Es lo que atrae a la mayoría de los blancos que caminan rápido por la ciudad, confundiendo sus calles con caminos de montañas, y olvidándose en muchos casos de saludar a las personas con las que se cruzan. Una minoría de blancos han venido a la región del Klimanjaro por otras razones.
En el año 2.003 un censo reveló que en Moshi había 470 chicos de la calle y en Arusha 876. Si caminas por las calles de Moshi descolgando la vista de las nieves perpetuas del Kili, y trasladándola un poco más abajo, más o menos a un metro veinte del suelo, puedes ver algunos de esos chicos de la calle.
Mkombozi significa en swahili emancipación, y pone de manifiesto la dramática situación de los chicos que viven frecuentes situaciones de violencia familiar o escolar, con padres alcohólicos y sin apoyo de su comunidad. El sucio y roto suelo de las calles, frío en esta época que comienzan las lluvias, es más cálido que su hogar.
Aunque se vean envueltos en violaciones o en drogas, todo parece mejor que volver a casa. En 1.997 se creó Mkombozi como un centro residencial que fuera una isla a la que los chicos de la calle pudieran acudir. Allí hallaban comida, ropas, medicinas, educación, y sobre todo cariño.
Pero la última finalidad de Mkombozi es cerrar sus puertas. Es decir, reintegrar a cada niño y niña en sus familias originarias, aunque sea un tío o un abuelo, y conseguir que la comunidad reconozca los derechos de los niños y su vital importancia en una nación como Tanzania donde el 50% de la población son niños.
Uno de esos blancos que no han venido a Moshi para poner un pie en el Kili es Giorgi: una inglesa que convive con Syl, quién me ha dado cobijo estos días en Moshi. Giorgi tiene problemas para que el Gobierno Tanzano le otorgué un permiso de residencia para seguir ayudando a estos chicos, y de momento no puede pisar la oficina por si los de inmigración hacen una visita sorpresa.
Pero eso no impide que cada mañana salga a la calle para hablar con los chicos de la calle, informarles que hay un lugar para ellos donde pueden acudir si lo desean, y tratarles simplemente como personas. Un chico de la calle es un adulto con cuerpo de infante.
Para esos chicos, más de 150, para el personal del centro, y para algunos blancos que no detienen sus miras sólo en las nieves del Kili, ofrecí mi espectáculo. Y lo hice con una importante, para mí, novedad. El traje que he estado usando durante casi dos años, se ha ganado el jubileo. Uno de esos sastres que se pasan todo el día detrás de una máquina Made in China cosiendo y cosiendo, me hizo uno nuevo en menos de tres horas. Los colores son los de las telas que la tribu Masai acostumbra a utilizar. Por unos tiempecito seré un Clown Masai llevando lo que parece ser muy necesario en esta región del Klimanjaro: cálidas risas que derritan las nieves del corazón de algunos blancos.