me equivoque

Me equivoqué de día y de indonesio

Rumbo hacia el este debía superar el Paso Puncak que era un atasco continuado de coches. No durante ciertos kilómetros sino durante dos días. Si tras más de dos semanas sin pedalear hacer avanzar a Karma por aquéllas cuestas ya era un dolor, haciéndolo compartiendo mis pocos centímetros de ablandado asfalto con cientos de coches, motos y contaminantes autobuses era más bien una condena. Y pagué bien caro su precio. La primera noche encontré un hotel, que parecía abandonado, para plantar mi tienda. Cuatro refugiados afganos ocupaban una habitación. No se si su sorpresa fue mayor al ver mi tienda delante de su puerta o al verme salir, como un gusano, de dentro de la tienda, hablando árabe.
Lo cierto es que al agriado carácter del dueño del hotel, un inglés divorciado, no le hizo gracia ver mi tienda y me despachó del lugar. Días más tarde volvía a asaltar las escuelas al atardecer, huérfanas de estudiantes, para buscar un rincón en el que colocar mi mosquitera y pasar la noche.
El Ramadán ha comenzado por estas tierras y aunque no es tan riguroso como en países árabes, muchos restaurantes cierran durante el día. La mayor incomodidad llega por la noche, cuando los musulmanes se sientan a comer y a rezar y molestan a todo el vecindario no musulmán con sus plegarias. Lástima que no interioricen un poco más su fe y utilicen baratos amplificadores para contar a todo el mundo que Ala es grande.
En Bandung repuse fuerzas con la amable acogida de Nathan y su familia. Se desvivieron porque disfrutara de un día de relax. Me llevaron a comer a una pizzeria y a cenar pescado a la parrilla al estilo de Sulawesi. Y por la tarde a presenciar un concierto de bambu. Un bonita técnica que podéis comprobar en esta web y que es una atracción turística de nivel mundial en donde el propio público es la orquesta.
Con renovadas energías retomé la ruta para pasar una de las peores experiencias de mi recorrido en Indonesia. Tras comer arroz frito por menos de medio euro en un restaurante cerca de la carretera, opté por pasar la noche en la escuela que estaba 150 metros retirada de la ruta. Allí por lo menos el ruido de los coches disminuía. Los locales a los que les manifesté mis intenciones no pusieron reparos y, como la cancela estaba abierta, entré. En la entrada, en el suelo, coloqué mi esterilla y la mosquitera y me preparé para dormir tras tomar una ducha en las letrinas. Hasta aquí todo normal. Pero cuando ya dormía un sujeto vino a molestarme, hablando indonesio y fumando, aún no se qué pretendía, lo cierto es que con paciencia conseguí que se fuera y me dejara en paz. A las doce de la noche volvió con un amigo y una botella. De lo poco que le pude entender es que quería mi dinero. Empezaba a perder la paciencia. No es agradable estar durmiendo y que te despierten a esas horas. Con menos paciencia le enseñé el artículo de prensa que, en lengua local, hablaba de mi proyecto. Pero dudo si el hombre sabía leer. Se puso violento. No se me ocurrió más que llamar a Nathan, mi amigo de Bandung, pero su teléfono estaba desconectado. Llamé por lo tanto a Arie, mi amigo de Jakarta. Arie habló con él y luego conmigo.
?Al, me dijo, lo mejor es que te vayas ese tipo es violento?
Me puse a empaquetar todo, de mala leche y rabia, y el tipo se largó en moto. Regresé al restaurante donde había cenado el arroz frito, que ya estaba a punto de devolver, y el hombre que dormí dentro no me quería abrir. En esto llegó la policía. El imbécil que me despertó y que me quería robar fue a avisarles. Imagino que al ver frustrado su propósito trato de hacerse el salvador del pueblo y avisar a la policía de que había un terrorista durmiendo en la escuela. Tras los atentados de jakarta hay una sicosis por el terrorista en Indonesia. Y todo extranjero es un terrorista en potencia, lo que dificulta aún más el trato con la gente local, de por si bastante tímida. Como podeís imaginar la policía no hablaba inglés. Al menos leyó el artículo de prensa y entendió que no era yo un sujeto peligroso. Mientras el otro imbécil se dedicaba a hacer bromas con ellos y a reírse. No me quedaba otra que seguir el coche de la policía y pedalear, de noche por una carretera con tráfico y baches, cinco kilómetros hasta el puesto policial. Una vez allí los policías me dieron un lugar para dormir: en frente de la mezquita, a escasos 9 metros de la carretera, en una especie de tablado inestable de madera que habían montado con motivo del inicio del Ramadan. Volví a colocar la esterilla, a colgar la mosquitera, y a tratar de dormir a pesar del persistente ruido de coches pasando. Me desperté para colocarme los tapones de cera y dormí hasta?, las cuatro de la mañana. Una sacudida me despertó, como un terremoto. Cuando abrí asustado los ojos vi sábanas blancas moverse alrededor y gente hablando y gritando. Tardé un tiempo en asimilarlo y en encontrarle una respuesta lógica. Las mujeres habían venido a rezar a la mezquita y eran tantas, que se habían subido al tablado en el que yo dormía, despertándome con sus pisadas y sus rezos.
Al abandonar dos horas después el puesto policial un policía me dijo que si quería descansar podía pasar a una habitación. No se si era una broma o un ofrecimiento en serio. Pero preferí poner kilómetros de por medio de aquélla locura festivo-religiosa en que se había convertido mi amanecer. La noche había sido demasiado larga y yo aún no había pegado ojo.
Desde Yogyakarta, dia 1742, Paz y Bien, el biciclown.

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El imbécil
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Durmiendo en la escuela
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Concierto de bambú
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Bici cama

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