Son frías las mañanas y cortos los atardeceres. Desde que salí de Andorra, día tras día, fui superando puertos de montaña. Primero el Puerto de Cabús, de 2.300 metros. Hacía casi 30 años lo había ascendido en dirección contraria, llegando a Andorra por un asfalto nuevo y fronterizo. Recuerdo un cartel que indicaba la entrada en Andorra y un asfalto nuevo. Tantos años más tarde el cartel no existía y, en su lugar, uno indicaba que el firme estaba en mal estado.
Dejé Andorra tras la invitación a un hotel de un asistente a la charla que organizó Jordi en La Seo de Urgell. Compartía las instalaciones del excelente hotel con esos viajes del Inserso tan populares hace años en España y que le permiten a uno escuchar a un gallego en mitad de la Cataluña. Lo hermoso de la diversidad es precisamente esa diferencia sostenible. Adoro los espacios corridos, sin tabiques, ambientes comunes. Me encantaría vivir en un mundo que fuera como un loft, sin paredes. Pero esto va en contra de lo que se siente hoy.
La primera bandera de España colgada de un mástil no la vi hasta llegar a Aragón. No estaba solo. Me acompañaba Fabio, un italiano que también asistió a la charla y que viaja en bici rumbo a África. De casualidad nos vimos en las inmediaciones de Andorra y decidimos, sin referendum, continuar juntos.
Fabio es pintor de brocha fina y algunas tardes las dedica a pintar. Juntos hemos llegado hasta Pamplona, ciudad de intenso pasado en mi vida.
Aquí llegué con 18 años para estudiar Derecho. Terminé la carrera, y hasta actué varios años en las calles adoquinadas durante los San Fermines. Mi clown olía a calimocho. También aquí jugué a Rugby varios años y, a pesar de contar con varios amigos en la ciudad, acabé alojado por los salesianos. Para ellos he hecho muchos de mis espectáculos por el mundo, no en vano, tras finalizar mi recorrido en América del Sur 2001-2003, un salesiano y director del Colegio de Urnieta me convocó para dar una de mis primeras charlas en España. Desde entonces mantenemos amistad y era él quien me enviaba la información de proyectos salesianos por el mundo donde yo podía llevar mi clown para hacer la situación local un poco más llevadera. Con Agustín, el personaje del que hablo, me fui a caminar por los Picos de Europa antes de comenzar la vuelta al mundo en bici. Con él y su compañero, y también cura, Carmelo, a quién en el 2.015 vi en Chile (pues se fue a misionar por esas tierras) y actué en un Colegio de la capital y ofrecí una de mis charlas. Pequeño es el mundo para el que lo recorre, inmenso para el que se queda en el sofa.
Ayer mientras descansaba con Fabio en un bar de Yesa y tomábamos un café, Agustín apareció por sorpresa para invitarnos a comer. También vino con una furgoneta kilómetros más tarde para acercarnos a Pamplona en coche. Ya se hacía de noche y el viento en contra nos impedía avanzar. Pero ni Fabio ni yo pretendíamos acortar el sufrimiento ( ni posterior disfrute). Llegamos de noche pero pedaleando.
Juan Carlos, Marisol y Carlos, varios amigos de Pamplona, llevaban horas en la calle esperando mi llegada. No querían esperar al día siguiente.
Tras cenar caí redondo en la cama, aunque tanto encuentro me mantuvo despierto varias horas. El corazón no se apagaba esa noche.
Mañana saldré hacia Oñate para dar, el mismo día, una charla. Luego iré hacia Madrid, para dar otra charla el día 2 de Noviembre.
El final de la vuelta al mundo se acerca. Empieza la cuenta atrás. No hay miedo, tan sólo curiosidad. Mi vida seguirá dependiendo del presente, ajena a mis planes.
Es así como he ido viviendo estos años y no me ha ido tan mal.
Paz y Bien, el biciclown.
La charla en La Seo d’Urgell genial Álvaro, como ya te comente. La pintura de Fabio me encanta,más aún el café del sábado. No puedo comentarte en Instagram, no tengo cuenta todavía; Carlos tiene solo 10…. je je je je.
Que pueblo es el de la segunda foto??
Ánimo! !En Oñate seguro te esperan con ganas de escuchar tus vivencías.
Un abrazo.
Haras un último espectáculo antes de terminar la vuelta al mundo?
El último siempre es el próximo.