La lección de Iris

Iris tiene 75 años, unos ojos enormes, limpios y traslúcidos, que permiten ver el fondo de su alma. Es la cajera de un supermercado de un pueblecito de Nuevo Mexico. No trabaja porque tenga necesidad de dinero sino por ayudar a su hija que algunos días no puede acudir a la tienda porque tiene otro trabajo. Iris ha regentado su propio supermercado durante más de 35 años. Conoce bien a los locales, a los estadounidenses (se casó con uno), pero no olvidó su español. Nació en Bolivia y vivió en Alemania. Mientras separa seis huevos de la docena para vendermelos (ella se quedará con los otros seis para hacerme un favor) despacha a un cliente. Es un tipo local con el que bromea en inglés.

«Is fresh the milk?», el chico le pregunta sobre si la leche es fresca.

«Oh yes, The cow just left», (Si, claro, dice Iris, la vaca se acaba de ir)

Es un chiste que me hace reír y que imagino Iris habrá contado muchas veces. Pero al local no le provoca ni siquiera una arruga a la altura del bigote. Ni se inmuta. Cuando se va, Iris y yo seguimos hablando en español.

«No le hizo gracia», le digo.

«Son unos apáticos», me dice.

«¿Y tantos años aquí, no te han convertido en una apática a ti también?», le pregunto.

«No van a cambiarme. Yo soy así, extrovertida y alegre y ellos no me cambiarán», me responde con determinación.

Mis días siguientes descubro la otra cara de la moneda. Acampado en una ruta secundaria, cerca de un pozo de agua completamente abandonado, y cuando sale el sol me preparo para irme. Pero la bici me obsequia otro pinchazo. Uno más. Son demasiados estos días porque hay más espinas aquí que estrellas en el cielo. La ruta que tomé para alejarme de la carretera principal, no tiene el temido cartel de propiedad privada, si cruzas serás perseguido.., que he visto tantas veces. Ni siquiera hay una reja. Por eso me sorprendo cuando al irme al día siguiente, tras reparar el pinchazo, un coche viene hacia mi. Conduce un chico de 21 años llamado Chris. Sus gafas de espejo no me permiten verle los ojos.

«Sir, this is private property, you cannot stay here» (Esto es propiedad privada, no puedes estar aquí)

«Well, I am just leaving. Besides I did not see any sign about Private property» (Bueno, me estaba yendo pero no había visto ningún cartel de propiedad privada)

«There is no need to be a sign. You need a map to know it. You have to leave, do you want me to call my dad?» (No hace falta que diga que es propiedad privada. Tu lo que necesitas en un mapa. Tienes que irte, ¿quieres que llame a mi papa?)

La convesación no progresó mucho más. Yo me fui a la ruta y el chico a su trabajo. De regalo se llevó una tarjeta mía. Dice que me seguirá en twitter…

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Flores en los cactus Y espinas para Karma

Los días son largos, calurosos y con mucho viento. No es una ruta habitual para ciclistas y no me cruzo con uno solo desde hace muchos meses. Soy un marciano que comparte la ruta con coches y camiones que nadie conduce. Al menos nadie que yo vea. Todos los vehículos que veo tienen los cristales tintados así que no se si hay alguien dentro. Me muevo en un mundo ajeno al suyo. Ellos no escuchan el enorme ruido que hacen las ruedas de sus coches al avanzar sobre un asfalto rugoso que, como una caverna, multiplica el sonido de sus neumáticos. Tampoco experimentan el viento que me zarandea y las bofetadas de calor porque ellos (en el supuesto de que haya alguien conduciendo esas máquinas) van escuchando música, bebiendo un cafe y con el aire acondicionado a tope. La ruta tiene muchísimo tráfico porque atravieso una zona petrolífera. Para sacar el petróleo bombean agua que es trasportada por camiones cisterna que se abastecen de grandes depósitos a lo largo de la ruta. Antes aquí había miles de vacas y ahora hay cientos de extraños animales de metal que meten su hocico en la tierra, como si fueran osos hormigueros: son pozos de perforación. Curiosamente yo me estoy quedando sin agua y como los pueblos están abandonados decido pedirle, en marcha y sin pararme, agua a un coche. Para ello zarandeo la botella vacía en el aire, como un antiguo caballero haría con su lanza. Una caravana acaba de adelantarme (la única en todo el día) y ellos tienen grandes depósitos de agua. Eso es lo que espero. Se detienen, si, pero cien metros más adelante. Cuando les alcanzo la mujer me da una botellita de un cuarto de litro, pero le pido 4 litros. Su marido que no se ha bajado del coche le manda abrir el tanque y llenarme la bolsa de agua. Mientras esperamos charlamos un rato y me animo a preguntarle en inglés.

