«Hacía tiempo que no ascendía un puerto así» me confesó cuando yo le alcancé en la cima, «pero tu pusiste un ritmo al principio que me animó a hacerlo«
A 2100 metros mi respiración aún estaba recuperándose del esfuerzo y no pude explicarle que mi ritmo era de 8 km/h y que él iba a 11 km/h.
Lontxo es un tipo tan tranquilo que ni siete mosquitos entrándole directamente al iris le molestarían. Ni siquiera un sheriff tocando las narices a las 12 de la noche. Con la última luz de la jornada encontramos un lugar para acampar que era un regalo. Una mesa frente al río, bajo unos pinos, y lejos de la ruta. Cocinamos y montamos las tiendas. Nos fuimos a dormir sin imaginar que un coche de un sheriff nos despertaría a medianoche para pedirnos los pasaportes. A Lontxo eso nunca le había ocurrido antes en los USA. Pero ni salió del saco. Le tendió al tipo su pasaporte y, cuando lo recuperó, le endosó una de sus tarjetas de visita. Todo eso, como digo, sin levantarse de su esterilla de faquir, sin ni siquiera ponerse las gafas. Yo había salido a lidiar con el sheriff que, aunque nos dejó dormir allí, no quiso saber nada más de nosotros. Lontxo no daba crédito cuando, a la mañana siguiente, le mostré toda la escena grabada con mi cámara de video.
«¿Pero cómo has hecho para grabarlo, no se dió cuenta?»
«Era una buena escena para mi próximo documental y, en cuanto vi venir el coche, lo primero que hice fue encender mi linterna y lo segundo buscar la cámara. No era para perdérselo«, le respondí ante su asombro.
Tras pasar unos día en Missoula en donde volvímos a encontrarnos con Pablo, el argentino, salimos Lontxo y yo por una ruta, y Pablo hacia otra. Ahora los tres viajamos de nuevo por separado. Lontxo está dirigiéndose a Seattle desde donde volará a Vitoria para visitar, como es costumbre en él cada cuatro años, a su familia y amigos. La bici la deja en Seattle pues esa bici, o la que sea, no llegará a Vitoria sino bajo las piernas, finas y quebradizas como las de una garza, del amigo Lontxo.
Los tres «masqueperros»
Pablo va hacia al sur y es muy probable que nuestros caminos se junten de nuevo. Tal vez en Yellowstone o tal vez en Salt Lake City, donde un warmshower que alojó a mi amigo Daisuke, a Salva y al mismo Lontxo, ya me ha ofrecido un lugar para descansar. Es de esas personas que, sin conocerla de nada, ya te caen bien. Su respuesta aceptando mi petición de hospitalidad incluía al final la siguiente frase: «Si hay algo en que te pueda ayudar no dudes en decírmelo»
El otoño norteamericano me ha pillado pedaleando por amplios valles, ascendiendo pasos de montaña de más de 2.000 metros y haciendo yoga por la mañana para entrar en calor. La escarcha cubre la tienda (una fortalez en realidad) y la nieve envía un emisario: el frío. La esperanza de un campo de flores sobre el que caminar descalzo acompañado por una hermosa mujer derrite la escarcha. Se puede vivir con poco dinero, sin un techo fijo, sin electricidad y sin gato, pero sin amor es mejor no intentarlo.
Paz y Bien, el biciclown.
Buen viaje Lontxo, eta zorionak
El sol es la verdadera medida del tiempo: demasiadas horas en bici
Hola Álvaro, sabes si Lontxo tiene página Web?
que rostro de felicidad mas alucinante se les ve a los tres en la foto ¡¡¡¡¡ da tanto que pensar,
http://munduanbarrena.blogspot.com/
Que verdad!!!! tienen un aspecto genial los tres… Pablito, el argentino esta precioso!!! jajajaja o será el color de su camiseta?
Me has arrancado una sonrisa y has alentado aún más mis elucubraciones de libertad. Paz y bien Álvaro, que el viento sople siempre a tu espalda.
ME ENCANTAS!!
me guardo para días especiales el leer tu blog, es un bombón para el alma.
Me encantó el campo de flores con la hermosa mujer descalza … PUDE VERLO era preciosa!!!!
Te queremos biciclown, biciclooownnnnn for eveeeeeeer.
que te paso con la pizza y el insurance?los americanos tiene a veces cosas muy raras,man