Estoy con un pedo de la leche
Una prostituta me invitó a dormir. No en su habitación, decorada en rosa, con ositos de peluche y ambientador con olor a fresa, sino en la habitación de al lado. Había llegado al punto en el que el único lugar para descansar era un restaurante de carretera. La jungla era muy cerrada y llevaba toda la tarde subiendo. El aroma del cacao, secando en los bordes de la carretera, y las piñas que colgaban de los pequeños e improvisados puestos de madera me había agotado. Un olor dulzón, pesado como un muerto de tres días, agobiante como un mosquito dentro de la tienda, mareante como el aroma que se respiraba en la habitación de la prostituta. Me había detenido en dos restaurantes más pero no me inspiraban confianza. O eran muy sucios o no había comida.
Estoy con un pedo de la leche Leer más »