china menos china

La China menos China

Aunque aún no hablo nada de chino, pude entender que la exclamación ?oju? expresada por la señorita no era nada bueno. Me hicieron pasar a una sala en la que me dieron un vaso de agua caliente y, sin haber comido en todo el día, traté de convencer al jefe de la poco agraciada dama de que las dos grapas son una tradición en los pasaportes españoles. Y coló. Una hora después de haber empezado los trámites en la aduana China aún no había llegado lo peor. Abrir las alforjas. El encargado de productos alimenticios en regla me tiró la leche en polvo. Había escuchado en las noticias que en China han muerto muchas personas (y más que seguro no dan a conocer) por haber consumido leche en polvo adulterada con melanina. Para asegurarse de que yo voy a ser uno de ellos arrojaron mi leche en polvo (rusa y de fácil disolución) en una papelera. Así debía comprar leche en polvo china. Que mala leche.

Pero no todo es malo en China. El asfalto es de buena calidad. Tras la paliza en Kyrgigistan aún no me creo que ruede sin saltar en el sillín cada metro, y que pueda levantar la vista de las piedras. La pobre Kogadonga ha aguantado como ha podido. Algun radio más roto, algún gancho partido, algún pegamento extrafuerte que no lo es tanto y, en fin, nada para lo que esa ruta ha supuesto. Dormir a menos diez bajo cero, con solo un litro y medio de agua, ver camiones tirados en la pista, tragarme el polvo de los que circulan y comer poco ha sido la tónica estos días. Nunca he visto una carretera tan mala con tanto tráfico. Ni aunque me pagaran una fortuna conduciría un camión por esas pistas. Pero el dinero lo puede todo.

Para ser justos con Kyrgigistan he de decir que todas las veces que he preguntado en los pueblos por la panadería acababan dándome pan casero e invitándome a te. Cuando llegué al primer pueblo Chino hice la prueba. Al pedir agua los policias me indicaron agitando las porras en el aire que me fuera. Se acabaron las olimpiadas y se esfumó la sonrisa china. He llegado a Kasghar. Pocos kilómetros antes de llegar me detuve en un canal a afeitarme. Había que estar presentable para la entrada.

Nunca se sabe a quien podía uno encontrarse. Llegar a esta ciudad moderna, con sus aceras y sus semáforos, con gente circulando en bici, con tiendas en las que los productos están marcados, con edificios de ladrillos y no de adobe, ha sido un triunfo de miles de kilómetros. La mayoría cuesta arriba. Ahora toca lo de siempre: lavar la ropa, mimar a la bici un poco, actualizar la web, gestionar repuestos, y averiguar algo de la ruta hasta Pakistán. No hay descanso para el guerrero ni en la China menos comunista.

Desde Kashgar, día 1.408, Paz y Bien el biciclown.

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Desayunando en la cama Subidas interminables Ni un metro para la bici
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Avanzar o morir
Que rico sabe

 

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