(Lago Balatón). Algunas cigüeñas no se quieren ir al terminar el verano en estos lares, Así de agustito se encuentran y, dicen, que hay nidos que tienen ya parabólica. Entonces llega el crudo invierno, el lago se congela, y ellas -que no saben pedir hospitalidad- se mueren. Quien no quiere salir de su zona de comfort acabará muriendo de frío o, un poco antes, de tristeza. Muere el alma del ser humano cuando no es capaz de sonreír a la primavera.
Dejé Sarajevo a horas muy tempranas, siete de la mañana, y enfilé hacia el norte del país, buscando un monasterio franciscano cuyas puertas no se me abrieron. Hay frailes que junto a los votos de pobreza y castidad los han hecho de animosidad al peregrino. En un arranque de imaginación le pregunté:
¿Y si yo fuera Jesús harías lo mismo?
Su silencio confirmaba los peores pronósticos para el Mesías si se le ocurría volver a la Tierra.
Me aventuro por rutas secundarias, en muchos casos sin asfalto y con elevados desniveles, pero ausentes de vehículos. El río y los pájaros me dan conversación en las subidas. Los últimos días en Bosnia atravieso una zona llena de minas que me desaconsejan acampar en el bosque. Busco así refugio de las minas y de la lluvia en alguna escuela, pero tampoco me abren las puertas. En este caso es el velo del musulmán. El velo que cubre el corazón no la cara.
¿De qué nos sirven las religiones sino es para tender puentes, abrir puertas y sentir empatía? Nada de esto me sucedió en el convento franciscano.
Para salir de Bosnia busqué la frontera más pequeña, pero no había puentes tampoco que cruzaran a Croacia, con lo que tuve que optar por una más grande. Nada más llegar a es país observé un gran cambio. Algunas casas ya estaban pintadas, había cercas en el jardín y la gente ya no fumaba en los bares bajo el cartel de no fumar. Y tras algunos días por Croacia voluntariamente perdido en rutas de tercera tocaba saltar hacia Hungría. Ahí si que las cosas cambiaron. Rara es la casa de ladrillo vista y hasta hay carriles bici. Uf, esto es ya Europa central. Hungría me recibe un sábado a la hora de la siesta con unos comercios cerrados a cal y canto y con unos horarios de toma nota o no comes hoy. Los domingos algunos comercios abren de 7 a 11 de la mañana. Si sales el sábado y se te pegan las sábanas el domingo te quedas sin pan. A duras penas pude cambiar 10 euros, pero suficientes para llegar hasta las orillas del Lago Balatón. Dormi en el parque nacional tras convencer al guarda en mi propio idioma, que él no hablaba, de que no tenía intención de vivir allí el resto de mis días. Que estaba apenas de paso. Por la mañana, y sin dejar evidencias de mi acampada, salí rumbo a la casa de Frida, una warmshowers que desde hace años recibe a quien pase por aquí. El mismo día de mi llegada lo hacía alguien que deseaba conocer hace mucho tiempo. La persona que con gran sencillez, humildad, y a golpe de muchas horas de trabajo, ha creado esta web. El Flaco. Salió hace semanas desde Berlin rumbo a Estambul. Lo hace acompañado por un amigo, Dave, que viaja con una Brompton. Dave es el creador de magneticpoetry, esas frases que la gente va combinando en sus neveras. También llegó Thomas, un alemán que pretende dar la vuelta al mundo aunque no sabe muy bien cómo. Voluntad le sobra.
Durante unos días hemos estado disfrutando de este lugar en una colina de una montaña volcánica, rodeados de viñedos y aislados de la civilización. Sabe bien el vino en compañía.
Desde Hungría, Paz y Bien, el biciclown.