Nicaragua
Para los muy cafeteros
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El show de la basura o Dios no puede esperar
Mi primera parada en Nicaragua fue en León. A las cuatro de la tarde todo el calor de la ciudad parecía concentrarse en torno a la monumental catedral. Si la de León (en España) es espectacular, la de Nicaragua no lo es menos. Además dispone en frente de una amplia plaza, desnuda de arboleda, lo que permite observar la grandiosidad de este edificio de tres naves y muros tan gruesos como los de una fortaleza medieval. A esa hora en que el sentido común impone estar durmiendo la siesta, un gigantón alemán me sustrajo de la contemplación de la catedral. Era Wilko, a quién un amigo suyo de Zaragoza que me sigue desde hace años, le avisó de que yo andaba por el país. Wilko me había ofrecido un lugar para descansar en León, donde él vivía. Lo que yo ignoraba es que él también estaba de viaje, es decir, de paso por León, y que su ofrecimiento de alojamiento era en realidad una oferta a costearme una habitación en el hotel en que él se hospedaba. Aunque me negué a que me pagara el hotel tuve que acabar aceptándolo pues Wilko era tan tozudo como alto. Al final incluso no tuvo que pagarlo, pues el propio dueño del hotel, advertido de mi proyecto, decidió colaborar y no cobrar la habitación en la que me quedé casi una semana. La razón de tan larga estadía en León la tienen dos encantadoras damas estadounidenses.
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