En un restaurante de carretera en Borneo (Malasia), el agua almacenada en un tanque ad hoc y con hielos (de los de cubitos), es servida gratis a los clientes. En la pared aparece escrito el menú, con precios y todo, y al ir a pagar te cobran lo mismo que figura en el panel. Sin haberlo ordenado, junto con la comida solicitada, te proporcionan una sopa. La televisión está apagada, pero no porque esté estropeada, sino porque no la han encendido. De este modo en el restaurante reina casi el silencio o se escuchan algunas conversaciones. Nadie viene a preguntarte, nada más llegar, de dónde vienes y a dónde vas. Sobre la mesa en vez de un rollo de papel higiénico hay servilletas. También son usadas para envolver los cubiertos, individualmente, y protegerlos de las moscas. Las fotos que adornan las paredes tienen marcos y están colgadas a la misma distancia del techo guardando así cierta harmonía. El techo está pintado de un color y las paredes de otro, pero no porque se haya terminado la pintura, sino por una opción del dueño. El local tiene cierto gusto. Afuera hay un lavabo que tiene hasta un dispensador de jabón. Este está lleno. El reloj de pared, modelo estación Atocha, da la hora correcta. Poca gente fuma.