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La empanada gallega sonríe más que la sidra asturiana

Hay pocas carretera que, de manera continuada, me hayan obligado a echar el pie a tierra para empujar la bicicleta hacia arriba. Ni siquiera las del Gran Reto del Himalaya, como podéis ver en la serie documental que grabamos.

Aunque ahí íbamos sin alforjas.

Pero más tarde, en el recorrido por el Valle del Zanskar (ese ya si con la bici pesando 60 kilos) tampoco hubo que empujar mucho para superar el Shingo La o el Penzi La.

Las cuestas eran de pendiente moderada y casi ninguna superaba el 8%.

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Hemos arrancado este verano de viaje en bicicleta rumbo al sur de Portugal. Salimos de Gijón en donde Jose Pis, viejo amigo de la época de la Universidad en Navarra y compañero del equipo de Rugby, nos alojó en su casa de Cimadevilla. Un barrio en el que las despedidas de soltero-a son más peligrosas que los encierros de San Fermín.

Nos fuimos hacia el Suroeste de Asturias, la zona de Muniellos, con algunas cuestas de infarto, pero nada comparado con lo que nos esperaba.

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El primer día paramos en Cangas de Narcea, en un albergue del camino de Santiago. Estaba lleno. Los peregrinos son hoy en día un fastidio para quien quiere viajar de forma tranquila. Se levantan a las 6 de la mañana para llegar corriendo al siguiente punto de descanso. Muchos ni siquiera llevan la mochila, sino que una empresa se las transporta.

Tuvimos que ir a un albergue privado (15 euros por cama en habitación compartida) con un pequeño desayuno incluido.

Para hacer el camino de Santiago hoy en día no creo que puedas partir de menos de 60 euros al día.

En los albergues la comunicación es escasa, al menos los que hemos visto. La gente se relaciona más con su propio teléfono que con el vecino.

Continuamos hacia el sur por carreteras muy secundarias intentando absorber algo de la vida más rural y entrar en contacto con sus gentes.

Pero no nos ha sido posible tener mucho contacto con ellas. La gente vive hacia adentro, hacia lo conocido, hacia su negocio y no hacia el viajero.

El viajero no es portador de noticias, como antaño, y no interesa su persona más que su cartera.

El último pueblo antes de pasar a Castilla y León fue San Antolín de Ibias. Allí hay área de autocaravanas pero no camping. Hablamos con la Teniente alcalde para preguntarle por un lugar en el que dormir y nos remitió al Mesón Eiroa, único con camas. La habitación doble valía 59 euros con un pobre desayuno.

Era nuestro semi día de descanso y optamos por una habitación doble en la que, además, lavamos toda la ropa.

Comimos en el excelente bar del pueblo y echamos un vistazo a la ruta que, otro buen amigo, Eusebio, nos había adelantado. Unas buenas cuestas hacia Balouta.

Salimos a las 8.30 de la mañana sin saber que, ese día, dejaríamos las bicis a las 9.30 de la noche.

Cuestas, cuestas y paredes. Eso es lo que nos esperaba. En Luiña el bar estaba cerrado y la gente de las casas nos daba agua y ánimos, pero no chorizos.

Subimos empujando por una pista de piedra que apunta al cielo hasta coronar el alto, límite provincial.

Montamos la tienda con el sol a punto de hacer mutis por el foro. Una ducha rápida y una ensalada de cena. Todo rápido para entrar en el saco de dormir cuanto antes.

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Por la mañana la niebla había borrado todo el paisaje. No se veía nada.

Bajamos a Balouta y tratamos de comer algo en el único bar.

“No damos comidas, solo embutidos fríos”, nos comentó la mujer.

“¿Y unos huevos cocidos?”

“No damos comidas, solo embutidos fríos”, repitió mecanicamente la mujer.

Pedimos dos cafés, dos magdalenas y, una hora después, los embutidos con un vino.

El bar estaba vacío a las dos de la tarde, hora en la que la mujer y su marido (ya jubilado) se pusieron a comer dos platos cada uno de ellos que habían preparado antes en la cocina.

La escena era de Carpanta. Dos personas mirando cómo en la mesa de al lado se dan un banquete mientras ellos se sortean la última loncha de chorizo.

Salimos hacia Galicia a la búsqueda de más empatía. Quizás la empanada gallega producía más sonrisas que la sidra asturiana.

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En Dorias, Oliva, la dueña, aunque ya está jubilada y no da comidas, nos compartió una rica crema de calabaza y un pollo al horno con patatas. Por supuesto que nos cobró, no era nuestra intención que aquello fuera gratis, pero su gesto de atendernos nos conmovió.

