A este desierto le falta un nubio
Inversamente a la intensidad con la que ha crecido el viento ha ido disminuyendo la hospitalidad iraní. En el norte del país era deslumbrante. Imposible ir a un supermercado y que te cobraran. Invitaciones por doquier para dormir o comer. En el sur del país, en la ruta 44 que une Tehrán con Mashhad, antigua ruta de la seda, las cosas no son ni mucho menos así. Y es curioso pues es un terreno árido e inhóspito en el que solo la hospitalidad puede dotar de cierto atractivo a estos casi mil kilómetros de viento, viento y viento. El desierto del norte de Sudán era mucho peor en un sentido: en vez de asfalto y dos carriles, había arena y rumbo incierto. En vez de agobiante calor iraní, allí había sofocante y exterminador sol con temperaturas cercanas a los 55 C (al menos en julio cuando yo lo crucé). Aquí en Irán, en este desierto, tal vez solamente haya 50 C. Pero algo había en Sudán, a parte del Nilo, que hizo aquélla travesía mágicamente soportable: la hospitalidad del pueblo nubio. Aquí al sur de Irán se echa un tanto en falta.
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