«Usted ha parado mucho más lejos de lo que podía. ¿Tenía miedo de mi?»

El hombre se sorprende con mi pregunta tan directa y aunque le cuesta confiesa.

«Si. ¿Llevas un arma?»

Me río para tranquilizarle y le muestro claramente mis manos vacías.

En los supermercados mis conversaciones se limitan a Hola y Adiós. Salvo que haya un latino atendiendo. En ese caso la conversación adquiere un nivel que me parece hasta cariñoso. Siempre me hacen alguna rebaja o me obsequian más comida o incluso me la regalan. Todos me despiden con una sonrisa y con la mirada. Me siento como un albatros que toca por fin tierra firme tras una larga travesía oceánica.
Otra ocasión que me quedé sin agua, aprovechando que había dos camiones parados, me detuve en uno de esos depósitos en los que los camiones se abastecen. Acudí al primer conductor, Kevin (estadounidense), que me contestó que no tenía agua y siguió enviando un mensaje por el teléfono. El oto conductor, Hugo (mejicano), subió al camión y trajo tres botellas: para mi, para Kevin (que la rechazó) y para él. Por supuesto que no recriminó a Kevin que no tuviera agua. Simplemente me molesta lo que Iris denominaba apatía. Ni tenía agua, ni quería tener, ni le importaba que yo tuviera, ni…; apatía.

Basicamente eso es lo que me estoy encontrando ultimamente. Si entro en un pequeño restaurante y hay locales, o sea cowboys de pura cepa, cosecho miradas. Si los que se sientan son latinos (basicamente mejicanos), cosecho saludos y preguntas.
Mientra consultaba mis correos en el McDonalds de una ciudad se me acercó un hombre y me dijo:

«Are you the guy on the bike?» (¿Eres tu el de la bici?)

«Yes, that’s me» (Si, soy yo)

«I am also homeless» (Yo también soy un vagabundo) me dice.

Para los ojos de esa persona y para los de muchas otras en este país, yo soy un vagabundo. Y esa es una de las razonas por la que Chris me echa de su propiedad privada, a Kevin no le importe si tengo o no tengo agua, etc, etc, etc.

Cuando cruce la frontera a Mexico a finales de Mayo, dejaré de ser un vagabundo y seré un turista que viaja en bici.

Uno no debe dejar de ser lo que cree que es por la forma en que los demás le miran. Uno tiene que mantener su dignidad, su filosofía de vida y su sonrisa a pesar de la apatía circundante. Uno, este que escribe, aspira a que no le cambien las miradas. Eso me enseñó Iris.

Paz y Bien, el biciclown.

agua

dinosaurio

Dinosaurios extrayendo petróleo

10 comentarios en “La lección de Iris”

  1. Como siempre Álvaro, me deleito con tus relatos e incentivas a que coja mi bicicleta a devorar kilómetros. Ayer pude escuchar tu entrevista en la RNE la cual no tiene desperdicios.
    Enhorabuena por estos 8 años y protegerse de la apatía reinante por esos pagos.
    Un abrazo!
    Mauricio

  2. Hola Álvaro! Solo quería decirte que aunque no nos conozcamos soy un seguidor tuyo y cada día disfruto más leyéndote. Y a todos esos apáticos, bastante desgracia tienen por ser así, es una pena la de cosas que se pierden.
    un abrazo y fuerza!
    Gerardo

  3. a ti te enseño Iris y tu a todos nosotros, definitivamente la sociedad que describes no es la que quiero para mi y mi gente e intento actuar en consecuencia a lo que digo, contra viento y marea, buen pedaleo….

  4. Jorge biciviajero

    Hola Álvaro! coincidimos con las bicis en San Luis Obispo (California). Aunque yo no lo veía tan mal… es cierto que cuando crucé a Tijuana-México, fue recuperar la libertad, las «rules» se vuelven humanas y razonables, la gente amable, los pueblos, ciudades y calles con vida…. Ánimo, y que disfrutes mucho MÉXICO!! y prepárate para pasar acá una larga temporada… atrapa… y es infinito… Un abrazo,

  5. TERESA de Bilbao

    Animo Alvaro,que te queda menos para llegar Al «MEJICO LINDO Y QUERIDO»»y mientras tanto disfruta,que en eso eres muy habil.Un abrazo,y no olvidea que cuando termines el periplo y puedas venir por Bilbao,tienes montones de seguidores que queremos departir contigo.

  6. José Angel, de Jaén.

    Animo Alvaro, no tengo la suerte de conocerte, pero te sigo, y me das envidia, aunque envidia sana. Te admiro porque has tenido el valor suficiente para lanzarte a hacer aquello que te gusta, y además vas ayudando a la gente, haciéndoles sonreír, et. Que sigas con tu periplo. Un fuerte abrazo.

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