Nueva Zelanda

el acebo

El Acebo

Si las rampas de la isla norte de Nueva Zelanda son escandalosamente empinadas, los últimos kilómetros para llegar al Cabo Reinga son abusivamente empinados. Entiendo que el faro deba estar en un lugar elevado pero no tanto que el camino hasta su luz sea un insolente sube y baja. Al menos hacía buen tiempo cuando, arrastrando la lengua por el pavimento, llegué a los pies del faro del Cabo Reinga. Tenía, eso sí, la moral alta. Tras la videoconferencia en riguroso directo con la gente que asistió a la proyección de La Sonrisa del Nómada en los salesianos de Pamplona mi espíritu estaba alegre. Ya me contó el amigo Braulio que la presentación en el local Cambalache de Oviedo también fue un éxito: «En fin, Álvaro, que brilló una llamita tuya en la ciudad tuya, pequeña pero cálida«. Y la organizada en Cuarte de Huerva no lo fue menos. 80 personas asistieron. Aproximadamente las mismas que en Logroño.

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donde termina el asfalto

Donde termina el asfalto

Me detuve en Shangai (China) con la intención de escribir un nuevo libro. Tras tres meses de voluntario encierro no conseguí terminarlo. En Japón, aprovechando el invierno, continué la escritura. El año 2011 ha sido especialmente duro para mí, al tener que combinar la producción y realización del documental La Sonrisa del Nómada con el nuevo libro. Por un momento me vi haciendo malabares con siete bolas…; demasiadas. Pero perseveré y, en breves días, el nuevo libro saldrá a la luz. Aunque sin la ayuda de Marcos Cruz hubiera sido casi imposible. Desde hace años Marcos es la persona que me ayuda con la corrección de mis libros. Rastrea los puntos, las comas, los topónimos y antónimos, y hasta me sugiere nuevos enfoques. Confío poder conocerle un día en persona y darle las gracias como se merece: con un abrazo sin paréntesis ni kilómetros de por medio.

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Buscale una

Búscale una explicación, yo no la necesito

No hay día en Nueva Zelanda que no reciba alguna invitación. Especialmente los sábados, cuando frecuento los mercados locales. Los agricultores y ganaderos de la zona se acercan con sus productos (de primerísima calidad) para ofrecerlos a los clientes. Desde quesos, salamis, pan, chocolates, verduras y hasta documentales. Eso es lo que yo vendo. Pero también mi historia. Acercándome a la gente con respeto les ofrezco mi historia. Algunos no tienen demasiado interés y ni siquiera tuercen la cabeza para declinar mi invitación a pararse. Pero otros como Max vienen directos hasta mi pequeño puesto. Max quiere practicar su oxidado español (suponiendo que alguna vez estuviera limpio del fuerte acento neozelandes). No tarda mucho en comprarme un dvd y en invitarme a su casa. Antes se distancia unos metros para, disimuladamente, consultarlo con su esposa. Esa noche dormiré en su casa tras haber pasado la tarde en el bosque disfrutando con sus amigos una típica barbacoa neozelandesa. Con cordero del que abunda en estas tierras. Hay más cabezas de cordero por habitantes. La mayoría de ellos (de los neozelandeses) viven en la isla del norte, en Auckland. En esta isla, especialmente en la parte norte, es donde habitan la mayoría de los maoríes. Max y Catherine me dejan ir con la promesa de que volveré. En esta isla el avance se hace más lento por las invitaciones que por las cuestas. Es increíble la sociabilidad de los habitantes. No se cómo decirlo en español. En inglés se dice que son easy going. Te invitan a su casa sin mayor dramatismo ni ceremonias. Te sientan en la mesa y, antes de preguntarte, ya tienes una botella de cerveza en la mano. Al día siguiente vuelves a la ruta y dejas un par de personas agitando los brazos en la puerta de su casa. No hay sido más que unas horas, apenas medio día, pero los lazos que se han tejido entre cordero, cerveza, kiwis y risas parecen duraderos.

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A meter la primera

A meter la primera

Tras asistir a las celebraciones de la victoria de los All Blacks sobre una luchadora Francia comencé a pedalear por este país. Pedalear no es sin embargo el término más exacto. Arrastrarse sería más apropiado. La alianza del viento y las brutales rampas es eficaz para detener mi camino. Solo alguien fuera de sus cabales haría 100 km al día pedaleando en Nueva Zelanda. Y por otro lado sería como comerse un tiramisú con una cuchara sopera. Nueva Zelanda es para saborear al ritmo que imponen los feroces vientos y las subidas descomunales. Especialmente duras son en la isla del norte, la que ahora recorro. En el sur me han dicho que son puertos más largos pero más tendidos. En el norte no alcanzan la categoría de puertos pero bastan 500m al 16% para obligarme a meter primera. En un país así el cambio Rohloff es especialmente útil. Lo ondulante del terreno exige jugar continuamente con las marchas y pasar de la 1 a la 10 en cuestión de metros.

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Cuando el color negro es rosa

Cuando el color negro es rosa

Mis día en Australia fueron de menos a más. Empecé con una infección en un pie gastándome 80 dólares en medicinas y médicos y acabé con una completa revisión dental y de mi bici gratis en Melburne. La gente cada vez se volcó más en mi proyecto y, de haberme quedado más semanas, hasta hubiera podido hacer mi espectáculo. Pero las visas son al viajero lo que las rejas al prisionero. Hay que salir antes de que te caduque o te la juegas. Renovar mi visa australiana me costaba más que volar a Nueva Zelanda.

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