Ultimamente he recibido algunos correos electrónicos de personas que piensan en salir a la aventura con su bicicleta. Me hacen preguntas de lo más variado: que si tengo seguro, que si cotizo a la seguridad social, que si tendré jubilación… Todas muy prácticas. Espero que en este cóctel cuya fórmula he desvelado puedan encontrar algunas claves. Estos días pedaleo con fuerza. Aprovechando todas las horas del día. Apurando la última gota de sol y cayendo ya con la anochecida en la esterilla. Son de mi preferencia los templos budistas. En algunos parece que me estaban esperando. Aunque la comunicación es verbalmente inútil, mis ojos con las marcas de la línea del asfalto por rímel, no deja lugar a dudas de mis necesidades: una ducha y un espacio para tumbarme. Los monjes acostumbran a madrugar para recorrer las calles de la ciudad e intercambiar bendiciones por comida. Es un trato justo. Los habitantes necesitan la espiritualidad que desprenden esas túnicas color azafrán y ellos tienen que rellenar las túnicas.
Algún día les he acompañado tomando fotos de esa comunión entre la religión y la gastronomía. Otros les he esperado a su regreso del pueblo y han compartido conmigo el botín. Hay de todo. Desde comida hasta enseres para el aseo personal. Algunos llevan en el templo muchos años y otros se han incorporado ya adultos. Uno de los monjes, el que mejor habla inglés, me explica que antes trabajaba en una de las islas de Tailandia (Ko Samui) pilotando una lancha rápida y llevando turistas. Pero prefiere la vida del templo. Aunque eso signifique abstinencia sexual y comer lo que te den por la mañana. Antes de que cante el gallo ya están levantados.
Aunque parece que el gallo sea budista también. Se levanta antes de que se levante el sol para recitar sus mantras con los que consiguen despertarme. En ningún lugar de la tierra como en los templos budistas verás a los perros llevarse también con los gatos. No son nada tontos estos bichos. Al abrigo del templo tienen comida asegurada sin dar un palo al agua. No les faltan árboles que mear y siempre hay algún ciclista que entra al atardecer con el que practicar aquéllos ladridos tan insidiosos. Algunos perros lo hacen tan mal que parece que llevasen años sin abrir la boca. Tengo la espalda quemada por el sol, las piernas duras como el tronco de un baobab y el corazón curtido de mujeres que apartan la vista. Prefiero la incertidumbre individual a la seguridad social. La aventura comienza cuando dejas el camino que otros han andado. Paz y Bien, Álvaro el biciclown. |
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Peluquero u oftalmólogo | |
Esos pedazo de hotels |
Alvaro, mucho tiempo sin saber de tí.
Estoy complacida de leerte nuevamente… me detuve en este texto… tu cóctel y el último párrafo de esta parte de tu diario definitivamente me llegaron…
Paz y Bien para tí tambien… desde Santa Cruz, Bolivia un abrazo muy muy grande.
Gina
Admirables tus palabras… Paz y buena vibra