Con una brillante actuación de magia y juegos malabares en Rawalpindi, el payaso español Álvaro Neil fascinó hoy a dos centenares de niños de la calle paquistaníes antes de montarse de nuevo en la bicicleta con la que recorre el mundo desde hace casi cinco años.
EFE Ha sido estupendo, muy divertido! Nunca había visto algo igual, le doy las gracias a Dios», dice a Efe una niña de la modesta escuela mixta Rah-e-Amat de Rawalpindi, a la que aún no se le había desdibujado la sonrisa de la cara tras ver al «bici-clown» español.
Durante el «show», Álvaro, de 41 años, gasta bromas a los niños, gesticula, pone cara de rabia, grita; y las risotadas y aplausos de los chavales son continuas y sentidas.
Sus trucos de magia, que van desde freír una tortilla en una visera a obtener leche de un guante de plástico que hace las veces de ubre, dejan embelesados a los menores, quienes se precipitan con entusiasmo para participar en la actuación y ser objeto de sus gracias y números.
«No tengo palabras para describir lo que he sentido. Ha sido todo muy espontáneo y me alegro por los niños. Gracias al ‘bici-clown’, han experimentado algo único», dice Zehra Fasahat, la impulsora del proyecto de una escuela que hace diez años empezó en la calle con seis estudiantes y ahora se ha consolidado con ayuda de la gente.
«Muchos de estos niños irán a trabajar dentro de un rato. Algunos a sastrerías, otros a bazares. Proceden de un entorno muy humilde, no tienen padres o la situación en casa es problemática. Es importante darles una razón para vivir y para transmitir amor», subraya a Efe Fasahat.
Con su llegada a Pakistán, adonde entró hace unas semanas por el paso septentrional del Kunjerab, en la frontera con China, Álvaro ha puesto su granito de arena para propagar unas artes escénicas que no gozan de gran apoyo en un país con demasiados «guardianes de la moral».
«Es un suerte encontrarse con un hombre esforzado y generoso. Nos da la lección de que hay que dar salida a las artes escénicas, especialmente en aquellos lugares como Pakistán donde se respetan tan poco», observa la hispanista Lucía Carro, que reside en Islamabad.
Carro recuerda que «en todas las culturas hay algún cuento en el que se dice que la música favorita de Dios es la risa».
La risa es lo que Álvaro Neil persigue expandir por el mundo desde que en 2004 se embarcó en su proyecto de recorrer el planeta en una bicicleta de 85 kilos de peso con sus varias alforjas.
«Empecé pensando que sería una vuelta al mundo en ochenta meses.
Luego amplié hasta 2014 y ahora ya no sé… hasta que la manzana madure», explica Neil, quien tiró de los ahorros de su anterior vida en una notaría para costearse la aventura y obtiene algunos ingresos de los libros que ha escrito con sus experiencias.
«También tengo algunos patrocinadores y, desde luego, no podría continuar sin la ayuda de la gente que en el camino contribuye con lo que puede o me da cobijo», agrega.
A este ciclista-payaso sólo lo detienen en su marcha las enfermedades -son ya cuatro las malarias-, los conflictos políticos y armados -motivo por el cual ha aplazado su visita a Afganistán- o los más frecuentes problemas técnicos de su bicicleta.
«He estado esperando en Islamabad a que me enviasen unas piezas de recambio y pronto me pondré de camino hacia Lahore (este) y después la India, Navidades en Nepal…».
Son ya 47 los países y más de 53.000 los kilómetros recorridos, pero la pasión no se extingue y los horizontes nunca se acaban.
«Siempre digo que el país más interesante es el próximo. Hacemos las cosas pensando en el futuro y así matamos el presente», advierte este trotamundos.