La noche de la ascensión tuve que convencer al guía y al ranger de que queríamos ver amanecer desde la cima. Ellos decían que daba igual. La diferencia era levantarse a las 12,30 o a las 13,30 de la madrugada. En teoría debían hacer lo que nosotros, Syl y yo, les dijéramos. Para eso les pagábamos un pastón. Pero aquí hay que discutirlo todo. Por un error del guía que calculó mal los tiempos de ascensión, a las 2 de la mañana nos pusimos a buscar un refugio del gélido viento para dormir. Apartando algunas piedras y no tratando de maldecir demasiado, casi conciliamos el sueño. Hasta que el ranger le sacó el error al guía y nos dijo que por esa improvisada parada de media hora, tal vez no íbamos a llegar a tiempo a la cumbre para ver amanecer.
A 4.000 metros de altura y a las 4 de la mañana, con dolor de cabeza, de estómago, de pies?, no se puede correr mucho. Pero corrimos y llegamos a la cumbre media hora antes de amanecer, a las 5,45h. Desde allí se observaba bien cerquita el poderoso Klimanjaro. Abajo quedaban las nubes, que semejaban trocitos de algodón puestos a secar. La temperatura era de unos 3 grados bajo cero. Ante la mirada atónita del ranger me quité la ropa y me saqué una foto con el guía Sogno. Esa mañana el sol que doraría África, primero tenía que calentarme a mí. Es el privilegio de estar a 4.556 metros y tener un clown corriendo por mis venas.
La bajada se hace por la misma arista, y ya de día, pude sacar una foto en donde se observa el diminuto caminito que de noche la luna se ocupaba de mostrarnos.
Bajámos hasta el primer refugio, a 2.500 metros, y brindamos con vino. En nuestra mesa, porteadores, guia, y cocinero, celebrábamos el éxito. Era la única mesa del bullicioso comedor que daba albergue a esa categoría de personas tan humanas como los porteadores. En las otras, suizos, alemanes y franceses nos miraban con cara de haberse equivocado de refugio.