Hay algo que aprecio enormemente de este vagar con un destino pero sin una dirección fija, siguiendo los dictados de mi corazón y no la línea marcada por un gps: el control del tiempo. Vivir despacio es sinónimo de vivir más. Se puede conducir rápido, amar rápido, comer rápido…, se puede. Hay aparatos, como uno al que me subiré el lunes por la noche, que te trasladan velozmente a miles de kilómetros. Cuando llegas a tu destino tu cuerpo quiere dormir pero los locales se levantan. En casi siete años de vuelta al mundo he tenido que tomar tres de esos aparatos. He buscado barcos para llegar a mi destino a una velocidad más humana pero o eran mucho más caros que el avión o no he encontrado. En ocasiones hay que tragarse, rápidamente, los principios.