Un show que no esperaba
En el metro que hemos tomado para llegar a la sede de Cáritas, a las afueras de Tbilisi, dos niños han entrado a cantar. En realidad han venido a pedir dinero, pues no cantaban ni media estrofa y ya se bajaban. Me he colocado mi nariz de clown y, al menos, les he arrancado unas sonrisas. Ellos no vendrían a mi espectáculo que tendría lugar una hora más tarde en una calurosa sala de la tercera planta de Cáritas.
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