Troll

Acariciando el extremo norte de Europa

(Å) Este país es duro para pedalear. El sol de Dinamarca me acompañó apenas un día más pero pronto llegarían las nubes convirtiendo las primeras jornadas en Noruega en duras y húmedas. Mal acostumbrado como estaba a los campings con techo, gratuitos, de Dinamarca, me vi metido en un país, Noruega, donde acampar por libre es tarea de maestros. Al menos en el sur, en donde aún no hay demasiados bosques que permitan adoptar la camaleónica figura de árbol y pasar desapercibido. Las nubes están cargadas de lluvia y de dinero, porque como ya me habían predicho, los precios están por las nubes. Una de las primeras palabras que he aprendido en Noruego es Tilbud, que significa descuento. Mi dieta diaria viene marcada por unas etiquetas de color naranja y un número, 40 ó 50 %, que alguien va colocando en algunos productos del supermercado. Son productos en su mayoría vencidos y que la ley permite vender a menor precio. Otros alimentos como el pan o las frutas o verduras son arrojados al contenedor de basuras. Aunque en algún pueblo lo cierran con candado, no en otros, y pronto me voy acostumbrando a visitar primero esa sección del supermercado, situada en el exterior, y luego la parte de rebajas. No falta el día que encaro directamente a la encargada y le pregunto por algún producto que haya desechado y que vaya a tirar a la basura. Así me ahorro la primera parte de la visita. Los que habéis visto el documental Contagiando Alegría recordareis esas escenas en Brisbane…, pues igualito en Noruega.

Duele ver comida en buen estado, o casi, en la basura. A veces una caja de tomates cherry es tirada porque un pobre tomate se ha puesto un poco morado. En fin, agradecido estoy a ese derroche, que me permite sin embargo seguir viviendo mi sueño sin romperme el bolsillo.

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Hace pocos días encontré un salmón de excelente calidad, ya flieteado, que con unos aros de cebolla fritos y un par de patatas hervidas, aderezado con una colorida puesta de sol sobre un fiordo me hizo gritar de alegría. Y es que cuando el sol sale por estos lares la belleza es descomunal.

La carretera trata de mantener su trazado entre tanta montaña e isla, pero no faltan los momentos en que los ingenieros no dan a basto y que hay que recurrir al ferry. Muchos son los que he tomado por la ruta de la costa. Y en todos ellos intento obtener la comprensión del capitán y de la tripulación, caerles en gracia, y poder cruzar al otro lado sin pagar. Los precios van desde 6 euros por 15 minutos, a 25 euros por 60. No faltó el ferry gratuito para bicicletas o aquél otro en el que el capitán incluso me dio dinero para la cena. Y porque no confesarlo, aprovechando la cercanía del país vecino, en algunos me hice el sueco a la hora de pagar.

Los noruegos no son comparables en hospitalidad a los africanos. Es como comparar un dulce de membrillo con un bacalao. Vivir en una parte del mundo sometida a duros inviernos, frías y largas noches, con vecinos a decenas de kilómetros forja tu caracter. Es por eso que no estén habituados a hablar con otros, menos con extraños, y que se sorprendan si alguien se les acerca para pedirles algo. Ni te cuento las caras que he visto cuando he tocado la puerta de una casa pidiendo un pedacito de garaje para huir de la lluvia. El noruego no te va a ofrecer dos veces la misma cosa. Una y basta y si la quieres debes aceptarla rápido.

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Durante años he visto una foto pero no sabría decir de qué país era. Es esa foto en el borde de un precipicio sobre el que varios turistas toman el sol o balancean sus pies al borde del abismo sobre un fiordo de impactante azul. Es el Preikestolen, una roca que llama la atención desde abajo y desde arriba. En este vídeo puedes ver mi acceso y caminata.

Con la suerte de cara, el director del hotel cercano, Olaf, me invitó a la casa de su familia en el norte en Trondheim, y allí pude enviar unos repuestos como puedes ver aquí. Repuestos olorosos.

Casi a diario debía ascender en bicicleta mil metros y en ocasiones en menos de ochenta kilómetros. Siempre pedaleando un poco contra el tiempo. Contra el meteorológico y contra el del reloj. Mi idea era llegar a Cabo Norte con tiempo para descender Europa hacia Grecia antes de que llegue el invierno y para eso hay que darle al pedal. Así que los kilómetros se van sumando y ya he llegado a los 156.000.

Tras varios intentos de organizar un espectáculo para refugiados y nula respuesta de la Cruz Roja local, mis esfuerzos se dirigen hacia Grecia, con la ayuda inestimable de Cati que me está facilitando los contactos.

Ahora, y tras otro ferry en el que he usado la táctica del sueco, he llegado a Lofoten. Unas islas de montañas presumidas que se zambullen en el mar cuando no lo hacen las ballenas. De aquí mi siguiente parada será Tromso y la siguiente Cabo Norte. Si, creo que para el 15 de agosto estoy en la parte más al norte del continente europeo.

Paz y Bien, el biciclown.

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