no entendí lo de «fueron dos», pero al ver la foto con Mike y la nariz de payaso en su nariz, lo entendí, jajajaja!
Buen viaje!
Is it not true the South Island of New Zealand one of the most beautiful places on earth,keep warm in the kangaroo’s pouch.