Japón

la medida del tiempo

La medida del tiempo

Hay algo que aprecio enormemente de este vagar con un destino pero sin una dirección fija, siguiendo los dictados de mi corazón y no la línea marcada por un gps: el control del tiempo. Vivir despacio es sinónimo de vivir más. Se puede conducir rápido, amar rápido, comer rápido…, se puede. Hay aparatos, como uno al que me subiré el lunes por la noche, que te trasladan velozmente a miles de kilómetros. Cuando llegas a tu destino tu cuerpo quiere dormir pero los locales se levantan. En casi siete años de vuelta al mundo he tenido que tomar tres de esos aparatos. He buscado barcos para llegar a mi destino a una velocidad más humana pero o eran mucho más caros que el avión o no he encontrado. En ocasiones hay que tragarse, rápidamente, los principios.

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donde se acaba

Donde se acaba la tierra

Los Ainu, el pueblo indígena que habitó hace tiempo esta parte del extremo oriental de Hokkaido, llamaban a esta tierra Shiretoko que se puede traducir por Donde la tierra se acaba. Este brazo de tierra, como un dedo acusador del robo de las Kuriles de Rusia a Japón tras la segunda guerra mundial, es territorio salvaje. Apenas en el dos mil cinco se registró como Patrimonio de la humanidad. Los de la Unesco debían estar ciegos para no haberlo hecho mucho antes. Pero al menos eligieron un buen día para hacerlo. El diecisiete de julio.

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no hace falta

No hace falta cambiar de gafas

Las mariposas se suicidan en el asfalto que, fundiendo con el alquitrán sus patas, colabora en esa muerte de bellos colores y aleteo incesante. Intento por todos los medios no ser cómplice pero hay tantas mariposas en la carretera que no se si habré pisado alguna con mis ruedas. (Se me encoje el corazón de pensarlo) Los ciempiés también se lanzan a la ruta con fe ciega en su locura de intentar alcanzar el otro lado del arcén. Como si allí hubiera un paisaje diferente del que están a punto de abandonar.

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uno mas

Uno más

Yoji me pidió que le acompañara hasta una esquina de Otuschi. El olor a podrido hacía insoportable permanecer mucho tiempo merodeando entre los escombros. Si bien no quedaba ni techo ni muro en pie, Yoji me aseguró que el agujero que se abría ante nuestros pies era la casa de su padre. Podía identificarla porque una calle del pueblo terminaba justo en esa esquina. Otuschi era antes del once de marzo un pueblo de 6.500 casas; en unas horas quedó convertido en una explanada de escombros, muerte y dolor. Las pocas casas que quedaron de pie dejaban ver muros ennegrecidos. Cuando la gran ola sumergió el pueblo muchas bombonas de gas explotaron generando una cadena de incendios.

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devolver el puntito rojo

Devolver el puntito rojo a la bandera

La lluvia descargó con fuerza sobre mi bicicleta la última hora de pedaleo. Fue la tarde que llegué al gimnasio donde ofrecería mi primer espectáculo en Japón. Tendría lugar al día siguiente, al anochecer, para aguardar el regreso de los trabajadores a lo que desde el once de marzo constituye su hogar. No todos los afectados por el tsunami que viven en ese gimnasio tienen trabajo puesto que el mar se tragó no solo sus casas sino también sus negocios. Sus pertenencias caben en cuatro cajas de cartón. Familias enteras viven en el suelo del gimnasio desde hace meses sin más privacidad que las que le confiere el edredón. Los niños corretean por lo que para ellos es un enorme salón aunque no olvidan lo que ha ocurrido. Una niñita de apenas cuatro años, mientras dibujaba unas flores, le comentaba a un voluntario:

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Prepararse para el Tifón

Mi amigo Salva que ha seguido mis gestiones para hacer mi espectáculo en Japón y en otros países me felicita por haber conseguido organizar el próximo show en Japón diciéndome: «Tienes una buena virtud, eres persistente.» Me pregunto cuál es el límite fronterizo entre persistente y pesado. O tal vez Salva jugaba a la ironía… Tanto él como yo sabemos que es imposible lanzarse a dar una vuelta por el mundo sin ser persistente o pesado. Cuando un funcionario te niega la entrada en un país, hay que insistir, cuando tu Embajada no responde a tus mails, hay que volver a enviarlo, cuando la lluvia no cesa…, hay que mojarse.

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wabisabi

Wabi sabi es la revolución

En ninguno de los más de sesenta países que llevo recorridos en esta vuelta al mundo había tardado tanto en llegar a la capital. Desde que entré en Enero en Japón no había aún llegado en Tokyo. No encuentro interés en las luces de neón, ni en el ruido del tráfico o en los modernos edificios. Me enamora el remolino del agua en un río protegido por una densa sombra de bambúes. O el vuelo de un pato, a ras de agua, antes de hundir su cuerpo en la corriente. Y la música.

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reencuentros de luz

Reencuentros de luz

Para conectarme a internet en Japón uso un iphone que me prestó Sachi, la chica japonesa con cuya familia pasé un mes largo en Fukuoka. El aparato no tiene tarjeta de teléfono pero detecta wifi. Ocurre que el 99% de los wifi en Japón tienen bloqueado el acceso con contraseña. Hay días en que encuentro uno o dos puntos sin codificar y así puedo actualizar mi estado en twitter o responder a los mensajes más urgentes. Hasta llegar a una casa donde poder trabajar.

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un motivo

Un motivo para regresar

Hacer un espectáculo a favor de las personas que son naturales destinatarios de mi proyecto. Esa es la idea con la que he regresado a Japón. Pero no es fácil. He escrito a una conocida Ong, savethechildren. No contestan. Repeti mi oferta de espectáculos gratuitos a la sede en Japón. No contestan. He escrito a mi Embajada en España. No contestan. Me detuve en NHK, la cadena oficial de televisión en Japón, y le expliqué mi proyecto a un periodista. Pareció interesado pero…; no contesta.

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unas noches son asi

Unas noches son así

Justo acababa de empezar a colocar la esterilla y desenrollar el saco cuando llegó un coche. Al principio el hombre no se dio cuenta de mi presencia porque mi zona estaba a oscuras. Ya hacía una hora que el sol se había ocultado y la noche empezaba a tragarse las últimas luces del puerto. Mi emplazamiento para pasar la noche era la parte trasera del mercado de frutas y pescado. Aunque habían cerrado todavía llegaba alguna furgoneta para retirar mercancía. Volví a empaquetar todo pues no me apetecía dormir allí si cada dos por tres llegaban coches. El hombre se acercó y le saludé en japonés. Leyó mi cartel de vuelta al mundo desde el 2004 y me preguntó si quería dormir allí. No pude negárselo y sonrió. No problema, me dijo.

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