(Khorog). Largo viaje y lleno de imprevistos, el que realicé desde India a Tajikistán. Con parada no programada incluida en la capital de Kazajastán, Almaty. Todo ello con la complicidad de Air Astana que lleva una temporada cancelando estos vuelos y reprogramándolos, pero sigue sin embargo vendiéndolos en su web.
Todo viajero debe buscarle la parte dulce al limón, y en mi caso, pude caminar 15 kilómetros por las calles de Almaty y observar un incipiente y generoso carril bici (separado por conos de los automóviles), saborear una cerveza a precio de ganga, y dormir en un lujoso hotel de cuatro estrellas. Al día siguiente aterrizaría por fin en Dushanbe, la capital de Tajikistán. Para mi alegría y necesidad, la bici y las alforjas llegaron en el mismo vuelo. Nada que ver las calles de Dushanbe con las de Almaty, pero uno ha de ser consecuente con sus elecciones.
Tras una tarde armando de nuevo la bici y haciendo algunas compras básicas de comida, enfilé hacia la ruta en solitario.
Calor, asfalto y bastante tráfico, fueron mi compañía durante 24h. Pronto desapareció el asfalto, un poco el tráfico y aumentó el calor. Se me unió en el camino un estadounidense, Lucas, que con 23 años trata de llegar desde Turquía a Singapore. Lo conseguirá aunque su bici se resista. En el tiempo que estuvimos juntos, 6 días, tuvo dos pinchazos y el desviador del cambio partido. Aunque me confesó que semanas atrás, en Uzbekistán, lo dobló de un golpe y lo desdobló con la mano. Esas piezas no son chicle y en una carretera como la del Pamir esas acciones se pagan.
Juntos compartíamos la acampada en espacios de mágico verdor, considerando el secarral por el que pedaleábamos, e iluminados por miles de estrellas. Ninguno montaba el doble techo de la tienda para disfrutar desde el interior de nuestra casa de tela de ese espectáculo que enamora y reconcilia al ser humano con la naturaleza a la que tanto daño le está haciendo.
El primer gran reto era un paso de montaña de 3.258 que para Lucas constituía un record personal y para mi, tras la aventura en el Himalaya con varios pasos de 5.000, no conseguía alterar mi respiración. El paso era largo y la cima se escamoteaba curva tras curva. Cada una de ellas prometía la recompensa del descenso pero este no llegaba. Lo que si había en la cima era un campo de minas, bien delimitado, que narraba la historia de antiguas escaramuzas en esta zona. No era en todo caso un buen lugar para andar pinchando el suelo con las clavijas de la tienda y descendimos todo lo que pudimos hasta que las estrellas amenazaban con recubrir todo el cielo.
Cada día el terreno era más pedregoso e irregular. Lo peor de todo era el tráfico. Camiones enormes que venían de China y que, aunque moderaban su velocidad ante lo pésimo del pavimento, no podían evitar levantar grandes polvaredas que inundaban el aire y nuestras narices. Lucas se mantenía fiel a su táctica de no ducharse hasta encontrar un hostal. Y yo con la mía de ducha diaria con mi bolsa ortlieb de 4 litros. El primer día que lo hice Lucas no daba crédito. Aunque nunca había viajado mucho tiempo con otros ciclistas, no había conocido otro que fuera tan exigente con la higiene como yo. Para mi esa ducha era más preciada que la propia cena. La mayoría de los días con el agua que recogía de arroyos o ríos. Agua fría que reactiva mi circulación, reanimaba mis músculos y me dejaba en condiciones inmejorables para tener un sueño placentero.
Al sexto día vi a Lucas quebrar su promesa, aunque solo en parte. Se lavó un poco por partes y cambió de ropa. Fue la última vez que lo vi. Al día siguiente su desviador rompió y solo lo encontré horas más tarde cuando me adelantó en un coche de unos turistas.
Aunque no pretendía llegar a Khorog en el día séptimo, la imposibilidad de encontrar un buen lugar para acampar me obligó a entrar en las calles de la ciudad de noche. Más de 120 kilómetros y 9 horas en bici después de haber amanecido ese día entraba en el Pamir Lodge. Lugar económico, cinco euros colocar tu tienda en el jardín, pero que daría lugar a una de mis peores noches en muchos años. Los turistas que recogieron a Lucas y otros tantos, decidieron hacer fiesta en la cocina ante la indiferencia del manager del lugar. Hasta las tres y media de la madrugada que me levanté y cambié la tienda de lugar no pude pegar ojo. A las seis de la mañana los viajeros más madrugadores me despertaron con sus conversaciones. Conclusión. Abandoné el lugar y busqué otro, más caro, pero donde al menos puedo descansar un día. El de hoy. Tras haber lavado la ropa y brindado al sol con una cerveza, mañana comienza otra sección de esta apasionante ruta del Pamir.
Recorreré el Whakan corridor, famoso por sus caminos de arena, sus altiplanos a más de 3.000 metros, sus aguas calientes y la ausencia de comida y agua por varios días.
El objetivo es llegar a Murgab en 7 días. Si lo consigo habré ganado un día para descansar. En otro caso tal vez deba continuar camino hacia el Bartang valley.
Lo que ocurra de aquí hasta Murgab solo lo sabe el viento. Me contento con dejarle jugar con mi pellejo y ganarle unos metros cuando eche la siesta en un recodo del camino.
Paz y Bien, el biciclown.
Leerte..siempre placentero.Namasté.
Álvarooo!, qué buenos relatoS. Me alegro hayas tenido la oportunidad de cumplir tu viaje. Como dices tu, ser consecuente con lo que se elige, y aprender siempre de esa elección es tu grandesa. Gracias por compartirlo.