No tenía porqué hacerlo pero entendió nuestra situación y debió oler nuestra hambre.

“Aquí daba al día 400 comidas, pero ahora ya quiero descansar”, nos comentaba mientras se levantaba las gafas que le resbalaban por la nariz.

Acampamos más adelante, en la subida al Portelo, puerto más falso que Judas, porque tras la cima y el cartel, vienen más cimas sin carteles.

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Entramos en una parte del camino de Santiago, en la que los peregrinos a pie nos adelantaban y dos mujeres con bici eléctrica se quejaban de que tenían que empujar en algunas cuestas “sufriendo como perras” (literal)

Dejamos las señales amarillas y entramos en los Ancares, una zona de Galicia en la que las cuestas son el pan nuestro de cada día. Algunas del 18%.

En otro pequeño pueblo la mujer del bar abrió a las 8,30 para darnos un desayuno. Gestos de amabilidad en Galicia que, no se si son casuales o repetidos, pero que no habíamos visto en Asturias.

Hoy, en Quiroga, esperamos unos repuestos de la bici para seguir camino y la cartera, Conchita, ha removido Roma con Santiago para que nos lleguen.

“Conchita es así, dice su compañera de oficina, le llaman el FBI”.

“¿Por qué?, le inquiero.

“Porque siempre encuentra lo que le preguntan”.

Media hora más tarde había dado con una costurera que nos reparó un pantalón.

No quiso cobrar nada.

Otro gesto más del camino.

No del Camino de Santiago, pues ahí los gestos me parece que son casi todos económicos, sino del camino de la vida, del camino de los pueblos en los que la gente ayuda en lo que puede, cuando puede.

Como Eusebio, que se hizo ayer 300 kms para comprobar que nuestro estado físico no eran tan deplorable, sino que las cuestas eran mortales .

Compartimos comida y risas. Dos cosas que, en esta vida, valoran más los que se van a morir que los que están bien sanos.

Eusebio se prejubiló hace casi diez años y solo se arrepiente de no haberlo hecho antes.

“No he tenido los huevos del Biciclown, dice apurando el vino, pero al menos lo he intentado”.

Este año ya ha estado en Pakistán haciendo trekking y pronto se va a Nepal.

¿Su secreto?

No está en su billetera. Apenas tiene posesiones.

Su secreto está en saber lo que quiere y en decir que no a miles de cosas. Nunca, por cierto, ha comprado a crédito.

Ha tenido claro que estamos de paso y que no gastamos lo que tenemos sino lo que usamos.

Tener no te diferencia de un supermercado.

Disfrutar es lo que te separa de un muerto.

Seguimos rumbo a Portugal.

Si te gustan estos textos, no te quede ahí y léete alguno de mis 9 libros de mis viajes y mis reflexiones. 

Paz y Bien, el biciclown.

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9 comentarios en “La empanada gallega sonríe más que la sidra asturiana”

  1. Buena crónica, esperando con ansia la siguiente… me he quedado algo… «tocado tras tus comentarios algo negativos aunque reales del principio»

    Está claro que hemos cambiado y que la gente de los pueblos e incluso los viajeros no son los de antes.. pero leerlo me ha hecho pensar lo mal que estamos! que pena!

  2. Sin duda, tenéis mucho valor para viajar en bicicleta con las condiciones que describes. ¡Muchísimos ánimos para continuar con el viaje y la aventura de la vida!

  3. Ante todo, os deseo buen viaje y que seáis felices, por otra parte en el camino de Santiago, que yo he hecho en varias ocasiones, con 40 € al día te llega, si vas a los albergues públicos o parroquiales, algunos pocos es verdad son la voluntad, y haciendo etapas de 20-25 Km al día no hay que madrugar mucho, aunque lleves el mochilón, como es mi caso y el de muchos, e intentes hacer el camino de la manera más espiritual posible, después están los turigrinos, que van al camino a hacer turismo, pero eso es otra historia, respetable, pero otra historia.
    Un abrazo fuerte y buen viaje.

    1. Los precios que yo he visto son de 15 euros menu del dia. Alojamientos que no son de donativo, una media de 10 euros. Asi que con 40 euros al dia te da para dos comidas y un albergue. Austero. Pero menos que en mi vuelta al mundo donde vivía con un máximo de 10 euros al día.
      El camino de Santiago es la manera que muchos tienen de imaginar que salen de la zona de comfort.
      Un abrazo

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