(Ginebra) Cuatro meses parado en Brasil escribiendo Una declaración de Intuiciones, arruinaron mi condición física pero no acabaron con mi ilusión de superar las dificultades. De Genova partí con pocas ganas de mover la bicicleta rumbo al norte. Otra vez compartir la ruta con los coches y echarle imaginación a la tarde para encontrar donde dormir. La primera noche pedí a mis ángeles protectores un lugar cerca del río y bajo un almendro en flor. Deseo concedido. La cobertura de un árbol siempre permite que la tienda se libre del rocío de la mañana.
De ahí a Milán, donde empezaría de nuevo la magia del viaje. Esos pequeños milagros con los que los viajeros somos bendecidos en numerosas ocasiones. Durante mi estancia en El Cairo (Egipto) en el 2.007 escribiendo África con un par, compartí casa con dos italianas. Claudia y Ale. Claudia era de Milán y me había invitado a su casa. No habíamos hablado desde el 2.007. Ni siquiera un email. Pero el reencuentro estaba asegurado y sellado con cerveza y vino. Fue hermoso compartir con ella y su novio un par de días en las afueras de Milán. En un barrio multicultural en el que, si sabes un poco de árabe, puedes pedir el kebab en esa lengua a un cocinero de Egipto.
Leonardo Da Vinci proyectó una seria de canales que permitían la navegación de pequeñas embarcaciones que eran tiradas por dos caballos, uno a cada lado del canal. Hoy esos canales son unos increíbles carriles bici que permiten alejarse de Milán y adentrarse en el Parque Nacional del Ticino. Allí comenzaría la dura ascensión del Paso del Simplón, de 2.005 metros. Cuarenta kilómetros atravesando túneles e intentando no ser arrollado por los múltiples camiones que intentan llegar a Suiza desde italia. Es uno de los pocos pasos de los Alpes abiertos todo el año, de ahí la cantidad de tráfico que soporta.
Con un poco de nieve, y cinco horas más tarde, llegué a la cima. El descenso era peligroso porque la nieve no permitía mucha visibilidad pero tenía la suerte de que en Visp (Suiza) dormiría caliente en casa de una encantadora pareja de Warmshowers.
Rumbo a Lago Lemán, también por carriles bici, regresando a Suiza tras 15 años, pues había recorrido este particular país en el 2.001 como preparativo para el proyecto Kilómetros de Sonrisas 2001-2003. Suiza sigue siendo el país de la discreción, del trabajo, de la formalidad. Hace no mucho hubo un referendum donde los suizos podían elegir pasar de tener seis semanas de vacaciones a tener cuatro. Pero votaron en contra, prefieren trabajar más y descansar menos.
En Suiza el vecino no te va a decir que bajes la música, prefiere evitar conflictos y llamar a la policía para que sea ella la que hace el trabajo, que para eso pagan impuestos tan elevados.
Muchos suizos me comentaban en estos días la alta presión fiscal, el estress de tener que ganar dinero para pagar su seguro, obligatorio, de salud, sus tasas municipales, sus bolsas de basura oficiales, el colegio de los niños, su pensión de jubilación.
En Ginebra me espera otro viejo amigo del camino. Claude Marthaler, un suizo que dio la vuelta al mundo durante siete años y a quién conocí en el dos mil cuatro en Burgos. Él es un viajero mamut, como él los llama, uno de esos ciclistas que no hacen un viaje y luego vuelven a su rutina, sino que hacen del viaje su rutina. Claude habita en una casa pequeñita, un cuarto, y abre su cocina a todo viajero que quiera descansar. En la casa los libros de bicis, los mapas y los sueños ocupan las estanterías. Las conversaciones con él se alargan como las sombras de los árboles al atardecer.
He tenido el privilegio de conocer algunos de sus amigos y de recibir el trato de favor de Mathieu, su mecánico, que le dió a Karma una revisión completísima en la tienda Viscacha bike. La hora de mecánico aquí debe andar por los 100 francos suizos, así que considerando que estuvo más de tres horas acariciando a Karma, me hizo un gran regalo. Y por si fuera poco al día siguiente su mujer y él nos invitaron a Claude y a mí a una Raclete.
Esa y la fondue de queso son dos grandes conocidos de la cocina suiza. La fondue la degusté en casa de Sandrine, a quién había conocido en Indonesia en el dos mil nuevo y a quién volví a ver ahora. Aproveché para devolverle la mosquitera que me había prestado entonces.
Y sigo buscando nuevos reencuentros, como pronto Julien, un suizo a quién conocí en Alaska en el dos mil doce y que vive en Lausane. Por no hablar de otros encuentros casuales en el camino como se puede ver en este vídeo.
La magia me ha permitido atravesar los Alpes y con esa magia y el corazón iluminado voy rumbo a Alemania. Hay muchos amigo por Europa que ya están poniendo la cerveza a enfriar.
La vida es muy corta, dice Claude Marthaler, y los sueños son demasiados.
Paz y Bien, álvaro el biciclown.