Mas o menos, aunque no tanta, como la que me daba ayer observar esa serpiente piton desde el asiento de un coche. El que conducia era David, un sudafricano que lleva dos años currando en una granja con vacas.
La criminalidad es tan alta en esta parte de Tanzania que solo en su finca contabiliza unos tres robos al dia. Me comenta, como quien te habla de su ultima visita al dentista, que esta cansado de trabajar para ese italiano dueño de la hacienda y de tener que matar a los que pilla robando. Dice que ya mato a tres. La vida aqui, ya lo sabia, no vale nada, pero da escalofrios recordarlo.
Los caminos no permiten en muchas ocasiones pedalear y hay que cargar con Kova. Pero los paisajes, e incluso los urbanos, reconfortan, como este edificio a dos metros de la ultima casa que habito Livingstone en su ultima expedicion, la que le condujo al viaje eterno.