(Copenhague) Las últimas tres semanas he pedaleado acompañado por una encantadora y bella señorita cuya identidad quedará oculta en estas líneas por deseos del autor y de la protagonista. Salimos de Amsterdam con mi Karma cantando una bella sinfonía tras la nueva rueda montada por Jeroen con maestría absoluta (este hombre es un genio). Un aro Andra 40 de Ryde que debe llevarme de vuelta a España en un año más o menos. Ni quiero pensar en eso ahora, prefiero continuar viviendo este sueño eterno.
Las rutas de Holanda son ideales para andar en bici. Es como un mundo construido para cicloviajeros. Carriles separados de los autos y múltiples carteles señalando la ruta. Los jubilados ocupan las rutas, casi siempre en parejitas, y sólo algunos haciendo trampa con bicicletas eléctricas. El único problema en Holanda es la ausencia de espacios públicos en los que esconderse por la noche para plantar la tienda, aunque gracias a esta web se encuentran sitios hermosos, tranquilos y no demasiado caros para pasar la noche. Aquí puedes ver un vídeo que elaboré sobre esos campings.
Holanda puede llegar a asfixiar sin embargo. Te cuento: las casas son practicamente idénticas, hasta el punto de responder todas al mismo patrón arquitectónico, con la hierba cortada al milímetro, idéntico número de macetas por ventana y ni siquiera las vacas huelen a mierda. Tanta uniformidad y perfección puede ahogar tu rebeldía. Aunque el café y wifi gratuito que proporcionan algunos supermecados como Jumbo hacen más llevadero el sufrimiento.
Alemania del norte ofrecía un poco menos de uniformidad y la oportunidad de acampar libremente aunque el tiempo no acompañaba. Había que refugiarse en casa de algún warmshowers o pedir hospitalidad a los locales. Una tarde de cielo ceniciento y vientos fríos recalamos en un pueblito en el que los caballos parecían ser los reyes del negocio. Algunos tenían establos que eran un sueño de casa para vivir. Mojados y cansados accedimos por un camino empedrado hasta las caballerizas y le preguntamos al hombre si nos podía dejar pasar allá la noche, a cubierto. No me dio tiempo de terminar de plantear la pregunta y ya movía la cabeza negativamente. Tenía formulada su respuesta nada más vernos llegar. Pero como le comenté a mi compañera.
«Siempre que se cierra una puerta se abre otra, y será mejor».
De hecho fue doble. Unos kilómetros más tarde una pareja que paseaba un perro atendió nuestro requerimiento y nos permitió dormir en el garaje. Kay hasta nos dio un tremendo desayuno y nos puso en contacto con su hermana Anja, que regenta un hermoso cafe en la ciudad de Flensburgo.
El último país de este tango a dos era Dinamarca. Aquí se terminaron las hermosas rutas para pedalear lejos de los autos. En el mejor de los casos dispones de un carril paralelo al de los coches por el que puedes circular tranquilo aunque el canto de los pájaros es sustituido por el ruido de las máquinas. Tampoco hay café y wifi gratis en el supermercado pero sin embargo, hay unos hermosos campings gratuitos en los que poder descansar. Algunos ubicados en lugares que son de ensueño y hasta con pequeños refugios en los que guarecerse si llueve. Algunos con fogata y leña y hasta baño y agua. Una maravilla difícil de exportar a otros países por evidentes vandálicas razones.
Dinamarca no es el paraíso que venden para circular en bici y Copenhague es una isla de bicicletas que ni siquiera, ironías de la vida, es accesible por bicicleta. La carretera que conecta esta isla está unida por uno de los puentes sobre mar más largos del mundo. Por ese puente circulan autos, trenes pero las bicis están prohibidas. Tras dos horas haciendo autostop conseguimos que Jens, un simpático danés, nos llevara al otro lado del puente. No fue fácil y ahora debo repetir la operación para salir de aquí rumbo a Noruega. Tenía pensado visitar Malmó (Suecia) pero lo caro del pasaje en barco me retiene. También deseaba conocer a Fredrik Gertten, director de Bike Vs Cars, película que ayudé a financiar en kickstarter, pero estos días está ausente.
Los precios van aumentando a medida que voy subiendo hacia el norte. Los cafes han pasado del 1,50 euros de Italia a los 3 euros de Dinamarca. Mi cafetera está que echa humo.
Rumbo pues al norte de Dinamarca por tierra, surcando de nuevo puentes intransitables para bicicletas, y camino de Hirsthals para tomar el ferry al sur de Noruega.
Paz y Bien el biciclown, de nuevo en compañia de mi soledad.